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NOTAS DEL DIRECTOR...
“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”.
Este es el célebre comienzo de la novela ‘Anna Kareninna’ de Leon Tolstoi.
Dentro de esas familias que no se parecen a las de los anuncios de navidad podemos enmarcar la que protagoniza nuestra película.
HIL KANPAIAK parte del género negro y camina hacia la tragedia. Se la puede definir como un film sobrio, directo y sin afeites donde el componente visual y la puesta en escena son decisivos para forjar su carácter.
Ubicada en el ámbito rural, la historia se lleva a cabo alimentándose del ‘ahora’ y del ‘pasado’ de modo análogo: el pasado se enfoca como si se tratara del presente, conformando un estilo coherente y evitando la digresión en todo momento.
La película contiene una imagen que evita resaltar una época u otra.
Desde bien temprano, una de las ideas de puesta en escena ha sido relatar fundamentalmente con imágenes, que remite a los orígenes del cine. La realización de la película parte de la idea cinematográfica de que las imágenes y los sonidos se complementan.
Existe igualmente en la película una innegable apuesta por omitir de forma visual gran parte de las acciones de los personajes, basándose en el concepto del fuera de campo.
Esta fórmula ofrece una herramienta de análisis muy útil al espectador, ya que le invita a considerar un espacio distinto al que tiene delante enmarcado, un espacio que ha quedado excluido.
En cierta forma podría ser el gran rasgo denominador de la película.
Por otra parte, la puesta en escena de la película está claramente basada en los espacios. En un relato en el que la cuestión temporal es vital, la imagen es testigo mudo del paso del tiempo. Los personajes van, vienen, pero la cámara siempre permanece impasible a sus acciones, se mantiene sin juzgarlas.
Del mismo modo, la película se ha rodado bajo la premisa de un montaje basado en yuxtaposiciones (montaje constructivo) a diferencia del montaje de continuidad de acción.
El diseño de sonido se apoya en la metonimia, creando un universo propio al margen de la imagen que ofrece una información que no se podría conocer teniendo en cuenta únicamente lo mostrado.
Dado que un sonido no visualizado estimula la imaginación y es mucho más sugerente que una imagen, su función es vital en esta propuesta.
Los actores y su interpretación son otro elemento fundamental para el desarrollo de la película.
Encontrándonos en una trama donde las miradas de los personajes esconden más que muestran, podemos definir a estos individuos como ‘habitantes’ de un paisaje formal en el cual deben actuar y desarrollarse en un tono de mesura análogo al resto, teniendo en cuenta sobre todo el componente de tragedia que va ganando la película conforme avanza el metraje y el riesgo de caer en el lugar común de la hipérbole interpretativa.
Quizá por ello, los momentos de violencia cobran mayor fuerza por su factor inesperado.
Pese a tener un reparto inmejorable, merece la pena destacar la labor de Itziar Ituño -Karmen-, protagonista del film, en una interpretación cimentada no ya en su mirada, sino directamente en sus ojos como imagen exponencial.
La música de la película es una suerte de reinterpretación de la función que realizaba el ‘coro’ en las tragedias griegas.
Es un elemento observador o centinela, que actúa sin juzgar, que sobrevive a los personajes y los hechos del film.
Igualmente, la estructura musical, concentrada en bloques muy definidos, contribuye a reforzar los silencios tan importantes en la película, creando una sinergia de espacios llenos y espacios vacíos.
La composición que Fernando Velázquez ha realizado para la película está creada para un coro cercano a cincuenta voces y ha sido llevado a cabo por ‘Kup taldea’. La parte orquestal la ha interpretado la Orquesta Sinfónica de Euskadi.
La música del film se define por el poder telúrico y de sobriedad que caracteriza a la película.