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SINOPSIS
Retrato íntimo sobre la Ganadora del Premio Nobel de la Paz, Malala Yousafzai, la cual fue un objetivo de los talibanes los cuales intentaron acabar con su vida un día cuando ella regresaba a su casa, siendo gravemente herida...
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Documental con MALALA YOUSAFSAI, MOBIN KHAN
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INFORMACIÓN EXCLUSIVA
Para millones de personas, Malala es una figura que ha cambiado el mundo y toda una inspiración.
Entre los extremistas, Malala era perseguida al considerarla una amenaza y un objetivo.
En el fortalecedor retrato de Davis Guggenheim, 'Él me llamó Malala', vemos a la adolescente pakistaní y más joven ganadora del Premio Nobel de la Paz Malala Yousafzai como una chica muy normal; es, alternativamente, valiente y compasiva, se expone al peligro y le gusta divertirse como cualquier adolescente, que simplemente insiste en el derecho a vivir y a aprender… de todos.
Rodada a lo largo de 18 intensos meses, que Guggenheim pasó junto a toda la familia Yousafzai tanto en Reino Unido como viajando por Nigeria, Kenia, Abu Dhabi y Jordania, la película es una entrañable oportunidad de conocer a Malala, a su padre, Ziauddin, su madre, Toor Pekai, y sus hermanos, Khushal y Atal, quienes contribuyeron a forjar la joven mujer en la que se está convirtiendo. Ésta es la historia que hay detrás de la cultura de Malala y de su encantadora infancia; la historia de una familia que dijo no a la tiranía y las imprevistas consecuencias de un evento demoledor que convirtió a una audaz colegiala en una firme defensora de la educación, famosa en todo el mundo.
Para el oscarizado director Davis Guggenheim, el hecho de conocer las numerosas y diversas facetas de Malala sólo hizo su historia aún más fascinante. Aunque su coraje pueda resultar poco común, Guggenheim vio que la determinación de Malala procedía de sus propios padres, que cultivaron en ella un poder que todos tenemos: el poder de nuestra voz.
“La de Malala es la increíble historia de una chica que arriesgó su vida por alzar la voz por lo que es justo”, dice Guggenheim. “Sin embargo, al hacer esta película, mi primera intuición era hablar mucho sobre una familia, sobre el amor de un padre y sobre una chica que siente que tiene poder para hacer cosas increíbles. Hubiera sido fácil contar esta historia de una forma sensacionalista. Pero eso no es lo que a mí me motiva. Lo que me motiva es un padre que vio en su hija a alguien que podría hacer cualquier cosa y que creía en ella. Lo que me motiva es una madre que dijo ‘Es importante que nuestra hija vaya a la escuela’. Lo que me motiva es una hija que vio a su padre denunciando injusticias y dijo ‘Yo también quiero hacer eso’. Lo más extraordinario de la historia de Malala es su familia, su relación y las decisiones que tomaron a lo largo de sus vidas”.
Malala Yousafzai dice de la película: “Es una combinación de pasiones: mi pasión, la pasión de mi familia y la pasión de Davis Guggenheim. Todos queríamos que se escuchara la voz de las niñas. Esta película se convirtió en una gran oportunidad de contar nuestra historia pero también de proclamar que la educación es un derecho humano básico”.
Lo que se muestra en el filme es una mezcla de entrevistas, francamente emotivas, con imágenes del interior de Pakistán y también una artesanal y vivaz animación, que aporta recuerdos del pasado a la palpitante vida actual. La película lleva a los espectadores hasta el momento en que el activista y educador pakistaní Ziauddin Yousafzai decidió llamar a su hija Malala, en honor de la legendaria y popular heroína pastún Malala de Maiwand, hasta el momento en que Malala, a los 11 años, toma la valiente decisión de escribir bajo seudónimo un blog para la BBC sobre la vida de una niña en una ciudad dominada por los talibanes, y hasta el estremecedor y fallido intento de asesinato de una niña por parte de los talibanes, así como la posterior batalla que Malala emprendió por su vida.
La película se centra más detalladamente en el aquí y el ahora, en el crecimiento de Malala, a la vez que lidia con su poder como agente de un cambio global. Malala está más centrada que nunca en la batalla más importante de nuestros días: conferir poder a las niñas a través de la educación, contrarrestar la violencia y forjar nuevos líderes comunitarios. No obstante, Malala es también una adolescente que debe enfrentarse a cuestiones como los chicos, los deberes, sus hermanos, sus padres y su futuro…, siendo simultáneamente objeto de una intensa atención por parte de los medios.
El cine que ha dirigido Guggenheim le ha llevado a conocer desde círculos políticos hasta la vida en carretera junto al grupo U2; pero su gran interés por la educación se evidencia claramente en la realización de 'Él me llamó Malala'. El filme tuvo un hondo impacto en su punto de vista, una experiencia que quiere compartir con el público.
“Después de hacer esta película tengo más esperanza”, concluye Guggenheim. “He conocido a una familia que se ha enfrentado a muchísimos obstáculos y, sin embargo, su fuerte convicción en denunciar la injusticia sigue siendo su inspiración. Durante la realización del filme, mucha gente me abordaba y me preguntaba ‘cómo es Malala y cómo podría hacer yo lo que ella hace’ La oportunidad de proporcionar a la gente esa historia fue lo que me motivó”.
El 9 de octubre de 2012, la vida, apenas iniciada, de Malala Yousafzai cambió abruptamente. En esa fecha fue cuando ella y dos de sus amigas, Shazia Ramzan y Kainat Riaz, fueron tiroteadas por un grupo armado de fanáticos talibanes cuando las niñas viajaban en el autobús escolar por el frondoso paraje de Swat Valley, en Pakistán. Una bala entró en la ceja izquierda de Malala, lo que requirió una exhaustiva cirugía así como la implantación de una placa de titanio para recomponer los daños. Sin embargo, aunque el arma causó enormes estragos físicos, no tocó en absoluto lo que hacía de Malala una persona extraordinaria: a pesar de su juventud, una gran inteligencia y un fuerte sentido del compromiso y la compasión.
Malala tenía entonces tan sólo 15 años. Sin embargo, ya había sido capaz de captar la atención del mundo alzando su voz. En 2009, empezó a escribir de forma anónima un audaz blog para la BBC, donde expresaba su opinión sobre la educación y documentaba la vida en Swat Valley desde que los talibanes habían prohibido la música y la televisión, impedido que las mujeres salieran de su hogar para comprar e impuesto severas restricciones a la escolarización de las niñas. Aunque el blog llegó a su término, Malala siguió manifestándose en la prensa internacional, y en 2011 recibió el primer Premio Nacional de la Paz para los Jóvenes de Pakistán. Poco tiempo después, en una reunión de los líderes talibanes, un voto decidió que la adolescente debía ser asesinada.
