Título: |
LA ISLA DESNUDA |
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Tit. Orig.: |
HADAKA NO SHIMA | |
Nacionalidad: | JAPÓN, 1961 | |
Dirección: |
KANETO SHINDÔ |
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Guión: |
KANETO SHINDÔ |
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Fotografía: |
KIYOSHI KURODA |
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Música |
HIKARU HAYASHI |
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Interpretes: |
TAIJI TONOYAMA, NOBUKO OTOWA, SHINJI TANAKA, MASANORI HORIMOTO |
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Censura: | AUTORIZADA PARA MAYORES DE 14 AÑOS | |
Duración: |
82 MINUTOS |
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Por R.M.
Hemos tomado del númen poético de Juan Cervera Sanchís, el poeta de Lora, el título de esta critica, “Santa vida, Santa tierra, San Sol, San Mar y San Viento, San Hombre y Santa Mujer”, que resume mejor que ningún otro juego de palabras lo que esta película quiere ser y es.
Es una epopeya cotidiana, al nivel elemental del campesino autosuficiente. No es una melancólica aspiración de un pasado rudimentario, al modo del “Salvaje feliz2 de Rousseau, ni tampoco una despreciativa mirada del supercivilizado sobre la familia mínima, que mínimamente lucha contra el difícil pedazo de tierra que les ha tocado en suerte cultivar.
Es más bien una contemplación épica y emocionada de la difícil y honrosa vida del pionero, del que ensancha la tierra, en este caso, haciendo fructificar un peñascoso y árido islote, comido por soles y vientos.
No se trata de un retorno a la barbarie, porque esta familia dispone de ingeniosos mecanismos de todo tipo, original en la civilización chino-japonesa, con los que ayudarse frente a la naturaleza. Es la desproporción entre las fuerzas humanas y la tarea emprendida, ese terrible foso que solo se salva con un ánimo ejemplar, lo que nos subyuga, lo que nos fascina en forma desconocida.
Hay que recordar que “Hombres de Aran” y “Los dientes del diablo” para situarse ante precedentes de este film. En especial, el histórico cortometraje de Flaherty prologa “La isla desnuda”.
El impulso telúrico que lleva al hombre a luchar tan duramente contra la aspereza de un mundo hostil, que solo lentamente concede sus frutos, en mínima proporción con el sufrimiento invertido, está a punto de apagarse cuando el frío de la muerte roza este caluroso afán humano.
Porque los protagonistas definitivos de este film insólito y ejemplar son la vida y la muerte. Y puesto que la muerte solo poda aquí y allá el árbol frondoso de la vida, en fin de cuentas es la vida el único solemne protagonista de esta historia.
Son las plantas, tan duramente cultivadas, tan difícilmente agarradas a las empinadas pendientes, son los hombres tan tenazmente aferrados a una supervivencia y a un progreso. En lo difícil, en lo improbable, admiramos el esfuerzo de la vida – esa gran improbabilidad de nuestro universo-, mucho mejor que en circunstancias más favorables.
La realización de kanto Shindo es delicada, meticulosa, suavemente matizada, elaborada con mimo, con esa pasión y diluida, retenida, mansa pero incontenible, de los muy observadores o de los muy experimentados.
Está hecha con la paciencia de un orfebre plateresco occidental o de un oriental incrustador de laca.
La plástica se articula hacia la simplicidad, sobre una base de honradez periodística, que le lleva a explorar los rostros, una y otra vez, y a detenerse sobre las peculiaridades.
Nada reiterativa, nada monótona, nada lenta, para una sensibilidad atenta, que descubra las suaves transiciones, las diferencias entre momento y momento, entre plano y plano.
Un ritmo exacto, a tono con el ceremonioso realizar de un trabajo fatigoso, tan largo e insitente que excluye por su propia naturaleza todo apresuramiento, tan deliberado y concreto todo en un acto de culto.
Sobre el volcán hecho islote, sobre el islote hecho huerta, el hombre trabaja como si enzarzara. Y es, de hecho, como en los tiempos antiguos o entre los hombres del oriente, un altar natural, en el que incluso veremos subir, desde la cima, el humo del más antiguo de los cultos humanos.
En fin, estamos ante una película de rara pureza, de aroma inconfundiblemente estético, en el que el espectáculo no ha sido ni presentido.