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CRITICA
Por: PACO CASADO
Robert Mulligan es un director de esa generación que llamamos intermedia, entre los grandes maestros del cine de Hollywood y los actuales, a la que pertenecen nombres como Robert Aldrich, Blake Edwards, etc.
Es un realizador que si bien ha brillado en algunos momentos con una gran fuerza con temas de importancia, en otras ocasiones se ha venido abajo.
Pero tanto en unas ocasiones como en otras, nunca se le puede achacar que a lo largo de su filmografía haya tratado temas que no hayan sido más o menos comprometidos, con problemática, sacando a la luz pública problemas que de una manera o de otra interesan a los espectadores de hoy día.
Una de sus más famosas películas fue "Matar un ruiseñor".
Ahora y siguiendo en esta misma línea de interés y de tratamiento de una problemática actual, se ha planteado el caso de una juventud a la que con facilidad se le llama rebelde, cuando lo que habría que revisar donde está esa rebeldía y contra qué se rebela.
Porque como sucede en el caso presente, la sociedad ha hecho unas leyes para defender la hipocresía, la mentira, las falsas apariencias, y se le culpa a una persona cuando llana, sencilla y abiertamente se presenta y expone la verdad de la forma más elemental.
Para exponer este problema Mulligan no ha necesitado más que de la misma sencillez de realización que esgrime como arma su propio protagonista.
Expone sin tomar partido ni dar soluciones, aunque el simple hecho de exponerlo ya sea adoptar una postura.
Largometraje, por supuesto interesante, que corre el peligro de pasar desapercibido.
Muy ajustada la interpretación de sus protagonistas en veterania como E.G. Marshall.
Por último resaltar su buen colorido y partitura musical.
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