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CRITICA
Por: PACO CASADO
Últimamente se está reponiendo una gran cantidad de producciones como suele ser habitual en los meses de verano, que por otra parte acostumbran ser de un gran interés y además dan la oportunidad a las nuevas generaciones a verlas.
'Solo ante el peligro' (1952) es una de las que había despertado en nosotros la curiosidad de volverla a ver después de haber pasados doce años.
Los espectadores que tuvieron la ocasión de verla entonces, la consagraron como lo mejor que se había hecho en el género del Oeste y así pasó a la historia del cine con el distintivo de ser pionera en un estilo nuevo dentro del western, al mostrarnos un cine del Oeste de corte psicológico.
Eso fue lo que volvió locos a los críticos y al público, que la impulsaron a la consagración, sin embargo hoy día nos parece un film de lo más normal, aunque hay que reconocerle el mérito de ser innovador y revolucionario a la búsqueda de abrir nuevos caminos, pero en lo que no estamos muy de acuerdo es en que sea lo mejor que se ha hecho en el género, pero no negamos su calidad.
Aquí se nos cuenta la historia del sheriff de la pequeña localidad de Hadleyville que deja el cargo al contraer matrimonio, ya que es su deseo trasladarse a otro pueblo y dedicarse a unos menesteres más pacíficos.
Ha desempeñado su oficio con una gran dignidad y entereza desacostumbradas en aquella comarca.
Una de las alimañas a las que mandó a presidio fue un asesino llamado Miller, que juró volver algún día a cobrar su venganza.
Ese momento ha llegado y aunque al sheriff ya nada le obliga a quedarse en el pueblo, afronta valientemente la situación, pero tendrá que hacerlo solo, ya que todo el vecindario se niega a prestarle ayuda.
Mucho ha llovido desde entonces, las técnicas han adelantado, la forma de hacer y contar en el cine y el mismo camino que ha trazado esta cinta, recorrido ya tantas veces hasta que ha dejado de crecer la hierba y el surco casi está cerrado.
Fred Zinnemann abusa del primer plano para dar una mejor manera de subrayar el suspense de corte psicológico, como igualmente hace con el reloj para de esta forma estirar el tiempo, algo que en aquel momento nos parecía perfecto y aún hoy día sigue teniendo una cierta belleza, tanto del encuadre como de la plasticidad en la composición del plano y la creación de la puesta en escena.
Tiene la película un buen arranque y la utilización de la inspirada música de Dimitri Tionkin abusa de algunos golpes que subrayan los momentos más dramáticos.
Sin embargo es de buen gusto el efecto de los coros en la balada.
La fotografía en blanco y negro de Floyd Crosby es bastante correcta y la planificación muy buena hasta el momento tan ansiado del final en el que el duelo queda un poco desdibujado y a nuestro entender falla en cuanto que no se nos da en casi ningún momento la idea de conjunto y de situación de cada uno de los personajes.
La dirección de Fred Zinnemann, con bastantes aciertos parciales a lo largo de toda la narración, no puede, sin embargo, con el bien construido y casi perfecto guion de Carl Foreman, basado en la novela The tin star, de John W. Cunningham, que se lleva el gato al agua.
Sobrio y ajustado a su papel, como siempre, de Gary Cooper, mientras a su lado quedan un tanto palidecido el resto de los personajes, que no obstante siguen con acierto el concierto que él protagoniza.
En resumen un clásico del cine que ya ha sido superado, pero que sigue teniendo vigencia e interés y conserva calidad suficiente.
Cuatro Oscar: a Gary Cooper, música, canción y montaje. Globos de oro a Gary Cooper, Katy Jurado, banda sonora y fotografía en blanco y negro. Premio Bodil al mejor film americano. Premio del CEC a la mejor película extranjera. Premio NBR. Premio Fotoplay.
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