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SINOPSIS
En una peculiar biblioteca que alberga libros rechazados por las editoriales, una joven editora descubre una novela magistral. Su autor es alguien llamado Henri Pick, un pizzero fallecido dos años antes. Según su viuda, Pick jamás leyó un libro y lo único que escribió en su vida fue la lista de la compra. Cuando la novela se convierte en un éxito de ventas, un crítico literario escéptico y obstinado se une a la hija de Pick para desentrañar el misterio: ¿tenía el autor una vida secreta?...
INTÉRPRETES
FABRICE LUCHINI, CAMILLE COTTIN, ALICE ISAAZ, BASTIEN BOUILLON, LOUIS DESCOLS, MARC FRAIZE, EVA LALLIER, MARIE-CHRISTINE ORRY, PHILYPA PHOENIX, HANNA SCHYGULLA, JOSIANE STOLÉRU, CLÉMENT VIEU, ASTRID WHETTNALL
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ENTREVISTA A REMI BEZANÇON Y SU COGUIONISTA VANESSA PORTAL...
Es la segunda vez que adapta una novela. ¿Por qué ésta en particular?...
Rémi Bezançon: Me interesó el principio de la investigación literaria, un género híbrido bastante inesperado. Además, tras cuatro películas más bien introspectivas, tenía ganas de cambiar de universo, había llegado al final de un ciclo. Al acabar el libro de David Foenkinos, se lo pasé a Vanessa, con quien coescribo los guiones.
Vanessa Portal: De pronto, me encantó esa idea tan visual de una biblioteca de libros rechazados, ese refugio para los manuscritos que los editores no han querido, un homenaje a Richard Brautigan, autor que adoro.
¿Cuál fue el enfoque para la adaptación?...
R. B.: Si hubiéramos adaptado la novela tal cual es, con su multiplicación de personajes, el resultado hubiera sido una película coral. Hemos preferido concentrarnos en uno de ellos, el del crítico literario Jean-Michel Rouche, a quien encarna Fabrice Luchini. En el libro no aparece hasta la mitad de la narración. Hemos optado por convertirlo en el personaje principal y que sea él quien lleve la investigación. Es una variante de la misma historia, otro punto de vista.
V. P. : Uno de los resortes cómicos del film está en el hecho de que este personaje no es un investigador profesional, lo que lo lleva a equivocarse las más de las veces.
Sospecha de todos, y para sostener sus sospechas se inventa motivos para cada uno que no tienen nada que ver con la realidad.
R. B. : Así es, se hace permanentemente sus películas; esta impostura literaria hace que su imaginación vuele. Se trata de una forma de mise en abîme de la ficción.
¿A qué desafíos han tenido que enfrentarse?...
V. P. : Principalmente, justo el de la investigación. Los mecanismos del suspense se resisten a ser aprehendidos. Pero jugar con los códigos del polar nos pareció tanto más lúdico cuanto que en esta historia no hay ni cadáver ni policía. Es un whodunit en el que no se busca «quién es el asesino» sino «quién es el escritor».
R. B. : Inicialmente, la investigación no era sino un MacGuffin para nosotros, como hace Hitchcock –por otro lado, se ve un fragmento de Los 39 escalones en la película–, o como en Misterioso asesinato en Manhattan, de Woody Allen. No era más que un pretexto para hacer que nuestra pareja de detectives evolucionara. Tanto más exultante cuanto que se evidencian perfectos aficionados que no hacen sino contradecirse todo el tiempo.
Pero un MacGuffin no representa nada normalmente, no posee valor simbólico alguno. Ahora bien, en la película lo que está en juego es un libro...
R. B. : Cierto, un libro es un objeto en cierta manera más significativo que un microfilm o una maleta llena de billetes. Nos ha permitido evocar directamente nuestro principal tema, la frontera inconstante que separa ficción de realidad.
V. P. : También nos importa la relación de los personajes en el libro, de qué manera una ficción puede insinuarse en la realidad y cambiar el curso de las cosas. La novela de Henri Pick, “Les Dernières Heures d’une histoire d’amour”, deshace cuando menos dos parejas, crea una tercera y acaba por ayudar a una inconsolable viuda a superar el duelo.
R. B.: Mi principal desafío, finalmente, consistía en escenificar una paradoja: perseguimos la verdad, pero sobrevivimos gracias a las ilusiones que creamos.
