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CRITICA
Por: PACO CASADO
Tanto Javier Tomeo, para escribir su novela, como Pedro Costa, para hacer su película, ambas de igual título, se basaron en la crónica negra aparecida en los periódicos de la época que narraba que en la noche del 27 de julio de 1950, en Valencia, María López Ducos, tras una fuerte discusión, empujaba a Salvador Rovira Pérez, de 42 años, aficionado a la bebida con quien convivía desde hacía nueve años, golpeándose con un adorno de hierro que colgaba en la pared ocasionándole la muerte, y haciendo desaparecer el cadáver posteriormente.
Están comenzando los años 50, Salvador y María, dos seres sin suerte en la vida, se encuentran casualmente.
A ella la acaba de despedir de la casa en la que servía.
Salvador es el encargado del cine Oriente, lugar que acoge María para protegerse de la lluvia.
Ambos deciden iniciar una vida en común en la vivienda que tiene Salvador en el mismo cine, pero sus esfuerzos resultan inútiles.
El fracaso, la frustración, la mala suerte que les acompaña, pesan más que sus intentos de ser felices.
María mata a Salvador con un cuchillo de cocina, ignorante de la embarazosa tarea que supone deshacerse de un cadáver.
Pedro Costa, con sus guionistas, han fabulado esta historia y la han convertido en una crónica de la época en la que aún se vivían las consecuencias de una guerra, se pasaba hambre y el público se refugiaba en los cines de barrio de programa doble para cenar un simple bocadillo.
En ese ambiente María, echada de casa al quedar embarazada, abandonó a su hija de 3 años y se dedicó a servir, yendo a parar a un cine de barrio de Valencia donde llegó a convivir con el encargado, otro perdedor que sueña con llegar a entrar en el mundo del toro, del que se ha visto fuera a causa de su cojera.
Pedro Costa, aficionado a este tipo de films basados en la crónica de sucesos reales y macabros, construye la historia, la rodea de personajes bien definidos y nos hace soñar también a nosotros a través de las imágenes que desfilan por la pantalla del Cine Oriente (todas cintas españolas por aquello de la dificultad de los derechos) y su cartelería de grandes películas norteamericanas de la época, en la que el sueño por alcanzar era proyectar 'Lo que el viento se llevó'. (1939).
El crimen, en definitiva, no alcanza más allá del último tercio del film, casi como una forma de justificar la historia de amores pasionales y desafueros que vive la pareja protagonista, en una perfecta ambientación de la época, correcto trabajo de dos actores, habituales de la comedia y desconocidos como cabecera del cartel cinematográfico, Anabel Alonso y Pepe Rubianes, ya que siempre han hecho papeles secundarios, pero dan muy bien el tono de esta comedia trágica con crimen al fondo, justamente detrás de la pantalla donde ocurren otras historias fantásticas y emocionantes que contrapuntean la realidad que esconde el blanco lienzo donde se reflejan o se traslucen las fantasías que hacían olvidar la cruda realidad que les tocó vivir.
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