Malala llegaría a recuperarse, pero no fue fácil. Tenía que empezar una nueva vida en una ciudad lejana, donde había sido evacuada para recibir cuidados médicos cualificados: Birmingham, Inglaterra. Por el momento, no era seguro volver a su amado hogar en Pakistán.
La bala que casi acabó con su vida situó a Malala en el foco de la atención internacional, cuando un inimaginable ataque a una niña dio a conocer al mundo su historia de coraje. Pero es que esa historia en realidad apenas está comenzando. Al mismo tiempo que ha trabajado incansablemente por su recuperación, Malala se ha negado a dar marcha atrás o transigir en sus convicciones. En lugar de quedarse callada, Malala estaba firmemente decidida a continuar su campaña. Se ha construido un nuevo e ignoto rol como defensora de las niñas y adolescentes de todas partes –entre los refugiados, los niños de zonas de guerra, todos los niños que no tienen acceso a la escuela o a la educación– viviéndolo con la misma valentía que tenía antes de recibir el disparo.
Sin dejarse vencer por sus nuevos retos físicos, Malala continuó su trabajo en Reino Unido, mientras descubría cómo ser ella misma en una cultura completamente nueva. Junto a su padre, Ziauddin, y Shiza Shahid, Malala cofundó la Fundación Malala, que aboga por la educación de niñas y chicas a nivel global; también escribió un libro superventas, I Am Malala (junto a Christina Lamb); pronunció un emocionante discurso ante las Naciones Unidas, y comenzó a viajar por todo el mundo defendiendo los derechos de los niños.
En diciembre de 2014, en medio de la realización del filme 'Él me llamó Malala', Malala se convirtió en la persona más joven de la historia que ha obtenido el Premio Nobel de la Paz. Recibió el galardón conjuntamente con Kailash Satyarthi, un defensor de los derechos de la infancia de origen indio.
En un principio, no se pretendía que 'Él me llamó Malala' fuera un documental.
Por el contrario, los productores Walter Parkes y Laurie MacDonald, famosos por realizar potentes dramas en la gran pantalla como 'Gladiator', 'Atrápame si puedes', 'Cometas en el cielo' y 'El vuelo', ya habían esbozado una emotiva estructura narrativa para una potencial película nada más leer las primeras páginas de muestra de la autobiografía de Malala.
“Cuando te topas con una historia real como ésta –y ves de repente una muestra de auténtico y verdadero coraje, a pesar de una oposición terrible, a favor de un derecho tan simple y universal como el derecho de las niñas a recibir educación– como realizador, no puedes evitar sentir un gran interés por contarla”, recuerda Parkes.
MacDonald añade: “Había muchos elementos hermosos y míticos en la historia de Malala, empezando por el hecho de que fue llamada así en honor a una poetisa y heroína afgana de origen pastún que fue asesinada por alzar su voz contra la injusticia, y Malala casi terminó encontrando el mismo destino, aunque, milagrosamente, llegó a recuperarse. Luego había elementos muy interesantes en la relación con su familia y el entorno de Swat Valley, que es uno de los lugares más bellos del mundo, pero que, en apenas unos años, pasó de ser un paraíso a convertirse en un infierno cuando los talibanes tomaron el control del territorio. Por lo tanto, nos conmovió mucho todo lo que leímos”.
Parkes y MacDonald viajaron hasta Inglaterra para hablar personalmente con Malala y su familia. Pero tan pronto como llegaron a Birmingham, ocurrió algo inesperado que cambió el objetivo del filme completamente: ambos quedaron absolutamente prendados del espíritu de Malala y la química de la familia Yousafzai.
“Laurie y yo salimos de nuestra primera reunión pensando que probablemente ninguna actriz podría interpretar a Malala”, recuerda Parkes. “Lo que quiero decir es que Malala como ser humano es extraordinariamente singular. Nos dimos cuenta de que abordar la historia en forma de documental sería una manera mucho más poderosa de contar su historia y lograr que el público la conociera. También queríamos que Malala y su familia se sintieran algo así como dueños de la propiedad creativa y emocional de su historia. Así que dimos marcha atrás en el proceso, y trajimos a Davis Guggenheim, un hombre de enorme curiosidad y agudo intelecto, así como un verdadero humanista. Con su excepcionales dotes como documentalista y su entusiasta interés por los temas relacionados con la educación, sabíamos que Davis sería el director perfecto para hacer este filme”.
Guggenheim se ha convertido en sinónimo de documentalista que se introduce dentro de la cultura popular. Su propio padre, un documentalista ganador por derecho propio del Premio de la Academia, ejerció una gran influencia en su vida. Guggenheim ha dado lugar a apasionadas jornadas de debate en torno al cambio climático con el documental ganador del Oscar y estudiado repetidamente 'Una verdad incomoda'. A continuación, realizó el igualmente incendiario documental 'Esperando a Superman', un emotivo recorrido por el sistema público de educación de Estados Unidos, que obtuvo el Premio del Público en el Festival de Cine de Sundance. Después, salió de gira con el grupo U2 en el filme 'From the sky down', que se convirtió en el primer documental de la historia que ha inaugurado el Festival de Cine de Toronto.
Una cosa que ha distinguido a Guggenheim a lo largo de su carrera es que no se ha sentido atraído por exaltar o desmontar mitos. Muy al contrario: Guggenheim hace filmes sobre temas y personas que le llegan al corazón. “Algunos hacen documentales sobre gente que no les gusta o que incluso odian. Yo hago documentales sobre la gente que amo”, reflexiona el director.
Dicho lo cual, a Guggenheim lo que le interesa es ir quitando capas y dar a conocer a las personas que admira como nunca antes habían sido mostradas; así, mucha gente vio el lado más honesto y humano de alguien como Al Gore en el documental 'Una verdad incomoda', faceta absolutamente ausente durante su campaña presidencial. Esta búsqueda de lo que hace ser a las personas como son era más importante que nunca en su acercamiento a Malala.
“Yo creo que el reto que siento con personas tan conocidas es ir más allá de lo que nadie ha ido; y preguntarme: ¿cómo doy a conocer a esta persona de verdad?”, dice Guggenheim. “Me pareció que tenía que abordarlo en un sentido muy personal. Tenía que penetrar realmente en la vida de la familia, entrar en su casa y estar con ellos de una manera extraordinariamente cercana”.
Parkes dice que Guggenheim era la persona perfecta para llevar a cabo esa labor de infiltración en la vida de la familia Yousafzai de una forma inquisitiva pero también discreta. “La gran virtud que tiene Davis es su curiosidad por el mundo que le rodea”, observa el productor, “lo cual le ha convertido en un fantástico “escuchante” y en un extraordinario formulador de preguntas. De manera que lo que terminas viendo a través de sus entrevistas es la autenticidad y excepcionalidad del momento. Te sientes impelido a relacionarte con Malala y su familia de un modo íntimo y espontáneo”.
