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SINOPSIS
Betrand tiene 40 años y tiene depresión, encontrándole sentido a su vida al unirse a un equipo de natación sincronizada. El entrenamiento supone para Bertrand toda una válvula de escape y a la vez un refugio. Todo esto hace que decide participar en el Campeonato Mundial de Natación Sincronizada Masculina...
INTÉRPRETES
GUILLLAUME CANET, MATHIEU AMALRIC, VIRGINIE EFIRA, LEÏLA BEKHTI, JEAN-HUGHES ANGLADE, BENOÎT POELVOORDE, MARINA FOÏS, JONATHAN ZACCAÏ, NOÉE ABITA, MELANIE DOUTEY, ANDERZ EIDE, ERIKA SAINTE
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ENTREVISTA A GILLES LELLOUCHE...
Tras Narco y Los infieles, El gran baño es la primera película que realiza en solitario. ¿Le ha sido trabajoso emprender un proyecto individual o simplemente era cuestión de tiempo que aconteciera?...
¡Un poco de ambas cosas! Por encima de todo, necesitaba dar con un tema que me dijera verdaderamente algo y que me permitiera hacer una película incluso más personal que Narco. Los infieles fue un proyecto de grupo. Disfruté mucho la realización de ambos largos, pero ninguno estaba íntimamente vinculado con lo que yo soy. Todo esto se llevó su tiempo porque tras Narco, mis “películas como actor” acapararon toda mi atención.
¿Cuánto tiempo ha requerido hacer una realidad de El gran baño?...
Cinco años. De hecho, hace ocho que empecé a escribir un guión que ya contenía algunas de las ideas de El gran baño. Quería examinar la fatiga, o quizá de algún manera la depresión latente que percibía en gente de mi generación o incluso de modo más general en Francia. Nos vimos atrapados en esta carrera individualista muy a nuestro pesar, olvidamos el colectivo, el impulso, la valoración del esfuerzo. Ya había aquella sensación de “compartir en ruedo” que tan gran impresión ejerció en mí cuando asistía a las reuniones de Alcohólicos Anónimos para prepararme para Un singe sur le dos, de Jacques Maillot, en la que encarnaba a un alcohólico. Me sorprendió la calidez, el diálogo y el apoyo de esos círculos, y la ausencia de reprobación. Vivimos en una sociedad donde los shows televisivos y las discusiones están cargados de valoraciones y de opiniones obcecadas acerca de todo, por lo que me encantó aquella burbuja que se reservaba para compartir. Comencé a escribir con aquel concepto como punto de partida, pero se perdió la dimensión poética y cinematográfica. Hugo Selignac me aconsejó viera por ARTE un documental sobre un grupo de suecos que practicaban la natación sincronizada, y entonces supe que había encontrado mi argumento: un grupo de hombres más o menos desencantados a la búsqueda de sus sueños rotos. Entonces le pedí a Ahmed Hamidi, cuyo trabajo conocía, y que había sido uno de los principales guionistas de Les Guignols cuando su apogeo, que escribiera el guión conmigo y en fase posterior con Julien Lambroschini.
Hay cuando menos diez personajes en El gran baño, y contrariamente a lo que vemos habitualmente en los repartos de conjunto, ¡todos ellos existen!...
He leído muchos guiones pensados para repartos de conjunto, pero en la mayoría de los casos algunos de sus personajes quedan sin desarrollar, o sin historia, se quedan en la cuneta. Las comedias a menudo sufren de una especie de mentalidad de comic. Por lo que invertí casi un año en el cuidado desarrollo de la historia y de la trayectoria de cada uno de mis personajes. Quería que cada uno de ellos tuviera su propia existencia y experiencias vitales. Y entonces, dado que esta película está dominada relativamente por lo masculino debido a su tema, quería dedicar un buen tiempo también a los personajes femeninos. Es gracias a las mujeres, y por las mujeres, que mis protagonistas triunfan.
¿Era también un objetivo lograr juntar a actores de orígenes distintos?...
Si, era algo que quería pero no era imprescindible. No dije: “¡Ey! Voy a crear un reparto con diferentes tipos de actor”. Para mí, por encima de todo se trataba de que esos actores fueran perfectos para mis personajes. Mathieu y yo nos conocimos en el plató de Grandes familias, de Rappenau. Admiro su talento desde la escuela de arte dramático Cours Florent, así que la idea de trabajar con él estaba en mi cabeza desde hace mucho. En cuanto a Philippe Katerine, si hubiera dicho que no me habría visto en un serio apuro, pues es el único que podía encarnar a Thierry sin hacer de él una caricatura del irritante hombre inmaduro. Tiene un cierto aire de estar en las nubes, una extravagancia surreal que encaja a la perfección en el personaje. Y Anglade vive en el mismo vecindario que yo; suelo toparme con él en la tienda de la esquina. Su poesía me llega mucho. Lo recuerdo con cabello largo en La Reina Margot, lo que era perfecto para mi hastiado personaje rocker. Poelvoorde ya estaba en mi primera película, y es un absoluto genio para mí, capaz de manejar cualquier papel, pero es particularmente bueno dando vida a tipos astutos. Cuando conocí a Leïla en la vida real, vi que tenía una autoridad natural que nunca se había abierto paso en el cine. Era la actriz ideal para encarnar el rigor de los deportes, su filosofía. En cuanto a Guillaume, temía que el personaje pudiera asustarlo porque probablemente es el menos simpático, pero ha tenido la inteligencia de ver la belleza y los defectos del personaje. Se dice a menudo que Guillaume y yo somos amigos, pero también hay mucho de relación profesional. Y no quería realizar un largo con mi propio grupo de amigos. Ello no tarda en convertirse en algo muy inhibidor. Estoy satisfecho de haber sido capaz de tomar distancia de un determinado grupo en el que hubiera quedado atrapado, para adentrarme en nuevos mundos y aprender nuevos modos de trabajar.
