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SINOPSIS
Susana tiene que dejar su vida en París trabajando como modelo para regresar a Madrid. Su abuela Pilar acaba de sufrir un derrame cerebral. Años atrás, cuando los padres de Susana murieron, su abuela la crio como si fuese su propia hija. Susana necesita encontrar a alguien que cuide de Pilar, pero lo que deberían ser solo unos días con su abuela, se acabarán convirtiendo en una terrorífica pesadilla...
INTÉRPRETES
ALMUDENA AMOR, VERA VALDEZ, CHACHA HUANG, KARINA KOLOKOLCHYKOVA
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ENTREVISTA A PACO PLAZA...
Siempre introduces temas musicales en tus films: en Verónica oíamos a Héroes del Silencio y en Quien a hierro mata a Julio Iglesias. La abuela comienza con un tema de Vainica Doble...
Creo que las canciones populares apelan a una parte de la memoria emocional que ayuda a conectar con las historias y las contextualizan. La canción de Vainica suena a conjuro, parece una canción de brujas: es dulce, pero enigmática. Es un tema que no conocía: me la pasó Marta Crespo, la consultora musical de la productora y siempre quise incluirla: la escena en la que se escucha la rodé acorde con su ritmo. Hay otra canción de Estopa que también tiene peso en la película: me gusta apoyarme en temas pop que ayudan a identificarse con los personajes. Si incluyes además un póster colgado de una pared de una habitación, entiendes lo importante que fue para una adolescente su grupo favorito: son detalles que te ayudan a convertir un personaje en persona, a entender que hay una vida más allá de lo que expone el film, que tienen vidas independientes de la historia que estamos contando; y eso hace que las películas funcionen mejor, cuando entiendes que son seres a quienes les han pasado una serie de acontecimientos, que no son personajes al servicio de un mecanismo de guion.
También una famosa canción de los Panchos tiene peso específico en La abuela...
Claro, es un spoiler, pues explica el tema de la película: el miedo al paso del tiempo, a la vejez. Cada película obedece al momento vital en el que la haces: mis padres tienen 80 años y me enfrento, cuando vuelvo a casa, a ver ancianos. En tus mayores te ves a ti mismo, y empiezas a vislumbrar lo que vas a ser. La abuela habla de esa incapacidad de volver atrás… El germen de la película fue mi experiencia con una tía-abuela que sufrió Alzheimer y me dio muchísimo que pensar: una señora que había sido una mujer impresionante, súper activa, inteligentísima y de repente empecé a ver la nada en su mirada; estaba ahí dentro, pero parecía otra persona. En La abuela el cuerpo es una cárcel, tanto para la anciana como para la protagonista, esclavizada por ser joven y guapa, siendo considerada socialmente por su apariencia, y encima se dedica a la moda... Y está obsesionada con Instagram, comparándose con otras chicas más jóvenes que la están desplazando, ocupando su lugar: es parte de su drama. Lo que expuse a Carlos Vermut, guionista de La abuela, fue: “Me gustaría hacer una película de posesiones, donde el demonio es la vejez”. La abuela es una señora poseída por la vejez, que es el demonio, porque en nuestra sociedad hemos demonizado a la vejez. Yo tengo casi 50 años y voy vestido como si tuviera 20: no estoy asumiendo que soy ya un señor, hay algo de pánico a dejar de ser chavales, algo “peterpanesco” en nuestra sociedad que enlaza, creo, con el pánico atroz a asumir algo inevitable: que vamos a envejecer y, en consecuencia, a morir. Pero la película no habla tanto de la muerte como de la decadencia física; y es interesante cómo obviamos eso.
El segundo impulso que me empujó a hacer la película fue cuando rodamos Quien a hierro mata, pues pasamos mucho tiempo en residencias de ancianos y me impactaban, porque me parecían desguaces: en tu vida vas haciendo mudanzas, de una casa a otra, de una ciudad a otra, pero tras la mudanza a la residencia no va a haber más, porque de ahí te mudarás al cementerio… hay algo de una profunda tristeza en eso, que se debe a una cuestión cultural y me dio que pensar. Hablé con Carlos del miedo que nos da mirar a nuestros padres y abuelos, y a la mínima los metemos en una residencia porque no queremos verlos. Nos han cuidado de pequeño pero… ¿queremos cuidarles ahora nosotros a ellos? Si no lo haces, te sientes como una mierda; y si lo haces, parece que estás perdiendo parte de tu vida: ése es el drama del personaje central de mi película. A partir de ahí construimos la historia: yo quería hablar de la culpa y la traición, sobre todo en nuestra cultura católica y mediterránea, porque los anglosajones y nórdicos se independizan con 18 años y la familia no es un vínculo tan importante como para los latinos. Con eso podemos conectar, aunque no se habla de ello: todos estamos contribuyendo a glorificar valores de juventud y belleza. No queremos que nos recuerden el paso del tiempo: me parece insano esconder el miedo a algo de lo que no puedes huir, es cobarde.
