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CRITICA
Por: PACO CASADO
Las dos últimas películas realizadas por John Frankenheimer, director perteneciente a la generación de la televisión, tratan del mismo tema: la libertad.
'El hombre de Alcatraz' (1962) de la pérdida de la libertad entre rejas decretada por la sociedad.
'El mensajero del miedo' (1962), un thriller político de la coacción de esas misma libertad hasta su total destrucción por la guerra fría y el antagonismo en el que se debate el mundo.
Este es el tema de 'El mensajero del miedo' (1962) el de un ex prisionero de guerra que es objeto de un lavado de cerebro y convertido en un asesino para una conspiración comunista, que destaca entre las habilidades del suspense de una novela como la de Richard Condon destinada a llevar a cabo una campaña de impacto en los Estados Unidos, frente a los manejos del enemigo común.
John Frankenheimer ha sabido eludir, en lo posible, las imposiciones de la productora y lo hubiera conseguido totalmente si hubiera contado con un actor de más talla y posibilidades expresivas que Laurence Harvey, cuya aparición siempre nos sorprende porque carece de los más elementales recursos para la interpretación.
El realizador ha luchado con él; a veces para superar sus limitaciones lo coloca de espaldas, le tapa el rostro.
Su falta de expresividad es un buen recurso en la escenas de ausencia de libertad, pero un freno cuando trata de expresar sus sentimientos y responder a las necesidades del tema.
De esta manera la idea del hombre patético, hundido ante una fuerza superior a él que lo maneja como un juguete, pierde intensidad por su incalificable interpretación.
De todas formas el tema queda y en algunos momentos alcanza una gran fuerza gracias a Frank Sinatra que se desvive por suplir el hueco de su compañero y de llevar el suyo con talento de la manera más sobria posible.
Junto a este defecto apuntado resplandece el talento de John Frankenheimer con una dirección de las que escasean, logrando momentos realmente antológicos como en las escenas del lavado de cerebro, en que la forma cinematográfica se acopla al mismo tema y en aquella otra de la conferencia de prensa con la fabulosa idea de que "en el país de la libertad vive un hombre que no es libre", falta de libertad no en el sentido apropiado de la frase, sino en su dimensión antológica.
Por eso, más allá de la anécdota bien construida y apropiada a un público que va a distraerse, nos encontramos con el abismo de esta destrucción del hombre, con una supresión de sus facultades que sobrecoge el alma y nos hace exclamar como el protagonista en los metros finales: "¡Señor!, ¡Señor!".
Precisamente ante este sobrecogedor desenlace se redime todo el film, nos olvidamos de la intención originaria de los productores, de la propia propaganda de un país y de la repercusión nacional de la obra, y alcanza su carácter universal, el sentimiento patético del autor que se lamenta indignado ante un mundo dividido que va destruyendo lo mejor del ser humano.
Nominada al Oscar Angela Lansbury y el montaje. Globo de oro a Angela Lansbury como actriz de reparto. Premio NBR. Premio PGA al guion. Premio OFTA al guion y Angela Lansbury.
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