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NOTAS DE LA DIRECTORA...
Todo empezó como una gran hazaña: Adaptar Memorias de África en el paisaje extremeño y ¡en español! Y sin pizca de épica, ni de historias de amor, ni de safaris o fiestas de alto copete. ¡Avanti! Pero si juegas con Karen Blixen, la escritora danesa de los mil nombres (Tania, Tanne, Isak Dinesen…), te puedes quemar y yo ardí entera. En cuanto la vi aparecer entre las encinas con su salacot, su camisa beige y su rifle supe que habría problemas y vaya si los hubo. Su enigma es inabarcable. Pero no me rindo fácilmente, y aunque ella intentara engañarme mil veces y me perdiera en las páginas de sus libros sin encontrar respuestas; ahí seguía yo escribiendo y reescribiendo el guion junto a mi fiel guionista, mi Farah incansable. Hice mía esa frase que ella repitió muchas veces: “No te soltaré, hasta que me bendigas”.
Tuvimos que alejarnos mucho de Memorias de África y su alargada sombra para empezar a ver algo. Olvidarnos de la adaptación literaria nos liberó. No me interesaba hacer una película historicista, ni narrar los acontecimientos de su vida como granjera en Kenia (entonces África Oriental Británica).
Lo que yo buscaba era retratar a esa mujer en un momento muy concreto de su vida, su ruina africana, sin explicar las causas y dejando que el espectador completase la historia a su manera.
Sólo así podía centrarme en lo que más me interesaba: detenerme a filmarla en sus rituales cotidianos, sus pequeños quehaceres, sus conversaciones aparentemente intrascendentes… Vivir en su casa, dormir en su cama. Representarla. Y así de un plumazo dejaron de ser necesarios todos los personajes de la novela, todos sus amigos, amores, enemigos… Y sólo quedó en pie el personaje de Farah, el criado musulmán de Karen.
Habíamos encontrado el hilo del que tirar. Un hilo fino y precioso.
Había que bucear muy dentro de la historia para encontrarse a solas con esos dos personajes y poner toda la fuerza en los detalles de la interpretación y en el significado simbólico de su relación. Y así, nuestra película se fue convirtiendo en un extraño reverso de la moneda. Un retrato suspendido en el tiempo de Blixen y su criado atravesado por la losa del colonialismo.
Karen es Christina Rosenvinge y Farah, Alito Rodgers. Les escogí porque cumplían la máxima bressoniana de ser y no parecer. Se trataba de capturar su misterio y no de buscar una interpretación psicológica del guion. Christina, Alito y el enigma de su relación son la materia de la que está hecha esta película.
Ahí están, sentados al borde de un pantano. Vienen de pagar los salarios de los aparceros kikuyu. Listos para ser capturados por la cámara de Super 16mm de Ion de Sosa, el director de fotografía.
Estamos en una finca extremeña de mi familia, cerca de Trujillo.
Es Julio y hace cuarenta grados a la sombra. Alito se sienta junto a Christina y comienzan a hablar. Blixen nos ha bendecido y su universo se apodera de todo. Como ella diría: “Para el poeta es siempre motivo de asombro descubrir que lo que cuenta es verdadero”.