MacDonald prosigue: “Davis no es sólo un realizador extraordinario sino que también conecta con la gente de una manera increíble. Es el tipo de persona a la que confiarías tu vida, lo cual yo creo que le permite profundizar mucho más. Sabíamos que Davis encontraría aquí una gran historia familiar que contar. Davis también aporta su gran interés por los temas relacionados con la educación, y, teniendo hermanas, se sintió identificado con esta historia a un nivel muy personal”.
Parkes y MacDonald llevaron el proyecto a sus socios de producción de toda la vida, Image Nation, con sede en Abu Dhabi, que inmediatamente lo aceptaron y financiaron completamente. Participant Media, productora famosa por dedicarse a contenidos que alientan cambios sociales, se unió posteriormente a Image Nation para cofinanciar el filme. La sinergia con Image Nation en 'Él me llamó Malala' fue indiscutible. “No sólo mantenemos una relación prolongada en el tiempo con Image Nation, sino con toda la zona. Produjimos 'Cometas en el cielo', una película alabada por la diversidad a la hora representar a los personajes musulmanes, y después asistí durante dos años al Foro Estados Unidos-Mundo Islámico, patrocinado por la Brookings Institution, en calidad de representante cultural” explica Parkes.
Parkes continúa: “Nos pareció que, dadas las sensibilidades de índole religiosa y política, queríamos contar con Image Nation desde el principio. Recuerdo estar contando a nuestro socio Mohamed Al Mubarak por qué queríamos hacer esta película sobre Malala y, tras sólo un par de frases, él me interrumpió para decirme, ‘Walter, ella representa todo lo que nosotros defendemos’. Estuvimos filmando su intervención ante Naciones Unidas, coincidiendo con su decimosexto cumpleaños, unas semanas más tarde”.
Para Ziauddin Yousafzai, tomar la decisión de permitir a un equipo de cine introducirse en el centro de su más íntimo círculo familiar no fue algo sencillo, pero creía haber encontrado a los compañeros adecuados para emprender esa aventura.
“Como padre, me pareció que habíamos pasado por una experiencia muy traumática y que ser seguidos por las cámaras podría resultar difícil; pero a lo largo de nuestra vida siempre hemos hecho cosas por una causa que es más importante que nosotros”, comenta. “Walter y Laurie motivaron a los miembros de mi familia y luego, después de reunirme con Davis y conocerle bien, me di cuenta de que nunca encontraría a alguien mejor que este hombre para contar esta historia sobre nuestra campaña a favor de la educación global… La personalidad de Davis es realmente muy especial. Es capaz de sacar a la luz las verdades más ocultas, lo que está más profundamente enterrado en tu corazón, y eso es lo que nosotros queríamos compartir con el mundo”.
Para Davis Guggenheim, la imagen pública de Malala era una cosa; pero a él le interesaba el trasfondo que subyace tras esas fotografías que tan frecuentemente vemos de su suave sonrisa y perspicaz mirada. Davis quería detalles reales y sinceros de su vida cotidiana. ¿Con qué sueña Malala? ¿Cómo es capaz de seguir adelante? ¿Ha cambiado en algo la relación con sus padres? ¿Por qué le sigue motivando ser una líder dado todo lo que sufre?
Para averiguar todas estas cosas, Davis tendría que convertirse en una parte del mundo de Malala; no simplemente entrevistarla, sino adentrarse en su pensamiento y en el círculo familiar que significa todo para ella.
Guggenheim no sufría ningún delirio; era consciente de los obstáculos culturales que podía tener por delante. “Era extremadamente delicado”, señala el director, “contar una historia sobre una familia que procede de una cultura muy diferente. Pero lo más importante para mí era contar su historia trasladando de forma respetuosa y fidedigna su experiencia. Nunca me vi a mí contando su historia. Yo veía la película como una oportunidad de contar ellos su propia historia. Nuestra intención era mantener conversaciones íntimas y profundas; y espero que el resultado sea que los espectadores sientan como si la familia Yousafzai les estuviera hablando directamente a ellos”.
Guggenheim se dirigió a Birmingham, Inglaterra, donde los Yousafzai residen desde 2012. Puede parecer un lugar sorprendente para Malala y su familia –una ciudad industrial de tamaño medio ubicada en el centro geográfico de Inglaterra–, pero la familia ha permanecido aquí desde que Malala fue trasladada al Queen Elizabeth Hospital para tratamiento adicional (Su cirugía de emergencia para liberar la presión de su cerebro tuvo lugar en el Combined Military Hospital de Peshawar, Pakistán).
En su nuevo hogar, Guggenheim se encontró una bulliciosa y acogedora atmósfera familiar que le hizo sentir cómodo. Davis sabía que construir una sólida base de confianza era esencial, pero no existe una fórmula mágica para forjar el vínculo entre realizador e individuo. El tiempo y la paciencia tienen que hacer su labor.
“La clase de confianza que necesitas es la que te tienes que ir ganando a lo largo del tiempo”, explica Guggenheim. “No obstante, mientras filmábamos a la familia en su hogar realizando sus actividades cotidianas –haciendo el desayuno, yendo a la escuela– y les filmábamos viajando por todo el mundo, tanto en sus momentos privados como públicos, confraternizamos mucho. Verdaderamente yo llegué a apreciarles mucho, a todos ellos, a toda la familia”.
Ziauddin Yousafzai afirma que el sentimiento era mutuo ya que Guggenheim llegó a formar parte de su vida familiar. “Davis quería hablar sobre mi familia con mucha honestidad, así que nosotros intentamos ser fieles a nosotros mismos y a nuestra labor. Desde las cosas más pequeñas, como mi tartamudeo, hasta las grandes cuestiones que encaramos, absolutamente todo se exponía ante el espectador”, señala. “Sin embargo, Davis siempre se ha mostrado sumamente considerado con nuestras tradiciones y cultura”.
Guggenheim estaba muy contento de haber sido tan amablemente acogido en el unido redil familiar. “Sentarse a la mesa de su cocina era pura alegría”, recuerda. “Todos son muy sinceros unos con otros, siempre están riendo y contando historias. A menudo terminábamos cantando, ya fuera viejas canciones pastunes o de Bob Dylan. Son unas personas muy vitalistas. Pueden decirse cosas realmente hirientes; pero inmediatamente después se ríen. Yo solía salir de su casa con un subidón de entusiasmo, me divertía mucho con ellos”.
Finalmente, resultó que sus diferencias culturales no fueron tampoco tantas. Guggenheim consideraba tanto su religión musulmana como el pashtunwali (código de honor pastún), aunque algo central en sus vidas, un elemento motor de su generosidad, honestidad y afecto.
“Yo soy mitad judío, mitad episcopaliano, de manera que no sabía muy bien qué me iba a encontrar cuando llamé a su puerta”, confiesa Guggenheim. “Pero me encontré con una familia muy parecida a la mía. Descubrí que sus creencias y ricas tradiciones les han conducido por hermosos caminos; les ha procurado su voluntad de perdonar y su deseo de contar la verdad, así como su sentido del bien y del mal. No era muy distinto al papel que la fe desempeñaba en mi casa”.
