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CRITICA
Por: PACO CASADO
Como si fuéramos ya viejos conocidos, como personas a las que de alguna manera estuviéramos vinculados van apareciendo poco a poco los personajes del final de esta historia de Guerra y paz, de Leon Tolstoi que se ha titulado 'El incendio de Moscú' (1965), que es el término del trayecto de la larguísima tetralogía dirigida por Sergey Bondarchuk, de la célebre obra tolstoiana.
En esta cuarta parte el ejército de 500.000 hombres de Napoleón Bonaparte se desplaza a través de Rusia causando una gran destrucción a su paso, que culmina en la batalla de Borodino, que da nombre a esta cuarta entrega.
De esa forma Moscú es ocupada, saqueada e incendiada, pero pronto Napoleón pierde el control y tiene que retirarse.
A pesar de ello ambos bandos sufren enormes pérdidas tanto en materiales como en hombres, mientras que la sociedad rusa tiene que cambiar irrevocablemente.
Como en las anteriores partes, Austerlitz, Natacha y La batalla de Borodino, el célebre director soviético se empeña en trasponer al pie de la letra la novela original, sin que tenga en cuenta de que el cine y la literatura son dos medios de expresión totalmente diferentes, con tratamientos distintos, aunque el primero se sirva en ocasiones del segundo a la hora de confeccionar los guiones de sus historias para trasladarlas a la pantalla convertidas en imágenes.
Y así, como sucedía en las tres partes anteriores, un nuevo naufragio viene a finalizar esta serie, ciertamente desdichada, de la cinematografía rusa.
Aquí estamos, una vez más, ante nuevas y largas parrafadas de diálogos y retóricos discursos, que son plasmados con majestuosos movimientos de la cámara, que resultan totalmente gratuitos, ante un despliegue de medios realmente inconmensurables, pero resultan finalmente vacíos de sentido, ayudados siempre por los efectos especiales de Vladimir Lijachev.
Aún así, de todas formas, tal vez resulte esta última parte la más soportable de las cuatro, ya que tiene un comienzo que es algo más dinámico, con algunas escenas que poseen una indudable belleza, que hacen confiar en principio en un tratamiento más auténtico, sin que las secuencias siguientes confirmen en ningún momento la esperanza despertada.
En resumen, podemos decir que el resultado final es el de una obra inútil considerando cada una de sus cuatro partes, ya que en cada una de ellas y en la totalidad, es todo un monumento al tedio que culmina en una moraleja final, infantiloide y pueril, como digno broche de oro a una obra totalmente equivocada en su tratamiento a la hora de ser trasladada a la gran pantalla, cuya base literaria no se merecía eso.
Oscar y Globo de oro a la mejor película de habla no inglesa.
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