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CRITICA
Por: PACO CASADO
Decíamos no hace mucho que antes el cine español se hacía en Madrid y Barcelona, pero desde los tiempos de la llegada de la democracia también ha cambiado esa ubicación y casi cada autonomía tiene su cine y a decir verdad que se están descubriendo algunos valores interesantes que nos han dejado algunas películas valiosas como ha ocurrió últimamente con el cine vasco que nos ofreció títulos como Loreak (Flores) (2014) Handia (2017) o La trinchera infinita (2019) y ahora de nuevo nos llega otro film de aquella región Campanadas a muerto (2020).
En 2004 en los campos del caserío Garizmendi mientras Fermín Araia trabaja la tierra aparece el esqueleto de una persona enterrado.
Sin saber a qué atenerse, Fermín y su mujer Karmen, llaman a su hijo Néstor, que acude a su casa y sugiere llamar a la policía.
Esa noche, después de la cena, Fermín se va a jugar su habitual partida de cartas con los amigos y tras ello se emborracha, no coge el coche y se va andando a casa.
A la mañana siguiente Fermín no ha aparecido y Néstor descubre que los huesos no están tampoco donde fueron encontrados.
Tras esos dos sucesos avisa a la policía y acuden dos inspectores de la Sección criminal, Espeleta y Kortazar, para investigar el caso por el que muestran especial interés, y mientras se encuentran en el caserío la campana de la ermita cercana comienza a tocar a muerto.
Este hecho reabre nuevas heridas sobre todo en torno a la muerte de Aitor, hermano gemelo de Néstor, de la que Karmen culpa a su cuñado Estanis, un traficante de la droga, con el que se fue a vivir su hijo.
Estamos ante un drama familiar que recuerda a Caín y Abel, en el que se revelan secretos ocultos durante años, se suceden los rencores, celos, odio fraternal, conflictos generacionales, un crimen que quedó impune y pasiones de los personajes por hechos pretéritos que provocan nuevos actos de violencia y de muerte, llevando a cabo venganzas del pasado.
El guion de Joanes Urkizo se basa en la primera novela de la escritora guipuzcoana Miren Gorotzategi Treinta y tres campanadas, publicada en 2016, que le supuso el premio Augustin Zubikarai que, a nuestro juicio, es lo que de alguna manera malogra esta cinta.
Tiene un trabajo de los actores bastante serio lo que le da un mayor valor a este drama que, aunque no esté logrado, no le quita mérito a esas interpretaciones, sobre todo de los actores más veteranos más que las de los jóvenes, con Eneko Sagardoy en un doble papel.
La dirección corre a cargo del joven cineasta navarro Imanol Rayo que hace con este su segundo largometraje, del que desconocemos su ópera prima 'Dos hermanos' (2011), que también se basaba en una novela de la que él mismo hizo el guion, que igualmente se trataba de un drama familiar, como ocurre con éste del que hace una puesta en imágenes realmente buena, con una gran belleza formal, usando mucho los primeros planos, de los que a veces abusa de retenerlos demasiado, y en otras ocasiones mantiene fija la cámara y deja que la acción suceda fuera de campo para que el espectador ponga su imaginación, pero eso no le quita mérito, lástima que tenga un guion tan confuso y poco clarificador en el que mezcla imágenes de hechos del pasado en los que apenas se distingue la transición con el presente que no ha sabido enmendar llegando al final sin aclararnos realmente.
La música de Fernando Velázquez rellena los silencios, que dicen más que las palabras, siendo eficaz en este sentido.
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