Para Laurie MacDonald, este íntimo retrato de una familia musulmana abre un importante diálogo en un tiempo en el que se debate la intolerancia extrema. “Pienso que es algo fantástico que esta película refleje en la pantalla a una familia musulmana de una forma en la que todos podemos sentirnos identificados”, dice MacDonald. “Sus valores de bondad y perdón constituyen un lenguaje universal”.
La propia Malala estaba entusiasmada con empezar el rodaje, pero tenía pocas referencias de cómo sería. Desde que llegó a Inglaterra, Malala había aprendido a vivir con cámaras que la seguían constantemente en público, pero sabía que esta película sería algo bastante distinto. “Este filme muestra la historia de una familia normal”, afirma.
Esa normalidad es captada en los momentos comunes y corrientes que comparten los miembros de la familia Yousafzai. “Nos reímos, nos peleamos, hablamos, lo pasamos bien”, dice Malala de su familia. “Me considero afortunada por tener a una familia así…, así es como se consigue motivar a los niños. Así es como los niños se animan a lograr algo en su vida”.
Su padre coincide en que el amor de la familia es algo primordial. “Yo creo que cada familia es como un Estado en pequeñito. Tiene su propia constitución, tiene sus propias normas y valores; y si esos valores están construidos sobre la igualdad, la justicia, el amor y el respeto, toda familia puede llegar a ser extraordinaria. Nuestros valores son la razón por la que somos tan felices”, afirma Ziauddin.
La sencillez del acercamiento de Guggenheim ayudó a romper barreras. “Yo habitualmente empiezo haciendo entrevistas sin equipo, sin focos, únicamente sonido”, explica. “Mi primera entrevista fue con Malala en la pequeña dependencia donde hace sus deberes, y hablamos durante tres horas. Hice lo mismo con su padre; simplemente nos sentamos y nos pusimos a hablar. Pero en el transcurso de nuestras conversaciones, ambos terminaron diciendo cosas que no habían dicho nunca antes. De manera que eso era la parte importante; ayudarles a contar toda su historia. Intenté no hacer tantas preguntas desde un punto de vista intelectual como desde un punto de vista humano”.
Eso relajó a Malala. “Lo que hizo Davis fue muy eficaz. Y eso realmente me ayudó a hablar de cualquier cosa que me salía del corazón. Davis sabe cómo explorar muchas cosas que están ocultas en lo más profundo de ti…, todo eso simplemente sale y tú ni siquiera te das cuenta”, reflexiona.
Después, Malala estuvo encantada de que Guggenheim les acompañara en sus viajes por África y Jordania. “Era estupendo tener a alguien captando esos momentos, que yo quiero recordar siempre”, afirma. “En esas jornadas, durante los últimos dos años, me he encontrado con muchas chicas y niñas increíbles, así que ahora me parece que cuando hablo lo hago en su nombre. Y eso ha dado más poder a mi voz y la ha hecho aún más fuerte”.
Observando a la familia Yousafzai a lo largo de un año y medio, Davis Guggenheim llegó a la conclusión de que ambos padres habían ejercido por igual una indeleble influencia en la persona en que Malala se había convertido.
“Es la combinación de Ziauddin y Toor Pekai lo que ha creado a esta chica extraordinaria”, dic el director. “Ziauddin, obviamente, tiene una relación estrecha con Malala. Ziauddin suele decir esa maravillosa cita: ‘No me preguntes lo que hice. Pregúntame lo que no hice. Yo no le corté las alas’. Y está ese momento tan especial cuando ella nace y su padre le dice, eres igual que todos los hombres de nuestro árbol genealógico Pero también creo que es de Toor Pekai de donde Malala obtiene su fuerza moral y su fe”.
“La relación de Malala con su padre es muy especial. Pero creo que igualmente lo es la que mantiene con su madre”, afirma MacDonald. “Toor Pekai es alguien que observa las tradiciones culturales y que posee una fuerza tremenda, siendo no obstante discreta, algo que yo creo que tiene mucho que ver con la persona en que se ha convertido Malala. Toor Pekai es una persona de grandes convicciones morales. Quizás porque yo misma soy madre, me identifico con Toor Pekai, que yo pienso que ha educado a esa extraordinaria jovencita para soportar mucho y salir de ello más fuerte”.
También vemos a Malala bromeando con sus hermanos pequeños, Khushal y Atal, constantemente a su lado fastidiándola, sin importar las circunstancias. Malala recuerda: “Incluso cuando gané el Premio Nobel de la Paz, lo primero que me dijo mi hermano pequeño fue, ‘Mira, has conseguido ese premio, pero eso no quiere decir que puedas convertirte en una hermana mandona’”.
Como era de esperar, mientras estuvo con Malala, Guggenheim se la encontraba frecuentemente haciendo los deberes. Puede que sea una celebridad, pero Malala predica con el ejemplo en lo relativo a la educación, empezando por la suya. “La escuela es la primera prioridad de Malala, y creo que a ella le gusta estar entre los mejores alumnos de la clase”, observa Guggenheim. “Pero, por supuesto, es extraordinario lo que ha conseguido. Imagínate ir a la escuela en otro país, donde se enseña el tercer o cuarto idioma que hablas, donde tus clases de historia no son sobre tu propio país sino sobre otro. Y Malala lo está haciendo realmente bien”.
Malala admite que todavía encuentra tiempo para divertirse. “A veces me entretengo con mi iPad, por ejemplo, jugando a Candy Crush, o en ocasiones leo un libro o veo la televisión. Pero siempre tengo mucho trabajo que hacer para la Fundación Malala, además de mis deberes, así que trato de dividir mi tiempo con equidad”, explica.
Como cualquier adolescente, Malala se traba un poco a la hora de hablar de temas como el amor y los chicos, pero Guggenheim también abordó tan incómodas cuestiones. “Me resulta muy difícil preguntarles a mis hijos adolescentes si están saliendo con alguien. De hecho, no me atrevería a hacerlo”, dice sonriendo. “Pero Malala es una chica que ha sido capaz de ir a Naciones Unidas y hablar con elocuencia ante los líderes del mundo y gente poderosa, así que es fácil olvidarse de que también es una adolescente que sólo intenta encajar. Era importante para mí mostrar esa otra faceta de ella. En Malala hay esa dualidad, lo cual la hace realmente adorable. Está decidida a cambiar el mundo y su pensamiento se halla a ese nivel tan elevado. Sin embargo, también puede estar en su hogar preocupada por un examen y bromeando conmigo sobre Roger Federer”.
