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NOTAS DEL DIRECTOR...
Siempre he hecho comedia. No sé escribir otra cosa. Hay una definición por ahí que dice: “El mundo es maravilloso, salvo por algún pequeño detalle. Notar esos detalles es la comedia”. Creo que solo me fijo en esos detalles.
La vida cotidiana está llena de esos detalles. No hay más que mirar. Con el tiempo, -junto a mi socio, Maidagán-, nos hemos “especializado” en eso, en sacarle punta a lo cotidiano. Camera Café fue el compendio de esa idea.
Esta película lleva el concepto al extremo y se pregunta qué ocurre cuando termina una película épica. ¿Cuánto dura la épica? ¿Cuánto tardan los personajes en convertirse en cotidianos? ¿Qué hay detrás de
un héroe? Todo eso nos parece material de comedia. El otro tema de la película tiene algo que ver con la frase de Woody Allen, “la vida no imita al arte, sino a la mala televisión”.
Últimamente, parece que es obligatorio ser feliz. Y es mucha presión.
Además, se trata de un concepto de felicidad elaborado por manuales de autoayuda y series de televisión. Han puesto el listón tan alto, que es imposible alcanzarlo. ¿Qué pasaría si alguien lo intentara? Lo más probable es que se convirtiera en un desgraciado.
El estilo es realista. Solo así puede haber comedia. Cuando salen del túnel, entran en el mundo real. Cuánta más verdad tenga ese mundo, más fuerza va a tener la historia. La risa viene de la veracidad. En los últimos años, las series inglesas son las que han dado un paso adelante en esto de retratar la realidad. Series como The thick of it, Shameless o The trip. Planos desordenados, dispersos, casi como si cazaran a los personajes, en contraste con la planificación más clásica de películas como sería la “del túnel”. Diferenciamos así las dos “películas”.
La historia tiene tres partes y cada una requiere un acercamiento visual diferente. La primera es comedia casi clásica. Aquí no podemos evitar la herencia de Berlanga o de las comedias italianas de Monicelli. No solo por lo evidente, -el vodevil, lo coral, los diálogos-, sino, y en especial, por la recuperación de una figura en extinción: el protagonista pasivo, arrastrado por la circunstancias.
Entramos en el segundo acto y la cosa gira hacia una historia de obsesión y paranoia. El grupo deja de tener importancia y manda el punto de vista de Toni, su mirada. La obsesión y la paranoia han producido siempre mucha comedia. El más renombrado puede ser Woody Allen, aunque creo que estamos más cerca de Larry David o del George Constanza de Seinfeld, personajes sin mesura, que llegan al ridículo con total naturalidad.
Y por último, el tercer acto, que es cuando recuerdan qué sucedió en el túnel. La narrativa de los flashbacks ha evolucionado tanto, que pretendemos ir un paso más allá. Se trata de una conversación en la que cada uno recuerda su paso por el túnel. En una conversación, la gente se interrumpe, se replica, se contradice… Hemos reproducido eso con flashbacks, de manera que, al final, el conjunto, aunque desordenado, dé una idea de lo que realmente pasó en el túnel. Es una labor de guión y de montaje: conformar un puzzle de infinidad de piezas. La inspiración, y solo eso, viene de la libertad narrativa de dos grandes: Bob Fosse y Dennis Potter.
La comedia surge siempre de lo inesperado. Pienso que esa es la fuerza de esta película: un arranque insólito y una evolución inesperada.