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SINOPSIS
En un remoto valle del Pirineo aragonés se canta la leyenda de Armugán. Se dice que se dedica a un oficio misterioso y terrible del que nadie quiere hablar. Cuentan que Armugán se desplaza por los valles aferrado al cuerpo de Anchel, su fiel servidor y que ambos comparten el secreto de una labor tan antigua como la vida, tan terrible como la misma muerte...
INTÉRPRETES
GONZALO CUNILL, DIEGO GURPEGUI, NÚRIA LLOANSI, IÑIGO MÁRTINEZ, NÚRIA PRIMS
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- Festival de cine español de Nantes: Premio Julio Verne
- D'A Film Festival
- Festival Internacional de Tallín: Premio del Jurado Ecuménico a Mejor película, Mejor música
INFORMACIÓN EXCLUSIVA
NOTAS DEL DIRECTOR...
Es habitual que la primera pregunta que se plantee en la presentación de una película sea: “¿de dónde surgió la idea para hacer esta película?”. Contestar a esta pregunta supone remitirse a un conjunto de inquietudes que se recogen en mi filmografía y que abarcan cuestiones relativas al concepto de “vida”. En ocasiones precedentes, he tratado de abordar esta cuestión desde una perspectiva eminentemente política y no ha sido hasta ahora, que me he atrevido a considerar una aproximación existencial.
Hablar de la muerte como parte de la vida constituye la idea central de ‘Armugán’. He tratado de encarnar el relato capaz de soportar el desarrollo de esta idea, a partir de un personaje inscrito en una realidad cultural cercana, aunque represente, en cierto modo, un símbolo perdido en el recuento de tradiciones extinguidas.
Armugán es un personaje de ficción. No obstante, su figura como icono de una tradición presente en una gran diversidad de pueblos mediterráneos y de la cordillera pirenaica, refleja una tradición que cumple, precisamente, con la noble función de acompañar en el tránsito entre la vida y la muerte.
La antigua sabiduría comunitaria que mantuvo viva la actividad de estos “acabadores” interpela la tendencia de las sociedades actuales a mantener la fragilidad de la vida y su naturaleza transitoria lo más alejada posible de nuestras cuitas diarias.
Sin embargo, el falso recurso de negarle a la vida su auténtica dimensión contingente choca de forma obstinada con la verdad de los cuerpos expuestos al implacable acecho de la decadencia, la enfermedad y la muerte.
Hoy más que nunca nos vemos colectivamente urgidos a no demorar el debate bioético sobre cómo merecemos vivir nuestra inevitable relación con la muerte.
Esta película pretende invitarnos a esa reflexión universal y colectiva. Quiere hacerlo enfatizando la belleza y la tradición. La naturaleza y el valor de la aceptación. La conciencia y la libertad de credos. Quiere hacerlo también asumiendo el siempre incómodo acto de señalar hacia ese lugar que preferimos ignorar, a pesar de sus insensatas consecuencias, pues la verdad jamás podrá ocultarse tras una falsa promesa de eternidad.
‘Armugán’ es un poema visual sobre ese último viaje que no siempre llega en el momento esperado, ni bajo una lógica que permita contemplarlo como un proceso “natural”. Por ello, naturaleza y espíritu se han querido fundir en un relato de pocas palabras, cargado de gestos y relaciones
entre seres pensantes y bestias. Hemos producido símbolos y metáforas en lugar de discursos cerrados. La vida germinada tras el cristal alimentada por el hálito humano, rocas inertes marcadas por señales inequívocas de un pasado remoto, el territorio invisible que envuelve aquello que llamamos “vida”, para hablar de la muerte.
Ese diálogo secreto es donde palpita el corazón de Armugán. Donde brota su esencia.
A menudo, quienes trabajamos persiguiendo sueños, intentando atrapar esencias misteriosas y sensibles, despertamos inesperadamente en territorios donde se confunde la ficción con la realidad y viceversa.
