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NOTAS DEL DIRECTOR...
No había terminado de leer "El baile de la Victoria" y ya la estaba rodando dentro de mi cabeza. Y eso que yo no leo novelas pensando en cine, ni buscando historias que adaptar. Creo que lo que más me atrajo fueron, sobre todo, los tres personajes principales. Quería pasar más tiempo con ellos. Me habían enamorado.
Lo más importante que tienen en común todas mis películas viene de la necesidad que tengo de amar a los personajes. Nunca he sabido ni he querido hacer películas sobre personajes que no me gustan, con los que no establezco una relación afectiva.
También me gustaba mucho la mezcla de géneros, algo que he practicado muy a menudo en mis películas. Aquí también la tragedia, el humor, el romanticismo, el thriller ¡y hasta el western! coexistían de una forma poética, armónica.
Aunque la acción de la película podría haberse situado en cualquier país que ha salido de una dictadura, desde el primer momento sentí que debía rodarla en Chile, en Santiago. Quería conservar la geografía del libro de Skármeta. Veía mi película como una historia de sentimientos desbocados, profundamente romántica, pero en un escenario real. Quería que los personajes se movieran por la realidad para, poco a poco, ir despegando y echar a volar.
Las primeras versiones del guión las hice con Jonás, mi hijo. Él había escrito ya varios guiones y me daba envidia que hubiera otros por ahí trabajando con él y yo nunca lo hubiese hecho. La química fue perfecta. Él tenía la edad del personaje joven y yo la del personaje maduro. Trabajamos en una gran armonía, con gran entendimiento y nunca discutimos ni nada, lo pasamos muy bien.
Después fui a Santiago e hice una nueva versión con Antonio Skármeta, con especial atención a los diálogos, para devolverle el lado chileno a todo lo que nosotros hubiéramos podido “castellanizar”. Posteriormente todavía Jonás y yo hicimos un par de versiones más hasta llegar a la definitiva.
Pensé en Ricardo Darín desde el principio, desde que estaba leyendo la novela. No sólo era perfecto para el personaje, era también el actor con quien más ganas tenía de trabajar. Cuando comenzamos el guión, el rostro de Vergara Grey era el de Ricardo. E hice que el personaje fuera un ladrón argentino que sale de una cárcel chilena porque quería hacer un traje a la medida a Ricardo.
Encontrar a Ángel y Victoria fue más complejo. Hice castings en distintos países. A Abel, a quien recordaba de su genial trabajo en "El Polaquito", lo acabé encontrando en casa, pues estaba en San Sebastián viviendo y trabajando. Cuando le vi, supe que había encontrado a Ángel. De hecho, él era más Ángel que lo que estaba escrito en la novela o en el guión. Fue un milagro y no puedo ni imaginar la película sin él. Creo que he tenido una suerte tremenda de encontrarlo. Y trabajar con él ha sido un auténtico placer.
El personaje de Victoria es el que más ha cambiado con respecto a la novela. Es una total recreación, una reinvención, y ello afecta a toda la historia y a los otros personajes, especialmente al de Ángel que es el que más se relaciona con ella. Encontrar la "nueva" Victoria era un desafío y mi intuición me decía que debía ser una bailarina.
Y entonces pasó una cosa bastante mágica: antes de empezar el casting, cuando vine a ver localizaciones a Chile, pasé por la escuela del Ballet Nacional en el Teatro Municipal. Entre el grupo de bailarinas que estaban ensayando vi al fondo a una cría de unos 16 años. La miré a lo lejos y pensé “esa es Victoria”, pero como eso me parece en general una estupidez, me "olvidé" de ella e hicimos el casting por toda una serie de distintos países. Al final volví aquí e intenté localizar a aquella chica que había visto. Le hice una prueba y vi que, efectivamente, aquella chica que yo había visto, era Victoria, era “mi Victoria”: Miranda Bodenhöfer. Y creo que no me he equivocado.