Walter Parkes añade: “Toda adolescente tiene en su interior un polvorín de emociones. Pero es difícil imaginar lo que está experimentando alguien que acabe de llegar a un nuevo país y que se encuentre en el lugar de Malala. Lo que es genial en ella, y lo que yo creo que puede verse en el filme, es su total sinceridad en relación a ese tipo de cosas. Malala discute con su madre y su padre y se pelea con sus hermanos. Muestra esa maravillosa dicotomía de ser, por un lado, una líder mundial y, por otro, como cualquier chica de su edad que hayamos podido conocer”.
Para MacDonald, esas escenas constituyen el núcleo central del poder inspirador que tiene la película. “A pesar del hecho de que Malala es ahora una líder global de enorme importancia, lo que verdaderamente emociona de su historia es que también es la historia de una chica completamente normal. Su heroísmo se acrecentó cuando le arrebataron el más simple y básico de los derechos humanos –el derecho a recibir educación–, y a partir de entonces descubrió la fuerza de su voz”.
Algo de lo que Malala no tenía voluntad de hablar era sobre la profundidad de su sufrimiento físico y emocional. Aunque Guggenheim no puede saber con seguridad por qué no quería hablar de ello, supuso que sería porque ha visto a tanta gente sufriendo en medio de la guerra y la represión –tanto en su país natal como en el extranjero– que no desea desviar la atención de otros que lo han pasado incluso peor que ella.
“Como sabes, muchos amigos de mi familia fueron asesinados”, le puntualiza Malala. “Muchos de sus amigos aún siguen sufriendo en Pakistán, así que los miembros de mi familia no se ven a sí mismos como personas extraordinarias”. “Aun así, es realmente notable que hayan atravesado un infierno y, sin embargo, no haya en ellos un ápice de amargura. Lo constatas en la película; están llenos de alegría y esperanza, mientras que muchos de nosotros nos quejamos de cosas mucho más insignificantes”, dice Guggenheim.
Parkes tiene también una teoría sobre por qué Malala no habla de su propio padecimiento. “Creo que su rechazo a reconocer su sufrimiento va unido a su absoluta concentración en la tarea que debe hacer en este mundo. También pienso que la valoración que Ziauddin hace de que el que apretó el gatillo sobre Malala no era una persona sino una ideología, es algo clave en este aspecto. Desde su punto de vista, un principio básico del Islam es el perdón, y ellos son un buen ejemplo. Lo canalizan todo intentando hacer del mundo un lugar mejor”.
No obstante, Guggenheim vio que Malala todavía está en proceso de curación de sus graves heridas, un proceso que puede que dure toda su vida. “Yo creo que sus heridas fueron mayores de lo que realmente admitimos”, dice. “La vimos hablando en la ONU y nos pareció muy carismática, pero tenía en la cara un nervio seccionado que le han vuelto a fijar y aún está en fase de recobrar el movimiento. Malala tenía los huesos de un oído absolutamente destrozados y su capacidad auditiva no es muy buena de un lado. Pero ni una sola vez la oí quejarse. Se siente una persona verdaderamente afortunada”.
Malala ve su disposición a perdonar como algo absolutamente natural. “Creo firmemente que debemos tratar a los demás como nosotros queremos que nos traten. Es algo muy simple: Quiero ser tratada correctamente, con justicia, amor y amabilidad; de manera que esa es mi actitud también hacia otras personas”, apunta. “Yo creo que si sintiera ira hacia los terroristas o los talibanes, el resultado no sería muy positivo. Creo en la paciencia y creo en la tolerancia. Pienso que es la mejor manera de vivir tu vida”.
A pesar de su absoluta y genuina admiración, Guggenheim no quiso eludir las controversias que también suscita Malala –desde la cuestión de si se debería haber puesto a una niña en tal situación de riesgo (una cuestión a la que su padre, Ziauddin, se enfrenta de manera muy emotiva en el filme) hasta la inquietud que manifiestan algunos paquistanís que creen que Malala está siendo utilizada y es un instrumento de los países occidentales (una inquietud que Malala rebate, señalando que ella ha criticado la política exterior de Occidente y la pérdida de vidas que Estados Unidos ha ocasionado en la región con sus ataques de drones).
“La película debía involucrarse en una cuestión tan controvertida como ésta: si animas a tu hija a luchar por sus derechos desde una edad tan temprana, ¿la pones en peligro? Era una pregunta que se formulaba por entonces”, señala MacDonald, “y aquí nosotros teníamos la oportunidad de ver esta cuestión desde los dos puntos de vista”.
Para Parkes, arriesgar su vida es una decisión que sólo podía tomar la propia Malala, pero le impresiona profundamente todo lo que ha hecho. “Siendo yo mismo padre, a veces me he preguntado si su condición de líder mundial está usurpando su derecho a ser simplemente una adolescente. Sin embargo, como dice Malala en la película, es ella quien ha elegido esta vida. Nadie la ha elegido para ella. Su padre no la ha elegido para ella. Malala la eligió para sí misma porque creía firmemente en lo que hacía”.
Recientemente, Malala tuvo oportunidad de ver 'Él me llamó Malala', y admite que se sintió un poco incómoda, como le pasaría probablemente a cualquier chica de su edad, pero ya estaba conquistada. “Es difícil verte a ti misma”, dice con su característico candor. “No me gusta ver mis entrevistas ni mis fotografías, así que fue duro ver el filme. A mi padre no le molesta; ¡él veía sus entrevistas y, sobre todo, las mías tres o cuatro veces! A mí me resultaba más difícil. Pero me impresionó mucho la forma en que Davis realizó la película y especialmente la animación”.
Malala admite en 'Él me llamó Malala' que no siempre ha estado segura de que le gustara el nombre que actualmente se ha convertido en un icónico símbolo del derecho de las niñas a recibir educación en todo el mundo. Era algo que a lo que tenía que habituarse. Pero para Davis Guggenheim, la historia que hay detrás de su nombre constituía el centro de su visión del filme; tanto es así que se convirtió en el título del mismo.
“Elegí ese título por el misterio que evoca. Espero que el público entre a ver la película preguntándose por qué su padre la llamó Malala y por qué es tan importante ese nombre. El hecho de que Ziauddin, ignorando aún todo lo que le pasaría a su hija, le diera el nombre de una chica que denunció la injusticia y fue asesinada por su valentía, siempre parecerá algo realmente extraordinario. El acto de darle ese nombre tiene una profunda trascendencia y un hondo significado en nuestro filme”.
Ziauddin Yousafzai eligió llamar a su hija Malala porque quería un nombre que le recordara siempre el poder que podía tener como mujer. Así que la llamó igual que una de las más grandes heroínas del pueblo pastún: Malala de Maiwand, una chica pastún comparada a menudo con la santa francesa Juana de Arco por sus desinteresados actos de ánimo durante la guerra. En la década de 1880, cuando los pastunes estaban luchando en Afganistán contra los colonialistas británicos, Malala, aunque era simplemente una adolescente, fue hasta el campo de batalla para ayudar a los heridos. Durante la virulenta batalla de Maiwand, Malala vio que sus compañeros, al verse asediados, estaban perdiendo la moral, así que cogió una bandera y empezó a correr gritando palabras de esperanza y aliento, siendo finalmente alcanzada por las balas. Animados por sus palabras, los soldados afganos lograron vencer.