¿Aplicó actividades para fomentar el espíritu de grupo antes de que comenzara el rodaje, con miras a ayudar al reparto a conocerse mutuamente?...
No. Obtuve inspiración de mi propia experiencia como actor y recordé que cuando comencé a actuar en películas como Pequeñas mentiras sin importancia, no conocía mucho a François Cluzet, Pascale Arbillot o Valérie Bonneton. Y lo mismo en la película de Rappenau. Un grupo diverso de intérpretes genera una cierta energía y electricidad que resulta muy estimulante. Así que evité planear comidas o incluso sostener grupos de lectura de guión. Todos los actores estaban muy motivados con la idea de actuar los unos con los otros y no quería interferir en ese proceso adelantándome a los acontecimientos. Pude comprobar que durante las escenas en el vestuario estaban abiertos a los demás, lograban conocerse mutuamente, y no quería arruinar ese momento mágico con un exceso de ensayos.
Particularmente, dado que no es una película donde los actores sean todos amigos...
Me han fascinado siempre esos tipos que son capaces de hacer veinte kilómetros un domingo por la noche para encontrarse y jugar rugby en el estadio de la ciudad cuando ni siquiera se conocen. Hay una dedicación, un espíritu de equipo entre esta gente que no tiene por qué tener nada en común, pero que aún así se van a tomar un trago juntos después. No son amigos, pero comparten este tiempo tan concreto de sus vidas en que acontece algo que es más grande que la idea de deporte, algo como un espíritu de equipo y la ausencia de cinismo.
Esos actores están habituados a llevar un largo ellos solos, a ser una suerte de rangers solitarios. ¿Los bañadores alcanzaron a eliminar las guerras de ego?...
¡Totalmente! Es como cuando vas a una fiesta de disfraces, ¡se rompe el hielo mucho más rápidamente! De hecho, me preocupaban bastante los conflictos de ego, pero no hubo ni uno. Todos se tenían respeto mutuamente, así que mostrar problemas de ego hubiera sido inmediatamente ridículo.
La mitad del tiempo se lo pasan en bañador, con gorros de natación y pinzas para la nariz, lo que no es necesariamente muy sexy. ¿Se las tuvo que ver con alguna timidez?...
En absoluto. He de decir que no tuve el menor problema de vanidad en los actores. Tuvieron que desnudarse desde todos los puntos de vista. Quería asimismo hacer una declaración sobre el cuerpo, el vientre, los físicos que no son necesariamente agraciados en una época dominada por las ideas sobre el aspecto perfecto, que consisten en un cuerpo tonificado y musculoso. Quería mostrar hombres entre los cuarenta y los cincuenta que no son atletas y que aceptan sus cuerpos, sus vientres panzudos, el vello corporal, rascarse la rodilla.
Bertrand (Mathieu Amalric) es el único que está realmente deprimido. Y al tiempo, es feliz en su relación de pareja...
Sí, quería contar la historia de una pareja muy unida, y que puede capear cualquier tormenta, que dispone de su propio lenguaje. En verdad que tengo por esta pareja una debilidad. Su esposa (Marina Foïs) lo apoya y no lo juzga. Entre nuestros ideales de juventud y las realidades de la vida adulta, cuando nos topamos con unas cuantas dificultades podemos caer fácilmente en una depresión. Les ha pasado esto a unos cuantos amigos míos, y como optimista empedernido ello me aflige.
Laurent (Guillaume Canet) es el jefe airado que ha triunfado en la vida, pero hasta cierto punto se ve abandonado por su esposa e incluso por su madre...
Sin meterse en una sesión de terapia de salón, hay un poco de mí mismo en cada personaje. Tuve una abuela difícil que era bipolar. Podía ser muy agradable un momento y al siguiente increíblemente cruel. Con Laurent quería retratar a un personaje que no es simpático, que es estricto, exigente, en alguna medida violento, incluso un idiota la primera vez que lo conoces, pero resulta que tiene circunstancias atenuantes.
Thierry (Philippe Katerine) es el tímido empleado de la piscina que apenas ha metido el dedo grueso del pie en el agua cuando se trata de mujeres...