La cinta apunta con ironía la importancia de la promoción en el recorrido de un libro...
R. B.: La historia de un libro no es suficiente, también es necesario contar la historia en torno al libro. «La novela de la novela», como dice Rouche. La narración. De hecho, el marketing ¡hace la ficción exponencial!
V. P.: Podemos divertirnos, como lo hacemos en la película, al imaginar que una editorial como Albin Michel decide publicar a un autor rechazado treinta y dos veces tan sólo para evitar salirse de las tendencias. Asimismo podemos inquietarnos. Cuando las leyes del marketing ya se entrometen en la selección de los textos, el riesgo de uniformización y de degradación cualitativa se hace real.
R. B.: Los editores, como los productores por cierto, han de ser para los autores interlocutores apasionados en lo artístico, eso me parece esencial. El cine es un arte colectivo.
¿Cuándo le pusieron rostro al personaje principal?...
R. B.: Mientras leía el libro ya visualizaba a Fabrice Luchini en el papel.
V. P. : Le enviamos el guión y respondió en menos de una semana. Estábamos tan contentos que escribíamos con su foto sobre el escritorio.
R. B.: Luego nos vimos, discutimos, y nos reímos lo nuestro.
¿Y por lo que respecta al personaje de Joséphine que interpreta Camille Cottin?...
R. B.: Fabrice tuvo la ocasión de actuar con Camille en la serie Dix pour cent, y le encantó la experiencia. Por mi parte, la he dirigido en mi film previo, Nos futurs. Todos deseábamos trabajar de nuevo juntos. Era pues obvio elegirla.
¿Cómo fue para el resto del reparto?...
R. B.: Para el papel de la joven editora Daphné Despero, buscaba a una actriz que pudiera expresar a un tiempo inocencia y misterio. Alice Isaaz posee ese aire de rubia hitchcockiana, enigmática, inasible. En cuanto a Bastien Bouillon, supo fundirse con gran inteligencia en su papel de compañero de ella, un joven escritor sin suerte. Por lo que se refiere al resto de personajes, me incliné más bien por actores de origen teatral: Josiane Stoléru, Vincent Winterhalter, Florence Muller, el humorista Marc Fraize. Y tuve el inmenso privilegio de que Hanna Schygulla, la musa de Fassbinder, aceptara participar. Finalmente, para todos los personajes de Crozon, di con actores bretones que aportaron mucha autenticidad en las escenas rodadas en el Finisterre bretón. La península de Crozon resulta un lugar sublime, un personaje más de la película. Como dice Jean-Michel Rouche: «Allá se siente la fuerza de los elementos».
Es su primera colaboración con Fabrice Luchini, ¿cómo se han preparado?...
R. B.: A lo largo de los tres meses que precedieron el rodaje, me telefoneaba todos los días: «¿Tienes cinco minutos?» Y ahí que iba: «Secuencia 48...» Me interpretaba la escena encarnando todos los papeles. De todos modos, la preparación lo es todo. Junto con mi equipo, siempre disponíamos un storyboard y varios moodboards sobre los que reagrupar nuestras intenciones, nuestras inspiraciones; ello nos permitía armonizar nuestra visión del film con anticipación. Una vez delimitado el aspecto técnico, me siento más libre para concentrarme en la dirección de los actores.
¿Qué esperaba de sus actores?...
R. B.: Ritmo. En la comedia, es fundamental. Lo único que Billy Wilder indicaba a sus actores era: «¡Más rápido!» Camille y Fabrice crean una pareja muy enérgica. Sin caer tampoco en el exceso. Creo que una interpretación contenida ofrece al espectador un espacio para sentir las propias emociones. El papel del presentador televisivo Jean-Michel Rouche, un hombre de letras apasionado bastante próximo a Fabrice Luchini, hacía esta reserva tanto más necesaria. Fabice me dijo: «No quiero estar todo el tiempo al máximo. En ciertas escenas me mantendré alejado». Dejar lo mejor a sus compañeros es más que elegante, es inteligente. También Camille ha privilegiado la sobriedad al apoyarse en la escucha y las miradas. Tiene esa capacidad de modular su interpretación instintivamente y puede pasar de la comedia al drama con una soltura inusitada.
¿Les ha permitido improvisar con frecuencia?...