Algunos han señalado la fatalidad que tiene el nombre de Malala, dado que ella también fue tiroteada al luchar por lo que creía. Pero también hay algo más que procede de ese nombre, algo que Ziauddin intentó inculcar en su hija desde muy pequeña: entender que el hecho de ser mujer no le iba a impedir hacer grandes cosas.
“A lo largo de la historia, ves la importancia que tiene su nombre”, dice Guggenheim. “Descubrimos que el árbol genealógico de Malala se remonta a cientos de años atrás, pero está formado únicamente por hombres. Imagínenselo. Ninguna mujer se consideraba suficientemente merecedora de ser recordada en el árbol genealógico. Pero Ziauddin tuvo la sencilla intuición de decir, ‘No. Mi hija merece estar ahí, y será recordada en la historia de esta familia’. Con ese momento, Ziauddin le dio a Malala su permiso para ser quien quisiera, y ella le hizo caso”.
Para Malala, su nombre es algo que ahora cree que pertenece tanto a un movimiento como a una persona. “Espero que ese nombre se convierta en un símbolo de la lucha por los derechos y la educación”, afirma. “Algo que me inspiró mucho fue el hecho de que, tras ser atacada en Pakistán, esas chicas alzaran carteles con la frase ‘Yo soy Malala’. Ellas estaban diciendo, ‘Yo estoy aquí para luchar por mis derechos’. Por lo tanto, no es sólo el nombre de una chica. Es un nombre que ahora simboliza la reivindicación de las chicas”.
Probablemente no hay dos formatos de realización cinematográfica más opuestos que el documental y la animación. Los documentalistas cogen una cámara y van filmando sobre la marcha la vida real tal y como se desarrolla. Los animadores, por otro lado, trabajan de una forma lenta, meticulosa, línea a línea, poco a poco, para retratar una visión alternativa de la realidad.
A pesar de sus diferencias, cuando estos dos formatos se han unido, la experiencia ha sido emocionante para el público. Davis Guggenheim recurrió a la animación de 'Él me llamó Malala' con un evidente propósito narrativo: permitir que el espectador pudiera ver viera los recuerdos de Malala, algo que de otra manera hubiera sido imposible.
En parte, Guggenheim estaba buscando romper estereotipos. “Cuando vemos un reportaje sobre Pakistán, muy frecuentemente resulta algo despiadado o siniestro. Pero cuando Malala y Ziauddin cuentan la historia de su pasado, parece algo maravilloso. Por la forma en que hablan, sus recuerdos, a mí me parece un cuento. De manera que decidí utilizar la animación para representar la parte de las vidas de los Yousafzai previa a los talibanes del mismo modo que ellos la recordaban: como algo hermoso y adorable, como un cuento de hadas. Animación significa tiempo y dinero. Pero yo tenía la intuición de que ayudaría a contar la historia de Malala de una forma muy intensa y conmovedora”.
Walter Parkes se sorprendió cuando Guggenheim comunicó inicialmente la idea a los productores; poco después, Parkes ya estaba convencido. “Recuerdo a Davis diciendo que estábamos tan inundados de imágenes de los medios sobre los talibanes y el caos de Pakistán que resultaba muy fácil desconectar de todo ello. Y entonces dijo, por lo tanto, creo que a través de la animación deberíamos mostrar más lo que es el pasado de Malala. Y yo le dije, ‘¿Estás loco? Esto es un documental’”, dice Parkes sonriendo. “Pero Davis tenía realmente una visión, razón por la cual es un realizador tan fascinante. La animación que Davis y su equipo incrustaron en el filme dio lugar a algo bastante inusual en un documental: una sensación subjetiva que nos traslada al pasado de una forma más personal”.
Guggenheim sabía que necesitaría a un colaborador muy cualificado e imaginativo. Entonces se asoció con Jason Carpenter, un joven realizador que le había dejado impresionado con el galardonado cortometraje que realizó siendo estudiante, 'The Renter', que, a pesar de utilizar modernas técnicas digitales, tenía una estética tosca y orgánica al representar la historia sobre la experiencia de un chico en un centro de día con la atmosfera y la emoción de una pintura.
Carpenter, que dirige Carpenter Bros. Animation junto a su hermano, dice que vio la animación para 'Él me llamó Malala' como un “gran experimento”. No se parecía a ningún otro desafío que hubiera afrontado con anterioridad; un desafío que conllevaría 18 meses de concentrado trabajo creativo. “Éste proyecto de animación es de un tipo clase muy especial porque no sólo trata sobre una persona real, sino sobre una verdadera líder del mundo actual. Así que, al ponernos a ello, nos pareció que la animación tenía que ser muy auténtica, que debía ser reflexiva y muy respetuosa no sólo con la gente involucrada sino también con su cultura”, explica el animador.
Y por encima de todo, Carpenter quería que la animación fuera una especie de espejo que reflejara la expresividad de Malala y Ziauddin que Guggenheim había capturado en el documental. “La animación tenía que parecer auténtica, pero su estética también debía ser poética e impresionista, de manera que realmente pudiera servir de contraste con la acción real y diera la sensación de retroceder hasta sus recuerdos más queridos”, prosigue Carpenter.
Más que la animación tradicional, Carpenter utilizó como fuente de inspiración la pintura, las emotivas exploraciones texturizadas de Andrew Wyeth sobre la memoria, la nostalgia y la añoranza por lo que se ha perdido. Comenzó haciendo algo de investigación, pero, una vez que tuvo los elementos básicos, empezó a experimentar libremente. “Vimos el hogar donde Malala nació y las escuelas de Swat Valley porque queríamos ser fidedignos. Pero tampoco queríamos ser demasiado inflexibles o cautos porque entonces la animación podría resultar muy inexpresiva”, dice Carpenter.
Carpenter continúa: “La cuestión era capturar el corazón y el espíritu de Malala y su familia, nutrirse de la pasión que sienten, y trasladar esa especie de vida emocional a la animación. También era importante para mí que diera la impresión de ser la visión del mundo que tiene una jovencita –no la visión de un hombre–, lo que lleva implícito una especie de suavidad y dulzura, y que pareciera realmente la perspectiva de Malala”.
Carpenter utilizó equipo digital pero se inclinó por las bellas imperfecciones del dibujo a mano. “Usábamos tablets Wacom, iMacs, Mac Pros y software Adobe, pero hacíamos los dibujos con nuestras manos”, explica. “No te manchas los pantalones con salpicaduras de pintura, pero el resultado es igualmente artesanal”.
