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NOTAS DEL DIRECTOR...
Mi relación con México comenzó con la producción de Aro Tolbukhin en 2002. A esa película le siguieron varias coproducciones, siempre con Mónica Lozano del lado mexicano. Llegado un momento pensamos en buscar un tema que en su desarrollo involucrase a los dos países y es ahí donde encontramos la vertiginosa historia de Ramón Mercader, un joven comunista español que en 1937 es apartado del frente por su madre para reaparecer un año más tarde en París reconvertido en un espía que trabaja para el GPU soviético. Con ese punto de partida el proyecto fue creciendo hasta llegar a convertirse casi en una obsesión para las dos productoras.
Uno de los elementos claves en el desarrollo de aquellos sucesos es la época. A inicios de 1940 las grandes potencias se enfrentan en una guerra que arrastró a millones de personas a la muerte y la destrucción. Pero al mismo tiempo, también son años de ilusión y esperanza en que desde diferentes ideologías se ofrecen utopías que parecían estar próximas y al alcance de la mano, muchos se sintieron llamados a ser protagonistas de ellas, uno de ellos sin duda fue Mercader.
En esta historia buena parte de los personajes son fruto de ese contexto, viven entregados con fe ciega a sus causas y tan dispuestos a sacrificarse como a cometer la mayoría de las abyecciones para conseguir el triunfo de sus ideas. Es el dogmatismo como motor y como aniquilador del individuo. A pesar de todo eso, hay algo que me parece muy significativo y es que pocas veces el factor humano ha intervenido de una forma tan decisiva en unos acontecimientos. Esta historia no se entendería sin la influencia posesiva de una madre deslumbrada por la gloria, tampoco habría sido posible sin la presencia de una mujer tan enamorada y confiada como fue su amante Sylvia Ageloff. La gran paradoja de todo ello es que una conspiración planificada de forma fría y metódica finalmente dependió de unas respuestas puramente emocionales y humanas.
Siempre he sido muy consciente que al final la película la escriben los actores con sus interpretaciones, ellos la decantan en una u otra dirección, la hacen próxima o distante, creíble o falsa, … por eso esa elección es una de las partes más delicadas y decisivas de mi trabajo, todavía mucho más en una película de personajes como es esta. Para ello hicimos un trabajo paciente de búsqueda por diferentes países y ciudades hasta completar un reparto diverso, atractivo y que considero plenamente convincente.
Sin duda lo más costoso fue encontrar al actor que diese vida a Ramón Mercader, Alfonso Herrera tiene el físico y el encanto del personaje además de la fuerza y la intuición para llegar al fondo de un Mercader complejo y lleno de matices. A partir de aquí todo fue un poco más fácil, Hannah Murray fue para mi otro descubrimiento, una actriz dotada de un gran temperamento detrás de una apariencia frágil, el suyo es un personaje trágico, un contrapunto de honestidad en un mundo de traiciones que requería de unos registros a los que Hannah ha sabido llegar con sensibilidad.
El resto de los actores fueron incorporándose desde diferentes procedencias, Elvira Mínguez dando la ductilidad y la medida perfecta a un papel complejo como es la madre. También tuve el placer de trabajar con uno de los grandes actores de la escena londinense como es Henry Goodman, o con el maestro Emilio Echevarría, la humanidad de Roger Casamajor o la firmeza de Julian Sands. Todos pusieron algo de sí mismos en los personajes que interpretan y si la película está viva es en buena medida gracias a ellos.
Y así, después de meses de localizaciones y semanas de ensayos, finalmente pudimos empezar el rodaje para contar lo que sucedió un día de agosto de 1940, en que un joven desconocido llegado de Barcelona acaba con la vida del único hombre que tenía suficiente autoridad y prestigio para enfrentarse a Stalin. Esa muerte cerró la posibilidad a cualquier cambio de rumbo en la Unión Soviética y que, de haberse producido, habría cambiado para siempre la historia tal y como ahora la conocemos.