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CRITICA
Por: PACO CASADO
Es posible que el título del film haya desconcertado al público, Susan Hayward y Dean Martin en una cinta con el cómico apelativo de "El tercer hombre era mujer", parece prometer una comedia divertida, con algo de sátira, sí, pero fundamentelamente evasiva.
Adelantemos pues, que bajo este título desconcertante existe un serio drama actual, una historia americana, plena de dramatismo, a pesar de que una elegancia yu una delicadeza bien calculadas se ocupa de no recargar las tintas.
Y éste es un mérito que sorprende en Daniel Mann, que las cargó en exceso en "Mesas separadas".
El tema del film es la democracia. Y los valores políticos del sistema constituyen el hilo conductor.
Desde el punto de vista de impacto, el film se nos ofrece como una gris llamada de atención hacia la corrupción existente en las jerarquías de algunos Estados Unidos
Viene a demostrar cómo, incluso en la democracia más adelantada, los gobernados pueden quedar a merced de los explotadores sin escrúpulos, porque, en fin de cuentas, incluso en la democracia, el valor individual del hombre de talla e inteligencia es decisivo.
Si este hombre superior y activo carece de moral, la sociedad puede estar a su merced. La fe del norteamericano está, y aquí radica la opinión final de los autores, en que la salud de la democracia acaba por remediar siempre el estado de las cosas.
Esta fe parece ser la constante de este tipo de películas autocríticas del sistema político americano, desde "La ley del silencio" a "Regreso a Peyton Place".
Este es el tema de impacto, la intención educativa si se puede decir así, de la película que comentamos. Pero los valores artísticos están en la regeneración total y progresiva, hasta la irradiación, de esta mujer a la que se le ofrece una oportunidad de progreso materia, que acepta con plena responsabilidad.
En la dignidad profunda de esta prostituta, extraordinariamente lúcida y autosincera, radica su fuerza. De allí procede su absoluta superioridad.
Tiene la talla de un superdotado. El público así lo percibe. Y, además, es honrada y digna, esto es clave, desde el momento en que recibe su oportunidad de regeneración, juega limpio. Y, de acuerdo consigo misma, pese a la incomprensión de los demás lleva a cabo la tarea depuradora que se ha fijado.
Yo diría que, estéticamente, este es un film sobre la pureza, y sobre la pureza de una prostituta. Lo que parece un absurdo deliberado, pero no lo es. La pureza de castidad no es más que una parte de la pureza en general.
La no claudicación ante el mal, sea cual sea, esta es la pureza. Ser puro es no estar aguado.
La protagonista del film, que deja de ser, oficialmente, y a través del sacramento del matrimonio, una profesional del pecado, se abre a su nueva vida con entera pureza. Y al final, viene a quedar por encima del rastro sucio que ha quedado como una supervivencia de la impureza pasada.
Resulta escépticamente emocionate la seguridad de esta convertida, oficialmente mala aún, pero extraordinariamente valiosa en medio de los oficialmente buenso.
El reconocimiento de la propia bajeza, junto al esfuerzo por superarla, hace crisis cuando la impureza oficial es removida y se amenazan los intereses creados. Junto a este marido, que es un hombre puro, hasta el punto de redimir a su esposa, esta mujer que es pura, porqu eha amado mucho. Y así, el bien aparece como una entidad comunicable, tan contagiosa como el mal.
El estallido de la recién estrenada pureza de la mujer es, para mí, el valor estético de la película.
Muy bien dirigida por Daniel Mann, excepcionalmente interpretada por Susan Hayward, y muy bien por los demás, cuenta con una banda sonora de calidad y con una esplendida fotografía en color.
El reparo a proponer es que el desenlace no es coherente dentro de sí. La solución de la crisis proviene más de la fe del americano actual en su sistema democrático que de los presupuestos presentados en el film. Esto rebaja la calidad, en mi opinion.
Cinta interesante, pues, por variadas razones, y al que deseamos el éxito de público al que es acreedor.
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