Desde el principio, a Guggenheim le encantó la imaginería que Carpenter empezó a inventarse para combinar los mundos de Malala y Ziauddin. “El estilo era sencillo, muy nostálgico, elegante y lleno de color; pero la mayoría de las imágenes parecían salir directamente de cómo cuentan ellos su historia”, dice el director.
Ambos trabajaron conjuntamente: a medida que Guggenheim le mostraba nuevo metraje a Carpenter, éste iba puliendo un poco más la animación. “Si hubiéramos realizado toda la animación después de rodar la película y simplemente la hubiéramos incrustado, el resultado hubiera sido completamente diferente”, señala. “Sin embargo, dado que la animación era una respuesta al metraje que nos llegaba, ambas partes se acoplan perfectamente. Se convirtieron en una sola, lo cual es algo muy inusual”.
Las secuencias favoritas de Carpenter son las historias de cómo tanto Ziauddin como Malala encontraron su propia voz; en las cuales representa sus respectivos discursos en forma de distintivos remolinos a la deriva que transportan como el viento.
“Primero vemos a Ziauddin siendo intimidado a causa de su tartamudez, y necesitábamos encontrar una manera de mostrar cómo sus palabras fallaban entonces pero que, sin embargo, luego se convertiría en un gran orador”, recuerda Carpenter. “Hacer eso bien era importante porque esta historia gira mucho en torno a avanzar y manifestarse. Si se presta atención, en muchas ocasiones, antes de que un personaje hable, da, literalmente, un paso adelante. Cuando Malala pronuncia un discurso en la montaña, da un paso final hacia la montaña antes de hablar. Cuando Ziauddin se dirige a un público determinado, da un paso adelante. La manera que tenemos de mostrar esa faceta de denuncia de las injusticias es teniendo el valor de dar ese paso”.
Carpenter prosigue: “También teníamos que encontrar la manera de mostrar que una voz es algo que puede inspirar y conmover a la gente; que puede cambiar el mundo. Así que intentamos representar visualmente el discurso de forma que captara la energía, la belleza y la elocuencia. Si miras detenidamente, verás que tratamos los discursos de Ziauddin y Malala de forma diferente. Dado que Ziauddin es muy exaltado, a su alrededor hay, sorprendentemente, pequeñas llamas y cosas que saltan. Sin embargo, el discurso de Malala es mucho más directo y recorre grandes distancias”.
Otra emocionante secuencia para Carpenter fue la recreación de la batalla de Maiwand, en la que la homóloga de Malala del siglo XIX se convierte en una heroína. “Me gusta mucho la forma en que cambian los colores en esa secuencia, y después, cuando Malala habla, la luz emerge desde su voz”, describe.
Para Carpenter, nada de lo anterior hubiera sido posible sin el apoyo de Guggenheim. “Davis te incita a esforzarte al máximo en tu trabajo. Pero también es muy humilde y hablar con él resulta muy fácil. La experiencia en su conjunto fue de colaboración. Y no creo que pudiera haber ocurrido de otro modo”.
El hogar que Malala y su familia fueron forzados a abandonar puede que actualmente esté devastado por los efectos de la guerra, pero también es uno de los lugares más increíbles del mundo. La pintoresca belleza y el rico sustrato cultural de Swat Valley era algo que Davis Guggenheim esperaba evocar a través del filme.
“Cuando piensas en Pakistán, la tendencia es pensar en imágenes granuladas y malas noticias; pero cuando miraba fotos de Swat Valley, lo que yo veía era un paraíso verde y frondoso, y donde en realidad había una larga tradición en términos de educación antes de la llegada de los talibanes. Así que yo quería mostrar un pedazo de ese mundo que realmente no es muy conocido”, dice Guggenheim.
Enclavado en medio de las empinadas montañas del Hindu Kush, Swat Valley es un verdoso patchwork de fértiles praderas provistas de altísimas y nevadas cumbres y ríos embravecidos. Sin embargo, esta bella región ha padecido una complicada y turbulenta historia. Conquistada por Alejandro Magno en el año 320 a.C., fue cuna del budismo vajrayana en el siglo II a.C. y posteriormente se convirtió en el hogar de las tribus pastunes, que aún hoy continúan allí. Swat Valley fue después invadido por el dirigente afgano Mahmud of Gazni, que introdujo el Islam en la región, antes de convertirse en parte de la India sometida al dominio británico. En 1917, Miangul Abdul Wadood fundó el estado de Swat, país natal de los Yousafzai. Él y su hijo, Miangul Abdul Haq Jahanzeb, gobernaron la región hasta 1969, cuando fue incorporada al recién creado país de Pakistán.
Swat Valley experimentó otro cambio en la década de los 90 con el ascenso del activismo radical. En 1992, Sufi Muhammad fundó el TNSM (Tehreek-e-Nafaz-e-Shariat-e-Mohammadi), una organización vinculada a los talibanes que pretendía imponer el cumplimiento estricto de la sharía (ley islámica). En 2002, su yerno, Maulana Fazlullah –apodado “Radio Mullah” por sus fervientes arengas en la radio– asumió el liderazgo del TNSM. Alrededor de 2007, en medio de mortíferas refriegas con las fuerzas armadas pakistanís, el grupo fundamentalista se apoderó de buena parte del territorio de Swat Valley.
Yendo cada vez más en aumento en sus graves pronunciamientos, Fazlullah proclamó en 2009 la absoluta prohibición de la educación femenina en Swat, dejando a 40.000 niñas y chicas sin escuela. Entonces comenzó una progresiva campaña de destrucción; dando como resultado el bombardeo, incendio y desmantelamiento de hasta 400 escuelas de la zona.
Todos estos acontecimientos coincidieron con la adolescencia de Malala. Y su perspectiva era completamente diferente. Su padre conocía perfectamente la larga tradición de la región en el ámbito de la educación. Y, tal y como Malala confiesa, desde muy pequeña, sabía que en el fondo ella era una estudiante, dispuesta a hacer cualquier cosa por aprender.
Con la esperanza de formar a una nueva generación de líderes femeninas, Ziauddin Yousafzai fundó en 1994, en la ciudad de Mingora, la escuela pública Khushal, llamada así en honor del famoso poeta pastún Khushal khan khattak, con sólo tres estudiantes y él mismo ejerciendo de director, maestro e incluso bedel. El éxito de la escuela fue rápidamente en aumento y, a los cinco años, Malala empezó a asistir a ella. Aunque los Yousafzai ya no están allí, la escuela Khushal continúa proporcionando educación a las niñas de Swat Valley. El hecho de haber dejado la escuela constituye una de las mayores angustias de Ziauddin. “Me gustaría estar con los niños en Pakistán, ir a la escuela que fundé y a otras difundiendo este mensaje por la educación, además de pasear de nuevo por las frondosas y verdes colinas de Swat Valley”, dice Ziauddin.
