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CRITICA
Por: PACO CASADO
Dentro del género de películas universitarias, están las de bromas y gamberradas, las de terror y algunas otras más serias, como es el caso de ésta, 'The Skulls, sociedad secreta' (2000) que pretende poner al descubierto unas sociedades secretas que existen, encubiertas en ellas, que no son las hermandades, sino una especie de sectas que reclutan a los elementos más valiosos e inteligentes para hacerlos sus socios y comprometerlos de por vida, ayudándose unos a otros cuando han salido de la universidad y acabado sus respectivas carreras que hayan cursado.
Luke McNamara es un estudiante de origen humilde, del último curso de una universidad norteamericana que pertenece a la Ivy League, cuyos estudios dependen de las becas, que es aceptado en la llamada sociedad secreta The Skulls.
Éste espera que debido a ello mejore sus posibilidades de ser aceptado en la Facultad de Derecho de Harvard.
En compañía de algunos amigos, Luke investiga acerca de la verdadera naturaleza de la organización y lo que hay detrás del supuesto suicidio de uno de sus amigos.
Tanto Luke como sus mejores compañeros Caleb Mandrake y Will Chloe comparten los mismos valores.
Pero finalmente no ocurre lo que pensaba y por otra parte su vida puede estar en peligro desde ese momento y ello tiene un precio a pagar.
El film muestra los absurdos ritos de este estúpido asociacionismo, su proselitista captación de socios y lo que sucede cuando a alguno de ellos se le ocurre poder llegar a traicionarlos.
La razón es el poder y la influencia que estas asociaciones pueden llegar a tener.
El guion de John Pogue adquiere carácter de cinta de intriga para mostrarnos estas acciones juveniles, guiadas por altos mandatarios del país, como jueces, políticos o magistrados y hasta un increíble rector que actúa como si fuera un auténtico sicario.
La película se queda en lo superficial en lugar de elaborar una trama más profunda e inteligente y creíble que logre transmitir emoción a la intriga que se ha fraguado.
No se explica cómo siendo tan secretas tienen signos externos, como marcas en la piel, que les pueden descubrir fácilmente; por otra parte es bastante previsible y poco original en su desenlace, con una puesta en escena de Rob Cohen, director de 'Daylights: Pánico en el túnel' (1996) y 'Dragonheart (Corazón de dragón' (1996), que no pasan de ser simplemente discretas.
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