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NOTAS DE LA DIRECTORA...
El germen de Invisibles, es decir, la idea de construir una narración a partir de las idas y venidas de unos paseantes, nace más de veinte años atrás. En aquel entonces mi padre y yo trabajábamos en el guión de El último viaje de Robert Rylands totalmente imbuidos en el mundo de Oxford. En uno de mis viajes allí para localizar la película, descubrí que había gente que se reunía para pasear. Sin más, sin ningún otro tipo de compromiso. Por el puro placer de moverse acompañado, de hacer ejercicio y, seguramente también, de compartir con otros lo que nos ocurre en el día a día. Hoy es fácil encontrar y reconocer esos grupos de paseantes en cualquier parque urbano. Pero entonces, a principios de los noventa, en España eran una rareza. Tratamos de incorporar a “Rylands...” unos paseantes que nos ayudaran a contar la historia que teníamos entre manos. Pero en aquella ocasión el asunto no cuajó, la película se quedó sin paseos y la idea sumergida en un cajón. Hasta hace unos años.
Desde el ámbito de lo personal, estoy convencida de que una historia como Invisibles –tal y como está concebida- es lógico que surja de ciertas experiencias cercanas o incluso personales.
Seguramente, este es el proyecto más arriesgado, pero también el más personal que afronto. No es Fácil hablar de asuntos que nos rozan o incluso nos tocan de lleno. Al menos en mi caso, casi siempre he encontrado la forma de ocuparme de lo que me interesa a través de historias y personajes que nada tienen que ver conmigo o con mi vida.
Y no me importa confesar que Invisibles es una película que aborda temas y asuntos muy cercanosa algunos de mis sentimientos y preocupaciones actuales. El intento, el reto, es tratar esas cuestiones de manera directa y desnuda, casi como si de un documental se tratase.
Un documental lanza preguntas al espectador e intenta reflexionar sobre la complejidad del mundo en que vivimos. ¿Compite la mujer en las mismas condiciones que el hombre en el ámbito laboral? ¿Existe un techo de cristal que impide a la mujer acceder a los más altos puestos? ¿Está la mujer expuesta con mayor frecuencia que los hombres a situaciones vejatorias en el trabajo? Invisibles lanza estas preguntas sin dar por sentadas las respuestas, como si el objetivo fuera más proponer un debate que sentar cátedra.
También reflexiona sobre asuntos capitales para la mujer, como la obligación ancestral de procrear o las dificultades que nuestra vida actual plantea en el mundo de la pareja.
Estos temas conforman la dimensión social de la historia, unidos a otros tan contemporáneos como la depresión, el miedo a la soledad o simplemente el miedo a cumplir años. Porque el tema central de este proyecto es el paso del tiempo, más concretamente, la vivencia del paso del tiempo en los cuerpos y las cabezas de tres mujeres que están o pasan de los cincuenta.
Aunque es verdad que no existe una clara línea divisoria entre juventud, madurez y vejez, no deja de ser cierto que en el mundo femenino los tiempos parecen llevar su propio y particular calendario. Ya lo sabemos: un hombre de cincuenta (por lo general) no se siente como una mujer de la misma edad. Evidentemente, muchísimas mujeres de cincuenta no se reconocerán en las protagonistas de este proyecto, y menos mal. Pero nosotros hemos querido adentrarnos en la vida de tres mujeres que sí sienten el paso del tiempo como una amenaza (en términos de narración, buscamos siempre el conflicto, como es lógico). Elsa, Julia y Amelia no son actrices, ni modelos, ni deportistas de élite. Son tres mujeres como muchas que conocemos pero que empiezan a sentirse desubicadas en su mundo personal, o incapaces de asumir ciertos cambios que parecen inevitables. De alguna manera, perciben que nada es ya lo mismo que antes, ni en lo físico, ni en lo afectivo ni tampoco en el terreno laboral; de alguna manera sienten que toda la experiencia acumulada no puede competir ni compensar “no ser las mismas de antes”.
Hace años, durante el rodaje de Cuando vuelvas a mi lado, Mercedes Sampietro me dijo algo que se me quedó grabado. Dijo: “Gracia, aún no lo sabes, pero llega un día en que te vuelves invisible para los hombres”. Y lo decía ella, una maravillosa actriz de belleza incuestionable y que entonces no debía llegar ni a los cincuenta.
A mí aquello entonces me sonó a chino.
También me pareció exagerada la reacción de alguien muy cercano cuando, algunos años atrás, perdió su trabajo a los cincuenta y tres y se convenció de que no iba a encontrar un nuevo puesto. Y también, en su momento, me pareció irreal tener que afrontar que tal vez nos
toque envejecer en soledad.
A día de hoy, resulta que, para según qué asuntos, el chino lo entiendo igual que el castellano. Cosas de la vida, cosas de la edad.
Y también, seguramente, de las circunstancias que nos tocan vivir.