Desde la operación militar efectuada en 2009, ha habido algunas mejoras en Swat Valley. Las niñas han vuelto a la escuela y la violencia ha descendido. Sin embargo, la situación sigue siendo frágil y los mismos líderes talibanes que indujeron la muerte de Malala estuvieron implicados en la masacre que ocurrió en la escuela de Peshawar en 2014, donde murieron 145 personas, incluyendo 132 alumnos de entre 8 y 18 años de edad.
En casa de los Yousafzai, el sueño de volver a su hogar natal todavía persiste. “Es difícil para nosotros el hecho de que la vida que tuvimos en Swat, acompañando a Malala a la escuela por la mañana, encontrándote con las preciosas y sonrientes caras de los niños o con los más viejos del lugar, que toda esa parte de nuestra vida familiar haya desaparecido por el momento”, dice Ziauddin.
Actualmente, más de 60 millones de niñas en edad escolar no van a la escuela en todo el mundo. La duración media de la educación de las niñas en los países más pobres del mundo es de tan sólo tres años. En Pakistán, la media de escolarización de las chicas es de sólo 4,7 años. En unos 70 países de todo el mundo, las chicas están amenazadas y sufren agresiones simplemente por querer ir a la escuela.
Éstos son los hechos; pero el reverso de la moneda es que la educación de las niñas es uno de los métodos más eficaces y eficientes para lograr que una sociedad progrese. Cuando las chicas reciben educación, los estudios al respecto demuestran que toda su familia se beneficia de ello a través de la obtención de mayores ingresos y una vida más larga y saludable. Una chica que reciba tan sólo un año más de educación puede llegar a ganar un 20% más de dinero siendo adulta. Las chicas que han tenido educación probablemente tendrán una familia más reducida, hijos más sanos, así como las habilidades necesarias para iniciar un negocio, obtener un trabajo y contribuir más plenamente a sus comunidades.
La importancia de la educación es algo que Malala pareció entender intuitivamente desde una temprana edad a medida que fue descubriendo su deseo de aprender. Así que cuando los talibanes empezaron a clausurar las escuelas de niñas, no pudo soportar esa injusticia, lo cual le provocó la necesidad de demandar lo que consideraba, incluso a tan tierna edad, un derecho humano básico.
Ésa es la razón por la que Malala y su padre cofundaron la Fundación Malala, una organización cuya finalidad es el empoderamiento de las niñas mediante una educación secundaria de calidad. La Fundación pone en práctica lo que Malala siempre ha creído que es el derecho de todas las personas: “Malala quiere que todos los niños tengan la oportunidad de recibir una educación de calidad durante 12 años enteros”, dice Meighan Stone, presidente de la Fundación Malala.
La Fundación Malala tiene tres objetivos principales:
Primero, la Fundación Malala se compromete a garantizar que las niñas de cualquier lugar del mundo tengan acceso a 12 años completos de educación.
En segundo lugar, la Fundación Malala invierte en proyectos de educación que proporcionan estudios con calidad y seguridad a las niñas, especialmente a aquellas que de otra manera no tendrían acceso al instituto.
Tercero, la Fundación Malala trabaja con líderes, gobiernos y organizaciones privadas de todo el mundo para incrementar los compromisos de financiación, de manera que se pueda hacer efectivo el derecho a la educación de todos los niños.
Para conseguir los citados objetivos, la Fundación Malala aboga por cambios en la política internacional, nacional y local que optimicen el acceso seguro y asequible de las niñas a la educación; invierte en una labor programática en aquellos países donde las niñas más lo necesitan, tales como Nigeria, Pakistán y los países que amparan a refugiados sirios; y la Fundación Malala amplifica la voz de las niñas y adolescentes de todo el mundo.
“En esta campaña global, Malala lo que trata es dar poder a las niñas”, dice Stone. “Ella siempre dice que no es una chica, que es una de las muchas chicas que saben lo que es que te nieguen la educación, y quiere animar a otras a alzar su voz. Eso es algo que el público verá claramente en el filme y esperamos que se unan a ella”.
Para la Fundación Malala, 'Él me llamó Malala'' es una ocasión para el mundo de saber más sobre la realidad de la vida de muchos millones de niñas y chicas en todo el mundo, así como sobre el compromiso de Malala y su padre para garantizar que todas las niñas tengan la oportunidad ir a la escuela.
“En la Fundación Malala, esperamos que la gente que vea la película se decida a apoyar la causa de la educación de las niñas en todo el mundo”, dice Stone.
Davis Guggenheim cree desde hace tiempo que la educación es la base fundamental del progreso de las sociedades, ya sea en Pakistán, Estados Unidos o cualquier otro país. “Hay problemas muy complejos en este mundo…, pero una cosa que sí sabemos que efectivamente funciona es educar a las niñas”, dice Guggenheim. “Lo sabemos. Cuando una niña recibe educación, eso crea oportunidades, eso puede cambiar una economía por completo. Lo genial es que la Fundación Malala ya está haciendo cosas extraordinarias en este ámbito. No sólo están despertando conciencias y construyendo escuelas en muchos países, sino que también están convenciendo a los líderes mundiales de que esto es una prioridad, induciéndoles a contribuir más en educación y a cambiar las leyes para que muchas niñas puedan estudiar”.
Laurie MacDonald ha visto cómo el deseo de tener mejores escuelas se ha convertido en una fuerza en todo el mundo. “Esta cuestión se ha convertido en algo muy importante para muchas comunidades. Hay una progresiva comprensión de que la educación es una manera de que los países puedan progresar económicamente y luchar contra el terrorismo de forma efectiva. Y Malala, dadas sus cualidades, tiene la oportunidad de ser una parte trascendental de ese cambio”.
En 'Él me llamó Malala', no sólo vemos a Malala en su casa, sino también viajando intrépidamente a algunas de las zonas más calientes del mundo; para abogar por las niñas nigerianas secuestradas por el grupo Boko Haram y para ayudar a los refugiados sirios en Jordania. Verla en acción era esencial para retratar quién es ella, dice Parkes.
“Malala es una persona enormemente valiente. Yo creo que tiene una intuitiva percepción del motivo por el cual está en este mundo, de lo que se supone que debe hacer; y lo está haciendo”, observa Parkes. “Sin embargo, cuando la veo en la frontera siria, o inquiriendo exhaustivamente al presidente de Nigeria sobre las chicas secuestradas por Boko Haram, me parece que estoy viendo a la misma chica que conocí en el salón de la casa familiar. Independientemente de donde esté, Malala siempre es extraordinariamente auténtica”. Para Davis Guggenheim, esa autenticidad nunca habría sido un regalo para el mundo si Malala hubiera nacido en una familia que no enfatizara en el valor universal de una valiosa e intensa educación. “Espero que esta película muestre cómo la educación que recibió la propia Malala le proporcionó el poder para intentar transformar su mundo”, resume. “A través de su educación, Malala encontró su propia voz, y después tomó la decisión de utilizar esa voz para luchar por lo que creía. Si otras personas se sintieran motivadas a alzar su voz al ver este filme, sería algo muy especial”.