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NOTAS DE LA DIRECTORA...
La historia de Alemania nace de la necesidad de reconstruir una parte de mi historia familiar, sobre todo de un momento específico de mi adolescencia que resultó ser bisagra en muchos sentidos. Cuando tenía 14 años, mi hermano, seis años mayor que yo, tuvo su primer episodio bipolar. Su estado de ánimo empezó a oscilar entre la manía y la depresión, sufría de insomnio, delirios místicos, entre otras cosas. En ese momento no había un diagnóstico claro y mi incapacidad de no poder distinguir cuando era él y cuando era el trastorno hizo que inevitablemente el vínculo entre los dos se fuera desgastando. A medida que las crisis se iban sucediendo, nuestra relación se volvió cada vez más compleja y errática.
Esta situación nos atravesó como familia, mi hermano menor era muy chico, mis viejos estaban desbordados, pasaron varios médicos y diagnósticos errados, y este escenario nos volvió a todos un poco disfuncionales. Al mismo tiempo, hoy siento que viví esos años que quedaban de mi adolescencia con bastante más libertad porque mi mamá y mi papá estaban ocupados con otra cosa y eso me dio más autonomía para explorar otras cosas.
Cuando apareció la posibilidad de hacer un intercambio de un semestre en un colegio en Alemania sentí que era algo que tenía que hacer. Tenía 16 años y lo único que quería era irme de casa y vivir otras experiencias que me ayudaran, entre otras cosas, a entender mejor lo que le estaba pasando a mi hermano.
Más allá de que estas experiencias atravesaron la escritura del guion, la película es una ficción creada a partir de destellos de una memoria deformada por las emociones y el paso del tiempo. Quizás, lo más singular de esta historia es que cuenta una mirada sobre la bipolaridad a través de los ojos de una hermana, en una época en la que había menos conocimiento sobre ese trastorno. Me parece una mirada que no fue tan contada hasta ahora.