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CRITICA
Por: PACO CASADO
Desde que era un niño, Lou Gehrig, hijo de una cocinera de Columbia, soñaba con llegar a ser un gran jugador de béisbol.
A pesar de los deseos de su madre de que estudiara ingeniería, Lou inició sus pasos en el deporte teniendo como maestro al mítico Babe Ruth, al que muy pronto logró superar, convirtiéndose en el mejor jugador del equipo de los Yankees.
Pero tras jugar más de dos mil partidos como la mejor estrella del equipo, una esclerosis, enfermedad degenerativa, truncó su carrera a la edad de 37 años.
Está basada en la legendaria biografía del heroico jugador de béisbol americano Lou Gehrig, el cual terminó sus días deportivos a una edad temprana.
El hecho de versar sobre una figura de un deporte tan poco conocido en Europa, como es el béisbol, restringió mucho su éxito en las salas de nuestras latitudes, pero el carisma de Gary Cooper se impuso a lo largo de una historia que no estaba exenta de emotividad y lances deportivos emocionantes, para los que entiendan este deporte, en el que el Club de los Yanquis era uno de los equipos punteros de la liga norteamericana en aquellos momentos.
Gary Cooper prestó naturalidad y sabias maneras a este papel sin que apenas nos enteremos de que es él ofreciendo una de sus clásicas y características interpretaciones.
Con la vida íntima del jugador, se entremeten las escenas deportivas, en un guion escrito con elocuencia, fotografiado con precisión y dirigido con enorme sensibilidad y cuidado por Sam Wood.
La cinta se convirtió en un vehículo que cimentó la popularidad del actor, quien realizó una espléndida interpretación del protagonista por cuyo trabajo fue nominado al Oscar, como igualmente ocurrió con su compañera Teresa Wright, la película, el argumento, el guion adaptado, la fotografía de Rudolph Maté, el sonido y efectos especiales de Thomas Moulton, los decorados y la música de Leigh Harline, logrando únicamente la dorada estatuilla el montaje de Daniel Mandell.
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