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CRITICA
Por: PACO CASADO
Presentada en el Festival de cine de Cannes, se trata de una producción de las de verdad que merecen su presencia en las salas especiales, por la categoría de su realización y por lo que supone de experimento expresivo.
Su título tal vez pueda resulta un tanto equívoco, sobre todo para la gran masa de espectadores que piense que va a ver una versión de la vida del famoso gángster John Dillinger.
No es así, aunque no se evita en ningún momento el recuerdo en algunas escenas retrospectivas extraídas de documentales auténticos.
Con esta película, curiosa y compleja, en 1968 Marco Ferreri intenta retratar el vacío y la soledad de un hombre moderno, de cotizada profesión que un día cualquiera al salir de su trabajo vuelve a casa a pasar una noche que resulta vacía.
La historia es la de un hombre que llega a casa de noche y tras tomar su esposa un somnífero para dormir él se mete en la cocina para prepararse la cena.
Entre tanto encuentra un viejo periódico fechado en el 23 de julio de 1934 en el que se anuncia la muerte del famoso mafioso norteamericano John Dillinger que envuelve un revólver escondido entre el menaje.
Lo limpia y engrasa y lo pita de rojo con lunares blancos.
Después pasea por la casa, tiene relaciones con la criada, ve un documental sobre una corrida de toros filmado en España durante unas vacaciones y finalmente dará un cambio fundamental a su existencia.
El cómo pasa ese tiempo el único hombre que prácticamente llena el film, constituye todo el argumento, que se enfrenta con la dificultad inicial de completar su duración a base de pequeños detalles y peripecias alrededor del solitario protagonista.
La esposa y la chica del servicio sólo jugarán unos papeles complementarios a nivel de la frustración de la primera y del disfrute erótico de la segunda, pero con menor categoría que, por ejemplo, la preparación de un exquisito plato culinario o el juego de ver cintas de vacaciones en tanto engrasa el viejo revólver.
Producción densa, inteligente y compleja, Dillinger ha muerto (1968) es una muestra de la madurez de este director.
El director Marco Ferreri cuenta para su extraño relato con un excelente intérprete en Michel Piccoli, que llena la mayor parte de la película, que comenzó aquí una larga colaboración con él que se prolongaría en sus films posteriores.
Todos ellos afirman su estilo original y difícil que hace de Marco Ferreri un autor ciertamente singular.
Premio Nastro d'argento a la mejor historia original.
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