Una de las cosas con las que estoy feliz es con los actores de esta película. Y no sólo los protagonistas. He tenido la suerte de contar con una galería de actores chilenos de primera clase: desde Julio Jung a Mariana Loyola, pasando por Gloria Munchmeyer, Luis Dubó, Cata Saavedra, Catalina Guerra, Luís Gnecco, Sergio Hernández, Gregory Cohen y Ernesto Malbrán. La escuela de actores chilenos es asombrosa. Trabajar con ellos ha sido un privilegio.
A ellos añadí una cómplice habitual, Ariadna Gil, el cubano Mario Guerra "Mayito", con quién había disfrutado trabajando en mi proyecto de animación "Chico y Rita", y a una auténtica grande de la danza, la brasileña mundial Marcia Haydée.
Desde el principio, le pregunté a Antonio si le gustaría hacer el personaje del crítico Coppeta. Me parecía bonito que lo hiciera él y que, de alguna forma, estuviera, físicamente, en la película. La sorpresa es que no solamente lo ha hecho sino que ¡es muy buen actor! Es un papel pequeñito pero hay que saberlo hacer, darle la expresión, la emoción... Me recuerda a aquellos secundarios del cine americano clásico. Gracias, Antonio.
NOTAS DEL AUTOR DE LA NOVELA...
Fernando Trueba tiene un modo tan preciso como delicioso para involucrarse en una novela de la cuál le gustaría hacer un film.
Dice que “la ve”.
Esto es exactamente lo que sucedió con “El Baile de la Victoria”.
La leyó y la “vio”.
Con mi experiencia de autor que ha visto algunas de sus obras llevadas al cine hoy sé que esto es lo fundamental y maravilloso en un film: respetar la visión y –muchas veces – la conmoción que el futuro director ha tenido con tu obra.
De allí que el método de trabajo que propuse para trabajar en la adaptación es que Fernando y su hijo Jonás escribieran una versión inicial del guión donde se decantara toda la espontaneidad de lo que Fernando “veía” y luego participaría yo en la elaboración de ese guión, no como comisario que está allí para vigilar que el director no se aparte del texto sino para completar con una “re-visión” lo que Fernando “veía”.
Así cuando se escribió la primera versión del guión en Madrid yo trabajé la segunda versión en Santiago: pero ya no sobre mi novela, sino sobre el guión de Fernando.
Confieso desde ya que ir luego juntos los dos sobre cada escena y diálogo fue una de las experiencias más hermosas de creación y creciente amistad que me ha regalado la vida. En este proceso entendí lo que Trueba quería decir con “ver”: comunica imágenes “completas” donde no falta un concepto de la luz que tendrá la escena, del gesto de los actores, del ángulo de la cámara, y sobre todo, de la música, la bendita música que hacía que ambos nos sintiéramos personajes de un film que YA tenía sonido.
En esto Trueba es fantástico y se confirmó al trabajar con él la admiración que siempre había sentido por sus películas de ficción o documentales: a su espontaneidad une una cultura cinematográfica tan inmensa, tan en la punta de los dedos y la lengua, que es capaz de hacerte “ver” lo que piensa hacer con la escena ilustrándote con referencias a momentos de cientos de películas: “que esto de Billy Wilder, que lo otro de Truffaut, que esto de Sica, etc”.
Es dueño de una múltiple energía y logra de sus colaboradores una rápida adhesión: quien se deja fascinar por el magnífico espectáculo de la vida y su gente, seguro que también es capaz de fascinar a los espectadores.
“El Baile de la Victoria” comienza a rodarse en Chile esta semana. Un invernal Santiago con su cordillera nevada nos contempla y acaso protege. Trueba ha elegido a sus actores con total certeza, dueño de su soberana decisión. Sé que algunos de ellos circulan por la ciudad desde hace días ya metidos dentro del personaje aun antes de que se empiece a rodar. Cuando el director diga “acción” seguro que se sentirán en casa.
Justo hoy, cuando estoy escribiendo esta líneas, llega el correo con un paquete que contiene la edición en griego de “El Baile de la Victoria”. La coloco en el estante donde guardo mi obra y compruebo que con ésta la novela alcanza un total de quince idiomas. Nada especial, dirá usted. Pero sí para mí: justo quince era el número de traducciones que tenía mi obra “El Cartero de Neruda” antes de que Michael Radford hiciera el film.