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NOTAS DE DIRECCIÓN...
Hasta ahora sólo conocía la obra de Aníbal González. Para mi era un absoluto misterio su vida, la de un hombre capaz de sostener un proyecto faraónico en un tiempo de penurias y conflictos. Cuando leí que su origen era humilde y acabó pobre, que fue apartado de la dirección del proyecto dos años antes de su inauguración, que fue disparado por los mismos obreros que él defendía frente a la patronal, que se codeó con la generación más brillante de escritores de este país, que reurbanizó y dio a Sevilla algunas de sus señas más características… la curiosidad se convierte en obligación, la de trasladar a la sociedad una historia única y conmovedora.
La posibilidad de explorar en paralelo una vida llena de luces y sombras, con protagonismo en momentos cruciales de la historia y sobre todo, ligada a algunas de las obras más singulares de una ciudad como Sevilla, se me antoja una delicia visual de gran interés cultural.
Recorrer los interiores de la Plaza de España, el Pabellón Real o el Mudéjar, el Parque de María Luisa o las numerosas construcciones en la sierra de Aracena conforman un viaje apasionante por una época en busca de un estilo propio en la arquitectura, la eterna lucha entre las vanguardias y el clasicismo que impregnó una ciudad de belleza y arte.
Hoy en día, Aníbal sigue más vivo que nunca. Salen a la luz numerosas publicaciones y estudios sobre su obra, se ha erigido una estatua frente a la Plaza de España pero sobre todo, el mayor logro es la aprobación para el diseño de un museo que conmemore su figura en una ciudad que mira de cerca los fastos del centenario de la Exposición del 29. Todo esto son factores que intentan poner en relieve una figura imprescindible que dejó una huella eterna en una ciudad de indescriptible belleza como es Sevilla.