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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tal vez el conocimiento del libro de Giovanni Mastrangelo 'Pequeño Buda' (1993) (La historia del príncipe Siddhartha), publicado en España por Ediciones B, haga comprender mucho mejor esta película de Bernardo Bertolucci.
En él se cuenta la historia de que tras la muerte del Lama Dorje, un monje budista tibetanos, Lama Norbu, cree que un niño norteamericano de 10 años, Jesse es la reencarnación su maestro el Lama Dorje.
El padre del chico y la madre de este tienen dudas de que así sea, no obstante ceden y permiten que su hijo viaje a Bután.
No obstante hay otros dos niños que el monje también cree que pueda ser que en uno de ellos se hubiera alojado el espíritu de su maestro.
En definitiva lo que se nos expone aquí no es más que esta especie de cuento infantil donde se nos relata de manera muy elemental para que los niños la entiendan, la historia de este príncipe que tras poseerlo todo en este mundo, un día sale a la calle y descubre lo que es la vejez, el dolor, la enfermedad y finalmente la muerte, contra los que tratará de luchar el resto de su vida, abandonando a su familia y sus riquezas y haciendo de ello una forma de vivir, una filosofía y en definitiva una religión que trata de extirpar de este mundo el sufrimiento.
Bernardo Bertolucci a la hora de idear su film se basa en lo que ha ocurrido con el niño granadino Osel Torres, pero sitúa su relato en la ciudad norteamericana de Seattle a donde un grupo de monjes budistas se marchan a buscar a un niño en el que piensan que se ha reencarnado un lama.
El padre del pequeño terminará acompañándoles a Bután, donde se encontrará con otros dos candidatos más.
Esta cinta mezcla la historia del príncipe Siddhartha con este otro relato contemporáneo en constantes flash backs que sirven para el conocimiento de este personaje a cargo del pequeño norteamericano, narrado unas veces a través del cuento que le lee su madre, mientras otra de la propia historia del lama que le acompaña.
A la película se le puede achacar de cierto infantilismo, lo cual no es peyorativo en este caso, o de alargar en exceso un relato que si se hubiera contado sin más adornos, tal vez no diera para el metraje normal que suele tener un largometraje convencional.
Pero de lo que no cabe la menor duda es de que Bertolucci conoce las técnicas cinematográficas lo suficiente como para mezclar de manera conveniente estas dos narraciones y obtener de ellas una atractiva producción, sin la profundidad y hondura que aquí cabría esperar, pero que resulta muy grata de ver, con una muy apropiada música de su compositor habitual, Ryuichi Sakamoto, y de la espectacular fotografía del excelente maestro Vittorio Storaro.
Cámara de oro en los premios alemanes. Nastro d'argento del Sindicato de periodistas italianos.
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