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CRITICA
Por: PACO CASADO
Desde hace mucho tiempo el cine británico siempre ha tenido a un actor y director que se ha encargado de poner en imágenes las más célebres obra teatrales. En su día fue Laurence Olivier quien fundamentalmente versionaba Willam Shakespeare, pero también lo hacía con otros autores como Anton Chejov en Tres hermanas, vista hace poco en Localia.
Después fue Kenneth Branagh que cogió la misma costumbre y ahora parece que la ha heredado Oliver Parker quien tras haber adaptado a William Shakespeare en 'Otelo' (1995) y a Oscar Wilde en 'El marido ideal' (1999), y lo hizo muy bien, lo hace con otra de las obras inmortales del autor irlandés, La importancia de llamarse Ernesto, estrenada en los escenarios en 1895.
No es la primera vez que se ha llevado a la pantalla, ya que con anterioridad lo hizo en 1952 Anthony Asquith, protagonizada por Michael Redgrave, Joan Crawford, Michael Denison, Edith Evans y Margaret Rutherford, aunque se trataba más de teatro filmado que de una obra puramente cinematográfica.
Comedia de enredos en la que dos hombres que están enamorados usan el mismo pseudónimo y de ahi viene las confusiones cómica.
Jack Worthing vive en el campo y acostumbra a hacerse pasar por su inexistente hermano Ernest cuando hace sus escapadas a la ciudad donde lo pasa bien con su amigo Algeron Moncrieff.
Ambos terminan enamorándose de dos muchachas tras resolver algunos líos familiares, lo que hace que la trama sea ingeniosa y divertida, llevada con gracia y estilo lo que le da vivacidad a la película, aprovechándose también de una representación cuidada, sugestivos diálogos, que se echan muy en falta en el cine de hoy en día, y sin cambiar ni un solo matiz del enredo teatral.
La palabra Ernest en inglés puede tener tres sentidos o significados: el nombre de una persona, Ernest, también el significado de serio y en argot gay.
En la banda sonora compuesta por Charlie Mole se incluye la canción 'Lady come down'.
La interpretación está muy ajustada a sus respectivos papeles resaltando la personalidad de Judi Dench y la gracia de Rupert Everett, en imágenes de exacto colorido y adecuada música.
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