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CRITICA
Por: PACO CASADO
Como ocurría en las fábulas de La Fontaine, el escritor francés, publicadas en 1668 y 1679, en las que usaba a los animales con características humanas para sacar sus moralejas y enseñanzas, el cine también lo ha hecho con bastante frecuencia, desde las producciones de Walt Disney hasta las de cualquier otra cinematografía, así ha sucedido a lo largo de la historia.
Esta es la aventura de Hank, un perro que espera poder ver cumplido su sueño de convertirse en un gran samurái, pero antes ha de pasar una serie de pruebas en las que ha de vencer a sus enemigos para lograrlo.
Pero se da la circunstancia de que ha ido a parar a un pueblo que está habitado por gatos, regido por Ika Chu, un despiadado villano que quiere tener el palacio más grandioso con un gran inodoro de jade, y que desea hacer desaparecer del mapa al poblado de al lado.
Cuando los habitantes del pueblo de Kakomucho recurren al Shogun para que les proporcione a un samurái que los defienda de los ataques de los bandidos, Ika Chu le manda a Hank, al que lo hace pasar por un samurái, que no es muy bien recibido al tratarse de un perro, y es sabido cómo se llevan estos con los gatos, además de que no tiene la formación de tal.
No obstante Hank encuentra en el pueblo a Jimbo, un samurái anticipadamente jubilado, pero sigue siendo la espada más rápida, que se presta a darle lecciones, y se convierte en su maestro.
Éste le marcará el camino a seguir, cumpliendo su juramento de samurái de ayudar a los necesitados, y Hank lo necesita, respetando su código de honor, con lo que nuestro perdedor tendrá la ocasión de convertirse en un héroe ante la siguiente invasión del pueblo por los bandidos.
Jimbo es una persona sensible envuelto en una dura coraza, que está amargado, pero su relación con Hank le hace reencontrarse a sí mismo y de esa forma se ayudan ambos.
Buena parte de esta historia transcurre en las enseñanzas que le da Jimbo a Hank, que origina deslumbrantes combates y provoca las situaciones cómicas.
Hay también el enfrentamiento con el enorme Sumo, del que Hank encuentra el punto débil para vencerlo, con el que terminará de lo más amigo, lo que le hará reencontarse a sí mismo, aunque los perros no tienen la agilidad de los gatos.
Uno de los personajes secundarios, que no pasa desapercibido, es el de Emiko, que le da valor a Hank cuando este está hundido.
Se da la circunstancia de que Hank terminará defendiendo a un pueblo de gatos, que son enemigos por naturaleza de los perros.
De ello se desprende la enseñanza de la aceptación y de que no hay que despreciar a nadie por ser diferente, ya que las diferencias nos hacen mejores aceptando a todos.
Es curioso encontrar en esta producción a Mel Brooks que no sólo aporta su voz al personaje del Shogun, sino que también ha colaborado en el guion, con lo que a buen seguro que habrá aportado algo de la comicidad que caracteriza a sus películas.
Es un film para toda a familia que tiene acción y risas como para que agrade a chicos y mayores.
El hecho de encontrar tantos guionistas en la ficha, incluso alguno ya fallecido, caso de Richard Pryor, es que está inspirado en el título de Mel Brooks, Sillas de montar calientes (1974).
La realización recae fundamentalmente en Rob Minkoff, el director de El rey León (1994), en este caso con la colaboración de los debutantes Chris Bailey y Mark Koetsier.
Premio Harland a la imagen más conmovedora.
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