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La alabada novela futurista de Orson Scott Card “El juego de Ender” se publicó en 1985 y se convirtió en un clásico al instante, ganando además los codiciados premios Hugo y Nebula, así como la devoción de millones de fans en todo el mundo. “El juego de Ender” es una una conmovedora e inspiradora historia iniciática, cuya premonitoria visión de la tecnología futura y su perspicaz percepción de la naturaleza humana lo han convertido en perenne lectura favorita entre jóvenes y adultos desde hace casi tres décadas. Se ha traducido a 28 idiomas y está incluida en la lista del programa de lectura profesional del Cuerpo de Marines de los Estados Unidos, así como en la lista de “100 mejores libros para adolescentes” de la American Library Association (Asociación Americana de Bibliotecas).
La inmensa popularidad de la novela y su vívida imaginería hacían aparentemente inevitable una futura adaptación cinematográfica, sin embargo, para plasmar el futuro imaginado por Card y su intrincada trama se hacía imprescindible contar con un equipo de cineastas de excepcional talento y determinación.
“Mi relación con el libro empezó hace unos 15 años”, recuerda Hendee. “Bob Chartoff me pidió que me lo leyera. No era especialmente aficionada a la ciencia ficción, pero no pude soltar el libro hasta que me lo terminé”.
Cuando Pritzker propuso a Hendee asociarse para producir la adaptación cinematográfica de “El juego de Ender”, esta productora quedó impresionada por la pasión y el respeto que demostraba por la novela, así que no dudó en aceptar colaborar. Pritzker y McDonough empezaron entonces a reunir a un equipo de producción ciertamente insólito por su profundidad y amplitud.
Se pusieron en contacto con Alex Kurtzman y Roberto Orci, de K/O Paper Products, para que echaran una mano. McDonough sabía que las experiencias anteriores de la pareja en adaptaciones épicas como “Transformers” y “Star Trek” resultarían inestimables para el ambicioso proyecto. “Teníamos muy claro que necesitábamos contar con un peso pesado como socio en la producción”, comenta.
Resultó que Orci había leído el libro cuando tenía 12 años y siempre había querido verlo convertido en película. “Creo que por fin suficientes personas que habían leído el libro de jóvenes se habían convertido en adultos y habían alcanzado cierto éxito en Hollywood”, explica McDonough.
Orci asegura que tanto a Kurtzman como a él les encantaba la novela desde hacía mucho tiempo. “Cautivó nuestra imaginación cuando éramos adolescentes y desde entonces la hemos tenido muy presente”, confiesa.
El equipo de producción siguió creciendo cuando los cineastas decidieron dar el insólito paso de reclutar a Digital Domain como socio. Por primera vez en su historia, el gigante de los efectos visuales está ayudando a producir una película empezando desde la propia fase de desarrollo de la misma. “’El juego de Ender’ cuenta con multitud de entornos exquisitos, por lo que quisimos que Digital Domain se incorporara lo antes posible”, explica Pritzker. “Contar con su participación como socio esencial nos permitió la posibilidad de ahondar en el aspecto de la película de forma mucho más elaborada”.
Incluso mientras el guión aún estaba en proceso de elaboración, Digital Domain ya estaba creando el mundo de la película, un mundo al que Ulbrich le gusta referirse como “el Ender-verso”. El equipo de productores pasó un año entrevistando a guionistas para adaptar la novela de Card a la gran pantalla, antes de decidirse por Gavin Hood, que también se encargaría a la postre de dirigir el proyecto.
En su primera reunión, Hood se ganó a los productores con su entusiasmo, su imaginación y la conexión emocional que tenía con el material. “Conocer a Gavin fue una experiencia transformadora”, asegura McDonough.
Hood estaba entusiasmado con las posibilidades de esta historia de transportar a los espectadores a un mundo futuro muy distinto del nuestro para arrojar luz sobre cuestiones a las que los humanos tenemos que hacer frente en la actualidad.
Adaptar cualquier libro siempre es una tarea difícil y “El juego de Ender”, con su millar de personajes y su amplia variedad de tramas secundarias, presentaba ciertos obstáculos muy específicos para el guionista y director. “Además”, señala Hood, “el libro está escrito casi por completo desde el punto de vista de Ender. El autor te cuenta mucho de lo que piensa y siente el personaje. Nuestro mayor reto al adaptar la obra era cómo conservar el espíritu y el intelecto de Ender Wiggin sin tener que recurrir a grandes cantidades de voces en off”.