R. B.: Sí, ¡Por supuesto! Con tal que no alterara la psicología de los personajes o su arco narrativo. El guión es una base que necesito reencontrar en el montaje, pero si dispongo de algunas improvisaciones logradas tanto mejor. Cuando en el curso de la emisión literaria, Fabrice cualifica a un invitado como «etnólogo del erotismo», las palabras son suyas. También la glosa sobre Marguerite Duras. Es una suerte trabajar con actores a los que les gusta crear accidentes o jugar con el entorno. En la escena en los jardines de Joséphine Pick, el balido de cabra que se oye no estaba en absoluto previsto. Espontáneamente, Fabrice añadió una réplica a propósito de ello, le dice a Camille con aire inquieto propio de un parisino perdido en el campo: «¿Tiene una cabra?» En fin, el problema estuvo en que todo el mundo rió tanto que se hizo imposible usar la toma. Tuvimos que rehacerla. Y cuando Juan, mi ayudante de dirección, imitó la cabra para estimular a Fabrice, Camille tuvo la idea de responder: «No, es Juan, ¡el macho cabrío del vecino!»
Les dio referencias que les ayudaran a crear la pareja?...
R. B.: Justo antes de iniciar el rodaje, Fabrice me propuso ver Bonne Chance! de Sacha Guitry. Había captado perfectamente el tono de los combates a los que iban a librarse Camille y él. Su alquimia fue inmediata, lo que no hace sino contribuir inestimablemente a sus interpretaciones.
Como a sus personajes, ¿hay algún libro que haya alterado sus vidas?...
V. P.: “Le Blé en Herbe”, de Colette. Mi amiga de infancia me lo prestó. Fue la primera novela que leí, además de libros juveniles y cómics. Así me sumergí en la literatura, con toda la obra de Colette, que siempre me asombra.
R. B.: “Les Contemplations”, de Victor Hugo. Esta recopilación de poemas épicos me hizo soñar. Al desarrollar un imaginario que va lejos, Victor Hugo desarrolló el mío. De él viene mi gusto por las palabras. Las suyas son poderosas y precisas.
¿Cómo les gustaría que el público saliera de la sala?...
R. B.: Con una sensación placentera.
V. P.: Y con ganas de leer un buen libro, al aire libre, al sol.
ENTREVISTA A FABRICE LUCHINI...
¿Usted todavía no había rodado con Rémi Bezançon ? ¿Cómo se desarrolló el encuentro?...
El ambiente fue distendido, como así iba a serlo por otro lado el del rodaje. Conocí a un hombre muy simpático, con una cierta flema británica. Por mi parte, me sentía tanto más cómodo cuanto que no albergaba expectativas particulares, estaba absorbido por el teatro y no estaba particularmente interesado en ninguna aventura cinematográfica.
¿Qué fue lo que le convenció para aceptar este proyecto?...
Este concepto de la investigación literaria me sedujo mucho. Aquí el suspense no es policial sino un pretexto para la diversión, una diversión elegante, refinada. Tuve la sensación de que esta película tenía algo que ver con La discreta, de Christian Vincent. Y acaso un poco también con Molière en bicicleta. Un universo familiar, un lenguaje común. Y el guión era bueno, por lo que me dije: «¡Ahí vamos!».
¿Qué tipo de director es Rémi Bezançon?...
No es dominante. Su otro gran talento consiste en generar la sensación –cabe decir que nada frecuente– de estar fabricando la película colectivamente. Desde el principio, sentía que él y yo íbamos en la misma dirección. A veces, el punto de vista del director y el del actor divergen. En el caso de La biblioteca de los libros rechazados, hemos hecho la misma película.
¿Cómo dirige a los actores, los deja improvisar un tanto?...
Sí, pese a un guión muy escrito, Rémi escuchaba plenamente nuestras proposiciones. En ocasiones he podido improvisar y él ha conservado ciertas réplicas. Por ejemplo, permitió que la escena en que evoco a Duras me la hiciera mía. Es un realizador que ama a sus actores, se nutre de ellos con una felicidad casi infantil, que hace nos divirtamos. Divertirse a mi edad es una buena noticia, no así a los veinte años, no es buena señal. Pero cuando se ha trabajado mucho, acceder a ese estado es saludable ¡y casi una necesidad!
