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Según las directoras, emigrar es un proceso doloroso independientemente del lugar donde uno venga, pero en el caso de los cubanos toma un giro particular porque implica un desarraigo doble: el de la cultura y el de un sistema político. El desfase es perpetuo. Nosotros somos la memoria viva de un mundo que desapareció, de un mundo que hubiera podido parir otra sociedad. De ahí esta especie de nostalgia que impregna nuestra existencia. Como cuerdas que vibran en el vacío, no encontramos resonancia ni en la Cuba actual, ni en otro sitio. Y esto nos conduce inevitablemente a cuestionarnos sobre nuestra identidad, a explorar el país fósil anclado en nosotras y a través de él nuestro propio imaginario.