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El mea culpa del escritor, cuya filmación se muestra por primera vez al público, marca la línea narrativa de una historia, en la que aparecen además testimonios de Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Jean-Paul Sartre, Jorge Edwards, Guillermo Cabrera Infante, Carlos Fuentes y Fidel Castro.
'El caso Padilla' es un documental sorprendente que abre una ventana para explorar en uno de los aspectos del pasado de Cuba que persisten en su presente y en muchos otros países: la falta de libertad de expresión y la lucha de los artistas por obtenerla.
NOTAS DEL DIRECTOR...
La manera en que la filmación de la autocrítica de Heberto Padilla llegó a mis manos, puede que merezca una película, pero esa no es esta.
Recuerdo que la primera vez que lo vi, en una vieja máquina de video que pedí prestada, tras un arranque lleno de suspense que me aferró a la butaca, me fui agotando. Apenas visualicé una hora de las más de tres de metraje. Aquel hombre histriónico al extremo, repitiendo una y otra vez las mismas frases que lo rebajaban como persona a lo mínimo, no me resultó demasiado atractivo. Con el tiempo entendí que el hecho de no haber leído ninguno de los poemas ni los otros textos escritos por Heberto Padilla previamente, jugaba en contra de mi percepción y capacidad para extraer de aquel discurso agobiante, lo verdaderamente importante.
Esa ha sido mi misión: lograr que ese material, lleno de sutilezas y revelaciones ocultas entre un excesivo manantial de palabras perfectamente hilvanadas, fuera legible para todo el que no tenga referencia directa del caso. Ha sido duro.
El momento llegó aparejado a la pandemia del Covid.
Muchos de mis proyectos profesionales se empantanaron y finalmente, después de muchos años, tenía tiempo, tiempo para hacer lo que me diera la gana. Tiempo que también ha coincidido con una nueva ola represora en mi país en contra de periodistas, escritores y artistas.
Estos sucesos me empujaron a crear nexos entre aquel año 71, que fue el preámbulo del periodo de más represión cultural en mi país y estos tiempos, que ahora desde la distancia que me genera el hecho de vivir en Madrid, yo miro con el mismo dolor, pero desde otra perspectiva. Y entregué todas mis energías al Caso Padilla. Tenía que hacerlo.
Desde el inicio tuve claro una cosa y era “contar” la historia; no “reinventarla”. Por eso decidí trabajar únicamente con material de archivo. Tomé la determinación de no entrevistar a nadie hoy día, aunque sobraran testigos esparcidos por el mundo prestos a ello.
La distancia en el tiempo hace que miremos atrás con una visión más sabia y procesada. Vemos muchos documentales en los que la gente sonríe cuando rememora casos que les infringieron dolor o viceversa.
Hasta el propio Heberto Padilla escribió y comentó más de una vez, su propia versión del evento, probablemente sincera desde su punto de vista, pero que también se pudiera desvanecer o al menos ser cuestionada cuando uno ve aquel lamentable performance con sus propios ojos.
Han sido horas, horas y horas de desvelo rastreando materiales desde casa, pues estaba preso en ella a causa del virus por entonces mortal. Gracias a ello logré navegar hasta sitios en los que jamás me había colado como cibernauta, como la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos, los archivos fílmicos de la URSS, o leer y escuchar agotadores discursos de Fidel Castro. Lo he escuchado más en dos años de trabajo, que en las cuatro décadas que conviví con su persistente presencia.
Estamos ante una película sostenida por un documento histórico que ha permanecido resguardado durante medio siglo en las arcas más inaccesibles de los archivos cubanos. Una revelación, que hará replantearse a más de uno, su visión sobre la llamada Revolución cubana.