Hood, ante el extenso relato de Card, optó por condensar la historia de modo que abarcara un año, en lugar de seis. “Al principio del libro, Ender tiene seis años”, explica Hood. “Al final, tiene 12. Desde un punto de vista práctico, eso sería muy difícil de hacer con un actor, así que lo primero que hubo que hacer fue reorganizar la cronología. Ambientarla en un período de tiempo de un año aproximadamente nos permitió usar al mismo actor de principio a fin”.
Hood trabajó con los productores durante unos dos años hasta terminar listo el guión, tiempo que le sirvió además para entender mejor a los personajes y la historia que quería que los espectadores experimentaran.
El equipo de realización se recorrió el mundo en busca del escenario ideal para el rodaje antes de encontrar justo lo que buscaban en un lugar inesperado. “Necesitábamos un estudio con muchísimo espacio”, comenta el guionista y director Gavin Hood. “No hay muchos lugares donde podríamos encontrar la clase de platós cerrados enormes que necesitábamos para montar nuestros sets. Casualmente, descubrimos que la NASA contaba con unos amplios almacenes en Nueva Orleans que no estaban utilizando. Los convertimos en estudios. Parecía extrañamente apropiado rodar una película que está ambientada en el espacio, en unas instalaciones de la NASA”.
Las instalaciones de montaje Michaud de la NASA servirían como base del equipo de rodaje, ya que les proporcionaba los amplios espacios que necesitaban, así como fácil acceso a profesionales de primera del mundo del cine y servicio técnico. “La película se rodó en almacenes utilizados para construir cohetes, reconvertidos en platós”, explica McDonough. “Tenía decorados muy grandes, así que necesitábamos un espacio que pudiera acomodar lo que construyéramos y hay un número limitado de lugares así en el mundo. También necesitábamos tener acceso a recursos y mano de obra que pudiera ayudarnos a crear un mundo futurista. Nueva Orleans está a tres horas de vuelo de Los Ángeles, donde se encuentran los mejores especialistas del mundo para crear decorados de Hollywood”.
Nueva Orleans también proporcionó otras localizaciones: para el hogar de los Wiggin, una casa en una calle residencial de un barrio de las afueras, cercano a la Universidad de Tulane; para el colegio terrestre de Ender, St. Mary’s Academy; mientras que para el Retiro del Veterano de la Flota Internacional, se utilizó el Parque Estatal Fontainebleau, en la orilla norte del lago Ponchatrain.
Pero antes incluso de que el equipo de realización encontrara sus exteriores, Hood ya estaba trabajando con el diseñador de producción Ben Procter para empezar a conceptualizar los extraordinarios escenarios. “Dado que el componente visual iba a ser esencial para la película, quería crear un avance para mostrarlo a los inversores”, comenta. “Necesitaba un diseñador de producción que fuera un experto en la creación de mundos por ordenador. Ben es uno de los talentos más extraordinarios y trabajadores que se pueda uno imaginar”.
Para la red subterránea de cavernas de los insectores, en la que se cobijan ahora los humanos, Hood se inspiró en los estremecedores pero elegantes montículos de termitas de su infancia en África. “Para Gavin, era fundamental que la arquitectura insectora fuera hermosa”, explica Procter.
Pese a trabajar con una tecnología nueva, los años de experiencia de Donald McAlpine supusieron una baza importante para la producción, en opinión de Hood. “Es pasmoso lo rápido y eficiente que es. Lo primordial para él es la calidad. Captó unas imágenes perfectas. Es todo un logro en un rodaje tan complejo conseguir algo así tan rápido como lo hizo él”.
Todo el equipo de producción está de acuerdo en que sencillamente no habría sido posible hacer ‘El juego de Ender’ sin contar con un genio de los efectos visuales. Matthew Butler es un supervisor de efectos visuales candidato al Oscar® con un máster en ingeniería aeronáutica.
Gracias a sus conocimientos de ingeniería, Butler pudo asesorar al director sobre los efectos de la ingravidez y cómo afecta a distintos tipos de naves en el espacio. “Y encima, su antiguo compañero de cuarto en el MIT, Greg Chematov, es un astronauta de verdad”, aporta Hood. “Greg pasó varios meses en la estación espacial y compartió con nosotros su experiencia. Esa información fue fundamental para lo que sucede en nuestros combates espaciales virtuales, donde yo quería conseguir dos cosas: la sensación de que se trata del mejor videojuego al que podrías jugar jamás y, al mismo tiempo, ofrecer una experiencia totalmente absorbente”.