Jean-Michel Rouche, el personaje que encarna, modera una emisión cultural. ¿Se ha inspirado en otros presentadores conocidos?...
No tanto.
Sin embargo, se le ha invitado con frecuencia a este tipo de emisiones, por ejemplo a «Apostrophes»...
Cierto, Bernard Pivot ha sido muy importante en mi vida. También he estado bastante cerca de Michel Polac, era incluso mi amigo. Pero no trabajo como los ingleses. No sé fundamentar mi personaje en base a los parecidos.
Usted constituye un tándem con Camille Cottin, que interpreta el papel de la hija de Henri Pick, el hombre a quien denuncia como impostor. ¿Cómo calificaría su actuación?...
Valoro su precisión. Explora sin parar, con la ambición de acceder a lo que bulle de vitalidad. Con Camille, buscamos alcanzar ese estado de júbilo que provoca la nota justa.
¿Cómo han construido esa pareja cómica?...
Un tándem como éste debe ser lo opuesto a una pareja insoportable, aquélla en que cada uno se mantiene en su esquema y ya no sorprende al otro. Oscar Wilde dijo: «Ser pareja no es sino devenir uno, sí, pero ¿cuál?» En la comedia, la pareja no debe devenir uno sino dos. Como en un partido de tenis, se actúa, se responde. Es eso que yo llamo el milagro del compañero. A menudo, estoy solo en el teatro. Es muy agradable departir con otros actores. El cine me ofrece la oportunidad de vivir con un grupo que no tengo cotidianamente.
Sus personajes viven una relación intensa que evoluciona sin decantarse por el romance...
Su relación progresa a partir del flechazo amistoso e intelectual: se erotizan. No hay necesidad de que se acuesten. Las palabras son un material erótico. Acuérdese de lo que decía Duras: «Las mujeres gozan antes por el oído».
Le película muestra que un libro puede alterar una vida. Usted ha hablado con frecuencia del “Voyage au bout de la nuit” de Louis-Ferdinand Céline...
Tenía diecisiete años. Tenía una visión fabulosamente pesimista del mundo. Es imposible explicar el genio de este autor, su capacidad para restituir a la lengua escrita la emoción del lenguaje hablado en unas pocas palabras sin caer en lugares comunes. Es la razón por la cual le consagro varias páginas de mi libro (“Comédie française : ça a débuté comme ça...”, Flammarion 2016), donde vuelvo especialmente a su extraordinaria facultad para fabricar poesía, pues como todos los grandes escritores, Céline da a ver, es un cineasta.
¿Qué emoción le agradaría que el espectador sintiera al salir del cine?...
No tengo legitimidad alguna para exigir lo que sea al público. ¡Es el patrón! Mi emoción no tiene valor de verdad, pero intuyo que la película provocará la sonrisa. Hay suspense, comicidad, picardía. Detesto decir esto, pero hacía mucho que no me divertía tanto en un plató, y espero que el público lo perciba. Pues si nuestro oficio consiste en procurarle placer, al sentirlo nos permite comunicarlo. En fin, también podemos animarnos y ¡hacer un estofado! Pero no es el caso. Rémi ha realizado una fantasía lograda.
ENTREVISTA A CAMILLE COTTIN...
¿Sabe que Fabrice Luchini le indicó su nombre al director para el papel de Joséphine?...
¡Sí! Me llamó para advertirme. Siete minutos más tarde recibí la llamada de Rémi. Había trabajado con él en Nos Futurs, su película precedente. Fue agradable reencontrarse. El hecho de que Fabrice hubiera sugerido mi nombre me dio confianza. El modo en que se aborda un papel y un rodaje tiene un impacto real sobre lo que se va a dar. Asumió una responsabilidad al proponer mi nombre, pues aunque tuvimos una bella complicidad en la serie Dix pour Cent, no trabajamos juntos más que dos días. La mañana del primer día de rodaje, me lo imaginé diciéndose: «¡Espero no haber hecho una estupidez!».
¿Cuáles fueron sus impresiones tras la lectura del guión?...
El argumento de la película me pareció original y el papel de Joséphine emotivo en su búsqueda de la verdad. Me gustaba ese personaje de maestra que protege a su madre y cría sola a su hijo. Es una chica recta y sencilla. Tiene un lado instintivo, rebelde, aventurero. No duda en acompañar hasta París por capricho al periodista agitador. En esta pareja, si Fabrice encarna al parisino algo esnob, yo soy todo lo contrario.
