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NOTAS DEL DIRECTOR...
Siempre es difícil presentar algo escrito en donde se contengan las ideas que me impulsan a la hora de plantearme mis películas musicales.
Es difícil, porque los propios guiones que utilizo apenas pasan de las tres o cuatro páginas en las que se ordenan los distintos números elegidos para la misma, citando al artista y muy someramente el espacio en el que tal vez vaya a desarrollarse; y aún mucho más difícil porque parte del estímulo y para qué negarlo, la diversión que siempre asocio a estos rodajes, se basa precisamente en la capacidad de improvisación que este tipo de cine me ofrece.
El primer trabajo consistió en la búsqueda de los artistas que participan en la película. Evidentemente, no me considero ni lo suficientemente experto (ni tan torpe), como para afrontar una tarea de tanta responsabilidad y peso a la hora de definir la dramaturgia de la película, sin la ayuda de un magnífico asesor: en este caso, Isidro Muñoz, el hermano de Manolo Sanlúcar.
Los dos estamos de acuerdo en que existe un poderosísimo flamenco nuevo, un flamenco de jóvenes talentos que está buscando su camino en nuestro país y mas allá de nuestras fronteras, y que tiene muchísimo que ofrecer, tanto dentro de la más pura ortodoxia, como a través de las nuevas vías de fusión y colaboración con otras músicas que están experimentando.
Y también estamos de acuerdo en que la realidad de este arte no puede reflejarse en su justa forma sin algunos de los grandes maestros vivos que tenemos la fortuna de poseer en España. Por eso, nuestra primera misión fue la de ir “colocando” dentro de los distintos palos del flamenco a los artistas que ya conocemos y que forman parte de la historia del flamenco (Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar, José Mercé…), hablando personalmente con ellos y, por una parte, escuchando qué es lo que nos proponían como opción para la película desde su perspectiva, y por otra, ofreciéndoles alternativas que tal vez no se habían decidido a probar todavía, y que podían resultar de su interés.
Este grupo de grandes nombres son los que entraron a formar el “eje central” de la estructura musical de la película; una especie de tronco de árbol central sobre el que sustentar lo que venía después: la aportación de los artistas más jóvenes y que no estuvieron en la anterior película.
Y en este sentido, la lista es muy, pero que muy interesante: Estrella Morente, Sara Baras, Miguel Poveda, Israel Galván, Eva la Yerbabuena… ¡Cuánto talento!
Como ya he dicho al principio, me gusta mantener las puertas abiertas ante lo que suele considerarse un “guión final”; por lo menos hasta haber visto junto con mis colaboradores, bien un ensayo de los bailes que nos propone el artista, o haber escuchado las maquetas que nos van enviando.
Pero la experiencia me ha demostrado que limitarse a ordenar los números de forma impresionista, alternando entre los más “duros” y más “ligeros”, o por bloques entre aquellos cantados, aquellos bailados y los meramente musicales, o cualquier otra fórmula meramente didáctica, es un ejercicio inútil que acaba siempre en un punto en el que el espectáculo se hunde irremisiblemente, sin que nadie sepa el porqué.
Claro que aquí, y por decisión propia, no disponíamos de una historia de ficción sobre la que apoyarnos para poder trabajar el momento dramático y buscar una posible solución a esta “caída”. Pero es que me parece que introducir algo más que la belleza de la música y el baile delante de la cámara ¡es una traición a la pureza de este arte!
Por eso lo que le planteé a Isidro fue la idea de mantener dos elementos narrativos distintos a los habituales, que sirvieran de soporte a los números musicales y nos permitieran una comunicación “subliminal” con el espectador mientras se van desarrollando.
Éstos son:
Un viaje vital, y… la luz.
El primero, el viaje vital, recorre a través de la música el ciclo de vida de un hombre. Y para conseguirlo, utilizamos creativamente los palos flamencos: se inicia con el nacimiento (nana flamenca), la infancia (influencias: música andalusí, pakistaní, mezcla y enriquecimiento), adolescencia (los palos más sólidos y vitales), edad adulta (el cante serio), “muerte” (la zona profunda, el sentimiento puro), para terminar con un nuevo renacer basado en las propuestas de futuro que los jóvenes intérpretes nos proponían.
En este viaje, los maestros (Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar…), acompañan a los nuevos talentos, bien a modo de presentación, bien “dando la alternativa”, en una cesión de continuidad creativa que mantenga la llama del futuro viva.
El segundo elemento, la luz (indudablemente imbricado con el anterior), apoya a éste a través de un recorrido por la gama básica de colores.
Así, el nacimiento se envuelve en los blancos de la fuerte luz de la tarde; la infancia se acompaña de los tonos amarillentos de sol bajo; de sombras alargadas y tiempo de vida en la calle. La adolescencia nos introduce en las horas del atardecer (anaranjados y azules suaves), luces y horas de vida, de encuentros, de los patios… Y progresivamente, adentrándonos en la edad adulta, aparecen los azules intensos, los añiles y los violeta. La zona de “muerte” (entiéndase ésta no como el hecho concreto, sino como un espacio de seriedad, inviolabilidad y recogimiento) es prácticamente en blanco y negro, despuntando hacia el verde de la esperanza, que es el color que nos guía hacia el nuevo renacer, hacia la zona del espíritu, marcada por los tonos esmeralda, azules pálidos y hacia la gama de los naranja de fuerte componente rojiza, siendo el amanecer rojizo-anaranjado nuestro final.
Estos dos elementos narrativos son la base del guión musical, y aunque muy probablemente no serán percibidos directamente por el espectador, estoy seguro de que irán calando dentro de él y le ayudarán a avanzar en el recorrido musical que nos proponemos ofrecerle.