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CRITICA
Por: PACO CASADO
El cine británico ha puesto de moda las comedias costumbristas en las que con humor trata el problema de una comunidad que puede ser trascendente y vital sobre el cierre de unas minas, o el de unos simples obreros que pintan los postes eléctricos porque no tienen otro trabajo.
Son algunos de los argumentos que hemos visto recientemente en este tipo de películas.
El que se nos presenta en esta ocasión no es tan grave.
Los dueños de los dos únicos bares que existen en una ficticia pequeña población cerca de Glasgow, se apostaron un día su propiedad a jugarse anualmente un partido de fútbol.
El bar de Benny es el más popular, con una clientela encantadora y excéntrica; el pub Bistro es representante de la modernidad más hueca y su dueño es el vanidoso Gus.
Este último encuentro decidirá quien es el dueño de ambos y Gus amenaza con tirarlo.
La historia se adorna con la de los personajes que intervienen en esta lucha desigual, que finalmente quedará de la parte de los más humildes, aunque pueda parecer increíble.
Esta es la ópera prima como director de Mick Davis, el guionista de Nueve semanas y media (1986), que ha captado bien el ambiente de este pueblo, muy semejante al suyo, donde vivió los primeros años de su vida, poniendo en este film algo entrañable que llega fácilmente al espectador, aunque la historia sea bastante previsible, y gracias a la buena labor del equipo de actores.
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