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SINOPSIS
Los hermanos Mason y Samantha trazan un recorrido tanto emocional como trascendental, desde la niñez a la madurez, por un periodo de doce años...
INTÉRPRETES
PATRICIA ARQUETTE, ELLA COLTRANE, ETHAN HAWKE, LORELEI LINKLATER, TESS ALLEN, JONATHAN BELL, ANDREA CHEN, MEGAN DEVINE, SAM DILLON, SHANE GRAHAM, BRAD HAWKINS
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La película es un drama de ficción rodado durante cortos periodos a lo largo de 12 años con los mismos actores, convirtiéndose en un recorrido único, épico y a la vez íntimo, a través de la euforia de la niñez, los cambios casi sísmicos de una familia moderna y el paso del tiempo. El cine siempre ha jugado con el tiempo en un intento de robar algunos de los momentos de nuestras vidas y plasmarlos en una pantalla para aportarnos cierta perspectiva, o también se ha sumergido en dimensiones míticas y oníricas donde el tiempo se hace elástico. Sea como fuere, casi todas las películas de ficción, por una necesidad puramente práctica, se ruedan en periodos cortos de semanas o, como mucho, meses. Pero, ¿es posible rodar un drama contemporáneo durante un periodo de tiempo mucho más amplio, en el tiempo real que tarda un niño en evolucionar año tras año, cambio tras cambio, hasta convertirse en un joven adulto? Esta es la cuestión que se planteó Richard Linklater hace doce años al empezar a desarrollar este largometraje. Todo empezó cuando el director pensó en una película acerca de las emociones, tan especiales y difíciles de describir, que se experimentan durante la niñez. Pero la niñez abarca muchos aspectos, y no estaba muy seguro de por dónde empezar. Entonces se le ocurrió una idea. “¿Por qué no intentamos abarcarlo todo?”, fue una de las preguntas que recuerda hacerse.
El director era perfectamente consciente de que había un sinfín de razones por las que un proyecto semejante era casi imposible de realizar. Creativamente hablando representaba un reto inconcebible e imposible de financiar: ¿qué equipo artístico y técnico, y qué productora se comprometería durante un periodo tan largo? Además, su plan de rodaje iba totalmente en contra del funcionamiento actual de la industria cinematográfica. Pero se lanzó de cabeza.
“Fue como dar un salto al futuro”, recuerda Richard Linklater. “En la mayoría de aventuras artísticas, uno se esfuerza en mantener el control, pero en este caso habría numerosos elementos totalmente fuera del control de cualquiera de nosotros. Los cambios no solo serían físicos, sino emocionales, y deberíamos acoplarnos. Estaba dispuesto a que naciera una colaboración entre mis ideas iniciales y la realidad de los cambios por los que pasarían los actores en ese periodo de tiempo. En cierto modo, la película se convirtió en una colaboración con el tiempo mismo. Y el tiempo demostró ser un buen colaborador, aunque no siempre muy predecible”.
En vez de ceñirse a un guión convencional, el realizador se limitó a redactar un esquema estructural que le permitió conseguir el apoyo a largo plazo de la productora IFC Films, que nunca dudó en seguir adelante durante un rodaje repartido en más de una década. A continuación se puso en contacto con los posibles candidatos artísticos y técnicos, a los que explicó cómo funcionaría un calendario de rodaje tan irregular: todos deberían reunirse una vez al año durante los 3 ó 4 días en que pudieran coincidir para rodar. Después de cada rodaje, Richard Linklater montaría, con su habitual colaboradora Sandra Adair, y escribiría el siguiente paso de la historia. Durante esos 144 meses, nadie excepto ellos sabría exactamente qué habían creado y solo se podría entender la amplia perspectiva de la película después de la última filmación.
El compromiso que se requería a los actores no tenía nada que ver con una película o telefilm normal. Para empezar, todos tenían que coordinarse para coincidir unos días durante doce años seguidos. Pero lo que es aún más importante, debían estar dispuestos a explorar sus personajes anualmente durante un largo periodo y en circunstancias cambiantes.
No solo los actores debían saltar al vacío, también tendrían que ser pacientes hasta ver los resultados, algo a lo que Hollywood no está acostumbrado. Explicar de qué se trataba a quien no estuviera involucrado en el rodaje era tan complicado que Richard Linklater prefirió no hablar del proyecto mientras rodaba otras películas. Uno de los problemas insalvables del tiempo es que va de la mano de la incertidumbre y el azar, por lo que rodar la película presentaba riesgos considerables. “Además de los temores habituales, también temblaba pensando cosas como ‘¿Y si Ellar se muda a Australia?’”, reconoce Richard Linklater. “Al final, incluso llegué a decir: ‘Ethan, si me muero, tú tienes que terminar la película’”.
Pero el tiempo entregó al director un espacio creativo sin precedentes que puede resumirse en la posibilidad de contemplar cada elemento de la película sin prisas. “Fue increíble disponer de un tiempo de gestación tan amplio”, dice. “Nunca me había pasado, y dudo que vuelva a tener una oportunidad semejante”.
Desde el principio, encontrar al niño en torno al que gira la historia fue. “Buscamos a un chico que se comprometiera durante doce años, y ningún niño de 6 ó 7 años puede hacer planes a tan largo plazo”, explica Richard Linklater. “Era una especie de locura. Entrevistaba a niños y no dejaba de pensar en lo que se convertiría al crecer, cómo sería su vida”.
Cuando el joven actor mira hacia atrás, se alegra de haber podido trabajar en un ambiente protegido, aislado de los medios.
Entre los recuerdos borrosos que Ellar Coltrane tiene de los primeros años de rodaje sobresalen algunas imágenes más claras. Recuerda que, al principio, Richard Linklater le guiaba y debía memorizar los diálogos. A medida que creció con Mason, su personaje, empezó a abrirse y a utilizar su instinto creativo, por lo que la experiencia se hizo cada vez más satisfactoria.
La estructura de la película se apoya en una sensación de dinamismo, de movimiento, por lo que el espectador es consciente de la trayectoria temporal y del paso del tiempo, aunque se deje llevar por el día a día de la infancia de Mason.
En opinión de Richard Linklater, gran parte del concepto consistía en permitir que la película diera la sensación de fluidez, de conjunto, y evitar que reflejara los tiempos muertos entre cada rodaje anual. Técnicamente hablando, significaba seguir con las decisiones originales durante doce años.
También fue una apuesta arriesgada rodar toda la película en 35 mm, ya que empezaba a ser un formato en vías de extinción. “Hacia el final del rodaje, fue cada vez más difícil rodar en 35 mm”, dice. “Pero nos ayudó a conseguir la fluidez deseada”. En cuanto a mantener la fluidez entre tantos rodajes, gran parte del mérito se debe a un cuidadoso trabajo de preproducción, desde la búsqueda de localizaciones, hasta un minucioso trabajo de casting para no tener sorpresas de última hora. Hubo algún que otro momento de caos, pero el director insiste en que todo fue mucho más sencillo de lo que esperaba.
Cuando acabó el último rodaje, la película estaba casi terminada porque Richard Linklater y Sandra Adair la habían montado cada año. El montaje que quedaba por hacer era mínimo. “Todo encajaba”, dice Richard Linklater”, aunque era más larga de lo que tenía previsto. Había pensado en diez minutos por año para llegar a 120 minutos, pero al final del primer año comprendí que no funcionaba así. Decidí dejar que la película fuese lo que necesitase sin imponerle esa clase de restricciones. Tiene algo de épico y, a la vez, es muy sencilla e intimista”.