Acontecimientos de la vida ordinaria contienen crípticos mensajes que desbordan las líneas del guion. En este caso, la muerte de mi padre sacudió lo que debía de ser otra alegoría más. Sin avisarlo, me encontraba frente a frente con la verdad de lo tramado con meras palabras. Sombras enmascaradas alterando lo que hasta ese momento llamaba “mi vida”. Nada parecía real por la profunda sensación de interinidad en la que se había percepción de lo cotidiano, las relaciones con el resto de mi familia. Mi forzada posición frente al abismo del más allá.
Absolutamente todo amenazaba con resignificarse de forma inmediata y brutal, sin tiempo ni posibilidad de detener aquella fuerza emocional devastadora. A pesar de su despiadado sincronismo, nada de lo vivido en aquel evento podía ser devuelto a la ficción. Mi película debía ser fiel a esa contención con la que me propuse crearla.
Debía mantenerse en el nivel de detalle y silencio que me podía permitir especular, antes de sentir, en el propio cuerpo, el vacío insondable de la muerte de un padre.
Por ello decidí situar la película en un entorno, en un lugar, donde pudiera hablar de la muerte como parte de la vida.
Durante varias décadas, ocultar la muerte ha tenido que ver con la promoción de un estado de permanente optimismo, adecuado a la atmósfera de consumo y confianza que sostiene la economía y la lógica capitalista.
La naturaleza, sin embargo, siempre termina imponiéndose. Un virus microscópico puede poner en evidencia toda la narrativa construida para hacernos olvidar la fragilidad de los cuerpos y la transitoriedad de la existencia.
Resulta muy revelador comprobar cómo históricamente se ha expuesto el debate bioético en torno a la muerte digna en la ficción. Desde 1981, con ‘Whose life is it anyway’, basada en el texto teatral de Brian Clarck, hasta las más cercanas ‘Mar adentro’, estrenada en 2004 y firmada por Alejandro Amenabar, o ‘Chronick’, realizada en 2015 por Michael Franco, el debate se sitúa en colectivos cuya voluntad de morir resultaba comprensible por su condición.
Personalmente, considero esta reducción doblemente peligrosa y he tratado de alejarme de ella. Por un lado, en mi trayectoria he trabajado con colectivos afectados por dolencias graves y limitaciones físicas muy severas que reivindican su pleno acceso a la vida. En el otro extremo, en los últimos años hemos asistido a casos como el de Noa Pothoven, una joven físicamente sana, pero moralmente devastada, que reclama el derecho al suicidio asistido.
Ciertamente, el debate bioético en torno a la muerte digna no puede reducirse a un colectivo cuya muerte pueda considerarse “lógica”, “comprensible” o incluso “deseable”.
Sabemos que la sombra de la eugenesia planea sobre esas consideraciones y debemos por consiguiente abordar el tema de forma valiente y amplia. Superar el actual punto de partida: “la eutanasia para unos pocos”. Eso es lo que he tratado de sugerir en el guion de ‘Armugán’, aún al precio de violentar la poética de un film que podría haberse limitado a plantear lo accesible, en lugar de perturbar su propia lírica y precipitarse hacia dolorosos territorios de difícil trasiego.
De este modo, ‘Armugán’ no persigue una verdad unidireccional. La confrontación silenciosa entre los personajes de Armugán y Anchel muestra formas distintas de contemplar la vida, ya sea como un ciclo en permanente transformación o una realidad inscrita en la temporalidad de un cuerpo y una identidad personal. Efectivamente existe una dimensión que traspasa los límites de la ciencia en este debate. Es precisamente el territorio que confronta el personaje de Armugán la posición materialista de Anchel.
Para Armugán, el oficio de acabador cristaliza “en ese instante en que el amor vence a la muerte”, mientras que para Anchel “la muerte es la cura para la vida”, para una vida convertida en una condena añadiría.
La tensión entre esas dos posiciones es la que proyecta y da sentido a esta película.
Una película que habla de la vida debe mantenerse viva durante su escritura, su producción y su montaje. Debe ser sensible y atenta a lo imprevisto. Permeable a las posibilidades que la naturaleza pueda aportar. Al concurso de los animales y los elementos. De la creación, viva, no sometida a los rigores de la industria para cosificar un producto, sino a la delicada confección de una pieza, tal vez imperfecta, pero extraordinaria por su singularidad. Este era uno de los mayores desafíos para un artesano comprometido con una creación que además persigue captar la belleza del instante, que debe reflejar la cotidianidad de quien mora en la observación de los ciclos de la naturaleza.
