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CRITICA
Por: PACO CASADO
David Ladislas se gana de vez en cuando unos francos pasando de contrabando diamantes y otros objetos que son fáciles de ocultar.
Pero ahora va a protagonizar una operación que es mucho más peligrosa: introducir en el Líbano un cargamento de oro.
David embarca en Barcelona sin la menor idea de dónde está el oro ni cómo habrá de transportarlo.
Al menos, la aventura ofrece dos alicientes: la enorme suma de dinero que cobrará, si triunfa, y Olga Celan, la guapa mujer que le ayudará a llevar adelante el misterioso y arriesgado plan.
La baza más importante para que una película sea más espectacular está en su originalidad.
La novedad es un elemento típico del espectáculo y cuando no se pueda conseguir se debe intentar al menos la originalidad, puesto que está comprobado estadísticamente, que la comercialidad de un film se apoya en la espectacularidad, ya que el público va al cine a ver un espectáculo, algo que le distraiga, que le divierta y le saque de su vida habitual, que ponga un toque de color en su gris existencia de cada día.
Por tanto debería estudiarse más por los productores de cine darle carácter de originalidad a sus productos.
Pero incapaces de advertir la ya enésima lección de que las cosas sorprendentes son las que dan dinero en la taquilla, sin embargo insisten en imitar a aquellas cintas que han sido éxitos comerciales.
Todo lo que conforma a 'A escape libre' (1964) es una imitación de distintos géneros y títulos anteriores, como 'El hombre de Río' (1964), 'Al final de la escapada' (1960) y hasta 'Las aventuras de Thomas Lieven' (1961).
Esta tri-coproducción ofrece con distintas marcas un alcohol a granel pretendiendo venderlo como si fuera whisky de calidad.
En esta historia se reúne a la más cuidadosa colección de granujas de toda laya, a los que en ningún momento se les encuentra ni siquiera un toque de dignidad.
Estamos ante un naturalismo de lo sórdido pero sin naturalidad.
Los personajes son como los de un museo de figuras de cera entre los que abunda la truculencia como una forma de ocultar cualquier hallazgo en el escamoteo de los puntos débiles de la trama del argumento, extraído de la novela de Clet Coroner.
Es muy pobre la fotografía de Edmond Sechan, la partitura de Gregorio García Segura da auténtica risa y pena por ser de un español, al margen de la partitura de jazz que aporta Martial Solal, el guion tiene un argumento de lo más vulgar y los actores están abandonados a su suerte.
Jean Seberg sin tener a Otto Preminger detrás como en 'Buenos días, tristeza' (1958) únicamente queda de ella su fotogenia.
Jean-Paul Belmondo trata de improvisar sobre la marcha diversos matices de su personaje, todos ellos puramente gratuitos.
Cada uno de estos factores señalan acusador a Jean Becker, un director que a veces deja ver incluso su ignorancia del oficio y ello sin el menor soplo de inspiración.
Plagiar sin recursos equivale a un mercantilismo sin grandeza.
El resultado que produce esta película es el de un impacto desasosegante y deprimente.
El protagonista, este pícaro del siglo XX, ignora cualquier virtud, ni siquiera la de la lealtad, acogido a la simpatía que produce en la identificación con el público debido a la garra que posee el actor.
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