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NOTAS DE LA DIRECTORA...
“A finales del 2013, yo estaba trabajando en la cárcel de hombres de Barcelona. Allí, llevaba a cabo un proyecto que consistía en rodar una película con internos de la prisión: ellos eran los actores y nosotros los que hacíamos posible que la pieza audiovisual se pudiera llevar a cabo técnicamente.
A lo largo de todo el proceso conocí a un hombre, uno de los presos que trabajaban en la película. Me explicó que tenía una hija de diecisiete años viviendo en un centro de acogida de menores: cuando él entró en prisión nadie se pudo hacer cargo de ella, así que los servicios sociales tomaron el mando de la situación. Pero esta niña se había hecho mayor y estaba cerca de cumplir los dieciocho. Eso significaba que ya no podría seguir viviendo en el centro, se quedaría en la calle y tendría que buscar otro lugar en el que vivir. Después me dijo que su hija le odiaba.
Cuando me lo dijo, me pareció totalmente lógico: él había condenado a aquella mujer a una vida de precariedad e inseguridades. Esa hija de la que me hablaba nunca formaría parte de la gente normal: de aquellos que tienen un hogar, una familia y un trabajo. Ella, sin conocerla directamente, se convirtió para mí en una especie de heroína moderna. Pensé que debía ser durísimo vivir sola y sin referentes, salir a delante sin el amor verdadero de nadie y crecer entre asistentes sociales y abogados decidiendo qué va a ser de ti.
Mientras este hombre me explicaba toda aquella historia, algo se me removió por dentro y hasta yo me enfadé con él. Tuve ganas de gritarle que lo había estropeado todo, que las cosas con su hija nunca volverían a funcionar. Sentía hacia él rabia e impotencia, pero también pena, porque detrás de esa imagen de “tío duro” se escondía un dolor profundo y la convicción de que había fallado en casi todo en la vida. Esta historia sirvió de inspiración para hacer mi primer cortometraje, Sara a la Fuga, pero también para que yo misma me pusiera en marcha y empezara a pensar acerca de las relaciones entre padres e hijas y su fragilidad. El guionista y yo decidimos darle el mismo nombre a la protagonista de nuestro largometraje, Sara, y que éste se convirtiera en una especie de segunda parte en la vida de aquel personaje.
Intuimos que en todo aquello había un material muy valioso para hablar de la familia y del daño irreparable que los padres ejercen sobre los hijos, pero también para hacer un retrato social de la España actual. Sara, lucha para cambiar su vida y conseguir un futuro mejor para su bebé y su hermano pequeño. El problema con el que se encontrará será tan grande cómo lo es la crisis económica en nuestro país. La clase media se ha convertido en una fortaleza infranqueable, en la que no está permitido que muchos entren.
En los barrios obreros de las grandes ciudades, la gente lucha por prosperar mínimamente aunque la realidad es que el sueño de una vida sencilla se convierte en algo inalcanzable.
Esta no es una historia con vocación política ni que quiera bombardear al espectador con mensajes panfletarios. Pero sí que quiere poner el foco y hablar de los que normalmente no se habla. Esta preferencia por lo social conecta con una cierta tendencia europea, mirar la realidad y a juzgarla de forma crítica. Hablar de lo que conocemos es esencial para nosotros a la hora de enfrentarnos a cualquier trabajo de escritura y hemos querido que ese espíritu perdure en el guión de nuestro primer largometraje. No hay grandes diálogos, no hay artificios en la puesta en escena ni grandes giros argumentales. Hemos querido construir una película franca y sincera, que te invite a pasar y a vivir en ella.
Como creo en el fondo unido a la forma, los referentes que nos inspiran son directores que se preocupan en buscar con la cámara una verdad (y una vida) que predomina en cada una de sus imágenes. En ese sentido, tanto Ken Loach como los hermanos Dardenne, me parecen dos buenos ejemplos para explicar mi visión estética de la película: sin adornos, sin concesiones, clara, transparente y concentrada en los personajes: en sus rostros. “
“Sentí que la película se abrió lentamente ante nosotros mientras montábamos en una sala oscura de Barcelona.
Las letras de un guión no significan nada, eso dice mi guionista. Dice que son una guía, un salvavidas del que conviene olvidarse de vez en cuando para entrar en el barro y explorar territorios desconocidos. Y después de seis semanas de rodaje he llegado a la conclusión de que no hemos filmado una historia sobre el odio (cómo yo pensaba), sino sobre el amor descompuesto entre un padre y una hija que están deseando amar pero no saben cómo.
La familia es para mí una fuente de inspiración y hablarsobre ella, una necesidad. Esta película es la mejor forma que se me ha ocurrido para seguir investigando acerca de los lazos que nos unen a nuestra propia sangre mientras me pregunto si es posible recomponer una familia rota o más valdría dinamitarla para poder seguir viviendo.”