INFORMACIÓN EXCLUSIVA
NOTAS DEL DIRECTOR...
La Banda es, fundamentalmente, una historia de iniciación. Es la historia de cómo Edu, su protagonista, emprende un viaje de regreso a su tierra que se convierte también en un viaje interior hacia la madurez. Edu se enfrenta por primera vez a ese momento en el que uno siente que las decisiones se vuelven de repente serias e irreversibles. Continuar persiguiendo su sueño de convertirse en músico parece significar alejarse definitivamente de todo aquello que quiere y que siempre había encarnado su mundo: su familia, sus amigos, su primer y único amor, su tierra. La banda cuenta la necesidad de Edu de reencontrarse con todo eso que había dejado atrás y el intento casi infantil de recuperarlo, para finalmente entender que a veces uno debe aprender a despedirse de aquello que ama para seguir su propio camino.
La Banda debe su nombre a dos acepciones distintas pero en el fondo muy emparentadas. Por un lado, la banda es la pandilla de amigos, esa cuadrilla infinita que le acompaña a uno y que le define, y que Edu descubre que se ha malogrado en su ausencia. Juanma, Farinós y el Cabolo conocen a Edu desde la infancia, y pertenecen también a esa entidad tan típicamente valenciana que supone la segunda acepción del título: la banda musical del pueblo. Las bandas de música son uno de los legados culturales y artísticos más importantes y quizá más desconocidos de mi tierra. En cada pueblo de la Comunidad hay al menos una banda, en la que los niños ingresan muy temprano para recoger así el testigo de su padre, que a su vez lo recogió del abuelo. Quería que esta realidad única y maravillosa -y cuyo impacto en cifras es que el 50% de los músicos españoles sean valencianos- supusiera el telón de fondo de mi historia. Una realidad concreta, anclada en una tradición autóctona, desde la cual despegar y tratar de alcanzar cierta universalidad en el relato.
Tras mi experiencia en la escuela de cine, y más concretamente en mi proyecto final de carrera -el cortometraje La noche de las Ponchongas- en el que ya lo puse en práctica, sentí la necesidad de contar de nuevo para esta historia con algunos actores no profesionales. Buscaba un aire fresco y distinto que me acercara a cierta naturalidad, y que también surgiera desde esa propia realidad que pretendía retratar. Así pues, el casting de esta película consistió en ir a buscar los personajes justamente a su entorno: las bandas de pueblo. Así fue como dimos con esta cuadrilla de músicos que se ponían por primera vez delante de una cámara, pero que tenían todo a su favor: conocían a los personajes porque, simple y llanamente, ellos eran los propios personajes. A día de hoy, pienso que lo más bonito de hacer la película ha sido sin duda conocerlos, y asistir al milagro de que, incluso antes de empezar a rodar, se habían convertido ya en una pandilla.
Para terminar, diré que escribí esta historia en un momento en el que yo atravesaba también por esos pensamientos. Para mí es fundamental escribir sobre cosas que conozco, que me resultan familiares y cercanas y que de alguna manera me provocan cierta sensación de legitimidad para poderlas contar. Como Edu, me fui distanciando de lo que había sido mi mundo. Encontré en mis años de estudio en Madrid la respuesta a un reclamo interior —la escritura y el cine— que en realidad no había encontrado en mi entorno. Y precisamente fue ese entorno, como le ocurre a Edu, el que se confabuló para decirme que no pasaba nada, que debía irme porque lo peor para la gente que me quería era que no me fuera.
Me fui. Pero ahora he vuelto. Resulta que era verdad que no pasaba nada, que nada es tan grave ni definitivo.
La banda sigue tocando.