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“Si la música es el sustento del amor, que siga sonando”, escribió William Shakespeare hace más de 400 años, para recordarnos cómo la música puede inspirar y conectar con nuestras emociones de una forma más profunda e intensa que las meras palabras. No es de extrañar, pues, que el cine haya decidido aprovechar el poder de la música para reflejar y reforzar el fuerte vínculo de la gran pantalla con el espíritu humano. Nadie sabe eso mejor que el realizador John Carney, cuya película de 2006 “Once”, pasó de ser el gran hallazgo del Festival de Cine de Sundance a ganar el premio Independent Spirit a la “mejor película extranjera”, además de ser candidata a un premio Grammy por su banda sonora y ganar el Óscar a la “mejor canción original” por la balada romántica “Falling Slowly” (compuesta e interpretada por las estrellas del filme, Glen Hansard y Markéta Irglová). La obra de teatro basada en la película conseguiría hacerse posteriormente con el premio Tony al “mejor musical”.
Ahora, Carney aporta su particular perspectiva a la ciudad de Nueva York para crear otra película que documenta el poder de la música y su capacidad para cambiar las vidas y los destinos de dos almas que luchan por salir adelante. Para Carney, la idea de la película surgió a partir de la relación entre Gretta y su novio músico, Dave. “Quería hacer algo con la idea de una pareja que trabaja junta en el mismo terreno artístico, y lo que pasa con la relación cuando dejan de estar en igualdad de condiciones y la carrera de uno de ellos despega. ¿Qué sucede con la intimidad, la confianza y la lealtad cuando la fama hace acto de presencia?”.
Gracias al excepcional e intenso guión con el que contaba, Carney logró interesar por el proyecto a una interesante combinación de veteranos y novatos de todas las ramas de la industria del entretenimiento. “Lo que tenemos es una mezcla increíble”, observa el productor Anthony Bregman.
Aunque pueda parecer antiintuitivo, Carney retrasó cuanto pudo el momento de componer las canciones, ya que quería que sus personajes adquirieran solidez a través de los diálogos y la acción, para que la historia de la película se sostuviera por sí misma antes de añadirle música que complementara y apoyara el guión. Eso supuso que la mayor parte de la gente que trabajó en la película leyó un guión en el que simplemente se indicaba dónde irían las canciones y cómo funcionarían, sin contar con ninguna letra ni melodía que les sirviera de orientación. “Escribir así conlleva cierto elemento de confianza”, admite Carney