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NOTAS DEL DIRECTOR...
Viví en una comuna desde los siete a los diecinueve años. Fue una época loca, maravillosa y fantástica, en la que me vi rodeado de genitales, mucha cerveza, charlas académicas elevadas, amor y tragedias personales. Cuando era niño, cada día se convertía en un cuento de hadas. Bastaba con salir de mi dormitorio y aparecer en las estancias que todos compartíamos para descubrir un sinfín de escenas sorprendentes gracias a los demás residentes y sus diversas excentricidades.
Si ahora miro hacia atrás, me parecen unos años llenos de recuerdos inmejorables y de momentos totalmente absurdos. La casa se volvía más oscura que el infierno durante unos cinco días al mes debido a los ciclos biológicos de las poderosas mujeres que la gobernaban, ya que esos ciclos, con el tiempo, habían acabado sincronizándose.
Las cenas conjuntas que se celebraban desde el jueves noche hasta el domingo solían acabar en auténticas catástrofes. La idea de "la reunión" era la autoridad suprema. Se trataba de un encuentro democrático durante el que los miembros de la comuna compartían sus sentimientos y hablaban de cualquier tema que les interesara. Recuerdo una de esas reuniones, cuando se decidió que el alquiler sería proporcional a los ingresos de cada uno. La idea fue aceptada alegremente por uno que ganaba mucho más que los demás y acabó pagando el doble. Y aunque la comuna estaba formada por gente culta e instruida, la vida era mucho más ingenua e idealista entonces, y el futuro estaba lleno de esperanza.
La historia transcurre en el año 1975. Los originales y divertidos moradores de la comuna actúan como el "coro" del drama clásico, pero también son una gran familia con la que acabaremos encariñándonos. Sin embargo, una historia de amor más íntima se desarrollará en el seno de la excéntrica familia, y acabará por poner fin al sueño colectivo de la comuna y a una relación duradera.