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CRITICA
Por: PACO CASADO
'El gran rubio con un zapato negro' (1972), en una paradoja más del séptimo arte, supuso el lanzamiento, no de su director Yves Robert, principal artífice la obra, sino de su principal protagonista, Pierre Richard, un cómico mediocre, favorecido en ese caso por la eficacia de su papel en dicha película.
Desde entonces, el actor francés Pierre Richard ha seguido explotando la fórmula, más en lo comercial que en los artístico, con otros títulos de escasa entidad.
Fórmula, que por otra parte, resultaba ya caduca al segundo o al tercer intento de ponerla en marcha, pero que le ha servido a Pierre Richard para convertirse en el responsable casi absoluto de sus films, pasando incluso finalmente a dirigirlos él mismo como responsable total.
Ahora en 'Yo no soy, es él', que esta es la traducción del título original de esta cinta, a la que se le ha puesto en España 'Un dromedario en el armario' (1980), buscando sin duda el equívoco, Pierre Richard vuelve a montarse una historia para su propio lucimiento personal en torno a un "negro", término con el que, en el argot cinematográfico, se designa a aquella persona que escribe guiones para otro, permaneciendo en la sombra.
Georges Vallier es un famoso guionista autor de comedias y vodeviles, que mantiene celosamente el secreto de la existencia de un genial fantasma, Pierre Renaud, que le hace el trabajo por él.
Este es un tema que fue magníficamente tratado con anterioridad por el director Martin Ritt, en clave tragicómica en aquel caso, en su película 'La tapadera' (The front) (1976), con el tema de la caza de brujas llevada a cabo por el senador McCarthy como telón de fondo.
Aquí, por supuesto, no existe un planteamiento serio, ni un análisis de la situación.
Como indica la propia publicidad del film, es una obra sin mensajes, ni tesis, sin drama.
Lo que ocurre es que si en la parte cómica tampoco se ofrece nada destacable, la cinta de Pierre Richard supone que resulta un verdadero fracaso.
En efecto, la historia es un simple pretexto para una serie de enredos totalmente ingenuos, y de los gags, tanto verbales como visuales, apenas si se podrían salvar dos o tres, en el mejor de los casos.
Tanto la interpretación como la fotografía y la música, están a niveles totalmente elementales y de la dirección ni hablamos, ya que es inexistente.
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