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CRITICA
Por: PACO CASADO
Es una de las películas, quizá la más significativa, que en los años 60 intentaron renovar el género negro que tanto éxito había tenido en las décadas anteriores, junto a títulos como 'Harper, investigador privado' (1966) o 'Hampa dorada' (1967), entre otros.
Walker, un aventurero buscador de fortunas, con un amplio pasado a su espalda, es requerido por su amigo Max Riss para que lleve a cabo un cierto trabajo en las instalaciones abandonadas de la penitenciaría de Alcatraz.
Allí aterriza un helicóptero que introduce dinero ilegal de una organización mafiosa, del que Walker debe apoderarse.
Realizada la operación, Walker es traicionado por su amigo, quien dispara sobre él y huye con el dinero, dándole por muerto.
Pero Walker ha sobrevivido y está dispuesto a tomarse venganza.
Una vez más la violencia desatada se extiende a lo largo de una trama en la que se relata el ajuste de cuentas de un gángster contra el compinche que lo traicionó, robándole el botín de un atraco y además a Lynne, su mujer.
El personaje central es un hombre colérico, frío e implacable, al que no le importa nada su vida ni la de los demás.
Su venganza está dispuesto a llevarla hasta el final con todas sus consecuencias, crudas y violentas, enfrentándose a una poderosa organización criminal de la que ahora forma parte el amigo que lo engañó e intentó matarlo.
Es la historia de este hombre que se atiene a su moral antes que a las leyes, el estudio de la violencia que tanto prolifera en las producciones y realizadores posteriores dándonos una metafísica de la misma a través de lo físico, como es habitual en el cine americano sin tener que recurrir a métodos intelectuales como es más frecuente en las cinematografías europeas.
Es también el estudio de unos ambientes en los que los honrados ciudadanos quedan más en evidencia que los fuera de la ley, es un tema en el que se puede ahondar en unas significadas conductas en las que se nos da una visión metafísica de la violencia a través precisamente de lo físico y de lo inmediato mejor que por medios intelectuales a la manera del cine europeo.
Es un film con un argumento típico, clásico, pero con un tratamiento moderno, actual, apoyado en un buen guion, que cuenta como garantía con una realización inteligente, unos actores sobrios, seguros, desde el formidable Lee Marvin y la exquisita Angie Dickinson, hasta todos los secundarios, tan ajustados a sus papeles como espléndidos en su trabajo, como nos suele tener acostumbrados el cine americano.
Cine eficaz y brillante, presenta una cierta innovación que hizo sentirse incómodo al público, poco acostumbrados a los saltos atrás y las elipsis narrativas, que ya hoy día no llama la atención en absoluto.
Tiene escenas que pueden ser destacadas en la filmografía del género de gángsters, que ofrece una trama de furia incontenible con un reconstrucción del mundo del hampa.
Fue el film que en cierto modo nos descubrió a John Boorman con una notable fotografía de Philip Lathrop y una interesante música de del intérprete de jazz Johnny Mandel.
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