Joséphine también es ambivalente...
En efecto, ha de superar una contradicción. Le parece muy incongruente que su padre haya podido escribir una novela. Pero constata que su madre se lo cree, que ese último golpe de efecto de su difunto marido la hace feliz y la ayuda en su duelo. Así que se muestra solidaria creyéndolo también. Sin embargo, las dudas del periodista que interpreta Fabrice Luchini acabarán por hacer mella en ella, y su necesidad de saber la verdad la obligará a investigar junto a él.
Su personaje vive en el Finisterre, en la Península de Crozon. Muchas escenas se han rodado allí...
Si, la luz es magnífica. Es un lugar salvaje. Como lo subraya Jean-Michel Rouche con un punto de ironía, el Finisterre es literalmente ¡el final de la Tierra! Para un actor, desconectar de la cotidianeidad ayuda a crearse una burbuja, a concentrarse en la interpretación. Cuando se instala allá donde vive su personaje, se nutre de todo, del panorama, del viento... El cuerpo absorbe todo eso.
¿Cómo ha abordado el género de la película, que está a caballo entre el film de investigación y la comedia?...
Antes del rodaje, Fabrice me aconsejó que viera Vivamente el domingo, de François Truffaut, y precisó: «La investigación es importante, pero manejémosla conservando esa pequeña distancia que permite divertirse». Tiene razón: ¡nadie ha muerto! Bueno, a parte de Henri Pick... Ello me ayudó a encontrar el lugar de la interpretación. Nos implicamos en la búsqueda de la verdad mientras bromeamos.
Cómo definiría la pareja que constituye junto a Fabrice Luchini?...
Nuestros personajes tienen temperamentos diametralmente opuestos, son como perro y gato, lo que da mucho encanto al film. Viene a la mente la pareja de Audrey Hepburn y Rex Harisson en My Fair Lady, o la de Katharine Hepburn y Spencer Tracy en La costilla de Adán. En estas parejas, la complicidad intelectual crea una dinámica que nos inspiró a Fabrice y a mí.
¿Qué tiene de particular trabajar con Fabrice Luchini?...
El movimiento continuo de su mente me fascina. Me encanta su amor por el verbo, la calidad de su receptividad, su enorme exigencia de sinceridad. Soy muy sensible a su búsqueda desenfrenada de lo que es la esencia de una escena. La adrenalina de la interpretación se debe al deseo de hallarse más cerca de la verdad. Si se actúa un tanto irreflexivamente, él desconecta inmediatamente, al no haber ya verdad allí dice que la información ya no le llega. Fabrice posee una cultura enorme, y las películas a las que hace referencia para definir el espíritu del film fueron una fuente de inspiración.
¿Cómo dirige Rémi Bezançon a sus actores?...
Está muy pendiente del ritmo. Nos empelle a actuar de un modo siempre más vigoroso. Cuando se va rápido, el cerebro va suelto. Nos vemos atrapados por el tempo. No hay tiempo para mirarse y verificar si está o no bien. El superego se diluye. De súbito las cosas se nos escapan y puede producirse el accidente. En el abandono hay algo infantil. Rémi también nos permitía que nos apropiáramos de nuestros personajes al dejar que nos expresáramos a partir de las interpretaciones sobre las sensaciones que teníamos. Es una manera muy interesante de construir colectivamente. A veces nos reorientaba en el plató, pero la mayor parte del tiempo nos daba gran libertad.
La cinta muestra que un libro puede alterar una vida. ¿Cuál es el que le ha marcado?...
El primer libro que me marcó fue “Harold and Maude”, de Colin Higgins. Tenía doce años cuando lo leí, y esta historia me trastocó completamente, lloré mucho al final. Me acordaré siempre de esta primera frase: «Harold Chasen se pasó la cuerda por el cuello»... También me apetece citar “King Kong Théorie”, de Virginie Despentes. Ese libro cambió profundamente mi mirada sobre la mujer occidental, o más bien sobre su instrumentalización. Este manifiesto me abrió los ojos.
¿Qué le gustaría que la película ofreciera al público?...
Lo que me dijo mi padre al salir de la proyección: ¡una comedia inteligente!
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