Un equipo reducido, joven y comprometido hizo posible mantener el equilibrio entre la aplicación de una metodología cercana al documental contemplativo, con la producción de ficción. Es preciso mencionar que la hospitalidad e identificación con la propuesta artística y conceptual del film por parte de los habitantes de la región del Sobrarbe, potenció la integración de nuestra ficción en el territorio e hizo posible los intangibles que deben lucir en este tipo de propuestas.
ENTREVISTA AL DIRECTOR...
En primer lugar, ¿cuándo y cómo nace el proyecto?...
En 2018 estuve en Cuba preparando una película, una comedia con música y mucho color. Volví a Barcelona en Navidades para saludar a mi familia y en ese momento mi padre enfermó. Después de 40 noches murió en casa, en paz, en mis brazos. Fue una experiencia brutal y luminosa a la vez, llena de revelaciones profundas. Mi proyecto anterior ya no tenía sentido, por lo que me propuse reflexionar y escribir sobre mi experiencia centrándome en la necesidad colectiva de mirar a la muerte a la cara, de estar preparados para vivir uno de los momentos más trascendentes de la vida.
La película juega mucho con los silencios y tiene toques de realismo mágico. ¿Cómo trabajaste en el guion de la historia y la construcción del mundo de los personajes?...
Creo que se trata de un enfoque observacional, más que de realismo mágico, o al menos esa era mi intención. Mi personaje es el resultado de un conjunto de experiencias ajenas y, a su vez, de la observación de la naturaleza, de la realidad y de todos esos cambios que la componen. Armugán no tiene tiempo para las palabras, porque dedica toda su existencia a documentar estos cambios, a estar atento a los detalles.
Se abstrae del ruido del mundo para profundizar en el momento presente y revelar su naturaleza impermanente. Esto le aporta una sabiduría natural; una empatía por todo lo que está vivo, ya sea visible o invisible.
¿Cuál fue el mayor desafío durante el rodaje?...
Podría mencionar cualquiera de los retos artísticos que implican la ambición de representar situaciones tan sencillas y a la vez tan complejas como las que plantea Armugán. Honestamente, lo más arriesgado fue mantener a salvo a mi protagonista. Iñigo, el actor principal, acababa de salir de una operación de cerebro a vida o muerte, y para él esta película representaba mucho más que un simple trabajo.
El hecho de tenerlo en el plató, con su cuerpo expuesto en ese límite de absoluta fragilidad, nos aportó el tono exacto de lo que estábamos narrando.
¿Cómo ha cambiado tu relación con el tiempo y la muerte después de rodar Armugán?...
Cualquier película comienza mucho antes de ser producida, en la mente de su autor. Para mí, lo más formidable de Armugán es que fue financiada y producida solo seis meses después del evento que generó toda la aventura. Acompañar a mi padre en el final de su vida fue el origen de este camino, y la verdadera magia fue la capacidad de esta historia para tomar forma de una manera tan oportuna y superando grandes dificultades. Incluso ahora, conseguir estrenarse en medio de una pandemia, en este contexto, demuestra lo que la película trataba de explorar en términos de sentimientos interiores. Ese es el verdadero poder de esta película: ¡se convirtió en una metáfora en sí misma!
¿Estás trabajando en algún proyecto nuevo?...
Acabo de regresar de IDFA, donde presenté mi nuevo proyecto, titulado Burn the Cuckoo’s Nest, un documental sobre la segunda venida del LSD.
Se trata de una experiencia de realidad virtual completa, así como una película multiformato. Estoy muy emocionado con este proyecto, que puede contribuir a transformar algunos paradigmas de la narrativa documental y las experiencias inmersivas, pero también presenta un enfoque sólido para las nuevas intersecciones entre ciencia y filosofía.
GALERÍA DE FOTOS
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