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CRITICA
Por: PACO CASADO
Jack Clayton en su película 'The innocents', que aquí se ha bautizado con el convencional título de 'Suspense!' (1961), nos cuenta la historia de Miss Giddens, hija de un pastor protestante, que es contratada por un prestigioso abogado de Londres como institutriz de sus sobrinos, Flora y Miles, dos huérfanos que viven en el castillo de Bly.
Pronto se da cuenta de que los niños, bajo su inocente apariencia, actúan ambiguamente, como si fueran adultos y guardan un oscuro e inquietante secreto.
Algunos hechos misteriosos y la historia de la institutriz anterior y de un criado del castillo muertos en circunstancias poco claras, llevan a Miss Giddens a un terrible descubrimiento.
El director afronta un tema difícil como es el de la transmigración de las almas, el de la reencarnación que, si bien está fuera de nuestra mentalidad y religión, ocupa el centro en las religiones orientales, ya que muchos millones de seres del planeta creen en ello e incluso lo hacen el centro sobre el que gravitan sus creencias.
Incluso dentro del Nuevo Testamento encontramos abundantes referencias a endemoniados, a personas ocupadas por espíritus malignos.
Queda, pues, bien claro, que debe ser tratado por personas capacitadas y no es en absoluto un pretexto para asustar al espectador.
Lo importante de este film de Jack Clayton, más que la intervención de este elemento de ultratumba que se recoge en la transmigración, es la idea de la muerte que planea sobre toda la historia.
Muerte, elemento conceptual e incorpóreo, que adquiere una corporeidad extraña, muerte alucinante, que nos lleva al terreno de una meditación nerviosa y profunda, que no nos libera, que nos hace pisar tierra firme al abandonar la sala de proyección, que nos reencuentra con nuestro mundo y nos hace recordar los planos del comienzo de la cinta, de una mariposa, de una flor manchada de rocío, de un animal que aletea sobre la piedra.
Jack Clayton ha logrado con una precisión matemática comunicarnos esa sensación de horror, de pesadilla alucinante y lúcida que pedía el tema.
Sobrecoge al espectador que comulga con esta sensación de muerte que late en los labios de la vida misma de ese niño que, en busca de su señor, recita una poesía ornado con los atributos de rey, en un fragmento que nos recuerda los mayores momentos del cine de Ingmar Bergman y que está emparentado con las danzas de la muerte del medievo.
Psicoanálisis y metempsicosis, confusión en la mezcla de lo natural y lo sobrenatural y angustia, están en el fondo de esta película: historia alucinante que transcurre en un ambiente asombroso y sombrío, con la casa rodeada de un parque triste y en cierto modo amenazador.
Traduce bien el misterio, no desprovisto de cierto aroma poético en una época en la que el romanticismo la poesía y el sueño se mezclan en extrañas visiones increíble.
El clima angustiosos se hace en algunos momentos diabólico.
Dirección cuidada y precisa, con un empleo eficiente de las sobreimpresiones y los encadenados que espiritualizan la historia hasta darle un carácter etéreo despojado de la tierra.
Premio Edgar Alan Poe al mejor film. Premio NBR a la cinta y la dirección. Premio de The Guardian.
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