Sí, ¡es algo asexual! Siempre he sentido empatía por esos tipos que van solos al restaurante y ríen ante el ambiente y las bromas de los otros. Por delegación, disfrutan de una velada agradable. Comencé con eso, la idea de un personaje solitario, un hombre inmaduro que trabaja para la ciudad en la piscina municipal, que probablemente no tiene nada más en la vida, y que halla compensación mediante la ingestión de montones de barritas de chocolate.
Marcus (Benoît Poelvoorde) es el vendedor en la piscina en fase de no admitir la realidad, cuya empresa se está desintegrando...
Marcus es un adolescente eterno que no quiere mirar la realidad de frente y se inventa una personalidad a lo “chico de oro”. Crecí en los ochenta, un tiempo marcado por tipos sobrados en anuncios que te decían “has de ser un triunfador”, lo que hacía que mucha gente se sintiera incompetente. Esa gente son mercenarios de sus propias vidas. Fundan una empresa, y luego la cierran, luego crean otra en algún otro lugar. Experimenté eso cuando contaba veintiocho años. Tienes a tu banco llamándote cada dos días y te hablan de tu descubierto, y les mientes, les dices que el dinero está a punto de llegar.
Simon (Jean-Hugues Anglade) es el camarero de la cafetería, un acróbata que perdió su hora de gloria pero que todavía cree en su sueño. Podría pasar por un mediocre, pero resulta demasiado conmovedor para eso...
Exacto. Hace unos quince años vi un documental acerca de un grupo de rock que se llamaba Anvil que tuvieron su momento de gloria en los ochenta y cuyos miembros se convirtieron en encargados de almacén. Dado que vieron el destello de su sueño, nunca pudieron abandonar para dedicarse a otra cosa, así que siguieron haciendo conciertos en locales sórdidos, lo que me parece algo bello. Así es como tuve la idea de este personaje, que nunca ha renunciado a su sueño, aunque haya comportado que su esposa lo haya abandonado, que viva en un tráiler, y que afronte el desprecio de su hija adolescente a la que ya no puede contar historias. Simon también ofrece la posibilidad de mirar la carrera del actor desde una perspectiva metaficticia. Un actor que no trabaja no tiene posición social, ni existencia. ¿Qué haces cuando lo has apostado todo por tu sueño al rojo y la bola siempre cae en el negro?
También está el improbable dúo encarnado por Alban Ivanov y Balasingham Thamilchelvan, que tiene su propio y singular modo de comunicarse dado que Avanish no habla francés…
Sí, me pareció muy divertida una interacción que se desarrollaba más por gestos que con palabras. Eso ocurre a veces cuando dos personas son capaces de entenderse mientras que el resto no lo es, y sin palabras. Eso me parece muy conmovedor.
¿Cómo fue el entrenamiento?...
¡La primera sesión fue un desastre! Al principio, Julie Fabre, la coreógrafa del equipo olímpico de natación sincronizada, se mostraba escéptica. Pero tras tres semanas, me aseguró que lo lograríamos. Pasaremos por alto el hecho de que Balasingham Thamilchelvan, con quien di durante una audición general, me mintió: en realidad no sabía nadar, y que Félix no podía permanecer con la cabeza bajo el agua aunque ¡hizo el pino! Allá donde se ven piernas que salen del agua, son de dobles, porque incluso después de siete años de entrenamiento, es bastante difícil. Ensayaron como locos durante siete meses, una o dos veces por semana, y ¡de verdad que me sorprendieron!
¿Quién demostró tener más talento?...
El más atlético era Guillaume. Pero Mathieu es el ganador ¡por dedicación y entrega! Y por lo que se refiere a Benoît, es un nadador excelente aunque algo distraído.
¿Tenía algunas películas en mente cuando creaba ésta? Hace que la gente piense en Full Monty, que también presenta una terapia en grupo coreografiada y adopta la forma de la feel-good movie...
¡Nunca la he visto entera! Y cuando particularmente la gente comenzó a mencionármela, no quise verla. Cuando realicé Narco, estaba tan influido por las referencias cinematográficas que recreé tomas idénticas a otros films sin proponérmelo. Para El gran baño, no vi ninguna película porque prefería verme libre de toda referencia, aunque forzosamente haya montones de ellas inconscientemente.
Técnicamente hablando, ¿resulta difícil filmar la natación sincronizada?...
Sí, porque no hay nada más fastidioso que las escenas bajo agua, pero el principal problema cuando ruedas en una piscina está en la acústica; hay un eco enloquecedor. Aunque los desafíos técnicos me parecieron más estimulantes que disuasivos.
La cinta también es bastante musical...
Así es; hurgué mucho en la música de los ochenta porque mis personajes son de los ochenta, así que ése es el motivo por el que hay música de Tears For Fears, Phil Collins, Imagination y cosas así. Y luego, mi sueño se hizo realidad cuando Jon Brion, del que soy un admirador entregado, se avino a componer la banda sonora. Su trabajo juega un importante papel a la hora de expresar la tristeza de los personajes.
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