Tal vez deberíamos afrontar la muerte de manera más valiente, preparándola de manera activa...
Pero no sólo la muerte. Reflexiono sobre teñirse el pelo y quitarse las arrugas: parece que es pecado envejecer. Hasta está bien visto la gente que se pone botox: ¿qué estamos haciendo? Y encima la gente que se retoca tanto no parece más joven, sino retocada: la ilusión no está funcionando… En torno a esas inseguridades se construyen capas debajo de la película que dan que pensar, con el armazón de una película de brujería que remite a matrioskas, mujeres que se han metido dentro de otras y a una historia de amor a lo largo del tiempo. Hablábamos Carlos y yo de que la protagonista de la película es en realidad la abuela, lo que pasa es que la nieta no se da cuenta de que es víctima de un plan. El espectador acompaña a la chica mientras ésta intenta deshacerse de su abuela de una manera que no le haga sentirse mal consigo misma, pero temiendo el castigo que le va a suponer no querer hacerse cargo de la señora, cuando ella sabe que le corresponde moralmente hacerlo, pues la abuela la cuidó a ella siendo niña.
Además, con esa película de terror que hemos vivido los últimos meses con la maldita pandemia, los ancianos están aún más discriminados…
Yo le decía al productor, Enrique López Lavigne, que La abuela antes de la pandemia no sería la misma que ahora: cómo percibimos en este momento a los ancianos, después de la cantidad de ellos que han muerto. Tuvimos que parar el rodaje debido al confinamiento y quedaba una parte -que transcurría en residencias- que, obviamente, no podíamos rodar. Eso obligó a que la película mutase y para bien. Pocas veces una película se ha alimentado tanto de su contexto, por lo menos de las que yo he hecho. Y todo lo que pasó alrededor del film lo transformó.
Puede haber público que se quede solo en la mera historia de terror de La abuela, que no haga lecturas más profundas...
Es una lectura que está muy bien. Creo que una de las grandes virtudes del cine de género es explicar una cosa mientras cuentas otra: desde las fábulas de Esopo hasta la Biblia, se usa la fantasía para explicar algo verdadero. El cine de género, cuando es interesante, funciona a ese nivel: te entretiene contándote una historia, mientras te mete, casi sin que te des cuenta, con mucha vaselina, otras cosas que se te quedan dentro. Hay una parte consciente cuando vemos una película y otra inconsciente, y las buenas te bombardean el inconsciente. Por eso hay películas entretenidas que has olvidado, y otras que te dejan un poso que te ha alimentado, te ha hecho pensar en algo que no está mostrado literalmente en la trama del film. El cine puede aspirar a conformar tu mente y a hacerte pensar: todos tenemos una historia familiar de situaciones similares, por eso La abuela te remueve a ese nivel.
Con esta película te has rodeado de un equipo bastante joven...
¡Claro! Me encanta, porque vampirizas. En esta película trabajo por primera vez con Daniel Fernández-Abelló, el director de fotografía, pues vi su trabajo en un video clip de Rosalía y me gustó su estética. Necesito trabajar con gente más joven, que te abre la mente, piensa de otra manera, escucha otra música...
Cuando rodé mi primera película, yo era el más joven del equipo y en La abuela fui el más mayor: me sentía bien, pues espero haberles ayudado a descubrir cosas, pues ellos me han enseñado a mirar de otra manera. Hay un toma y daca, un intercambio, algo que va y viene. Siempre aconsejo a los chavales que empiezan a dirigir que elijan a un director de fotografía experimentado y le pidan cosas que no se espere; y al revés: a la gente de mi edad les digo que hay que seleccionar gente nueva, para no estar haciendo siempre la misma película y rodar de la misma manera. He repetido con Dani en un capítulo de la serie Historias para no dormir: porque me ha rejuvenecido cinematográficamente. La abuela es la película más moderna que he hecho: me encanta cómo está encuadrada y el estar rodada en 35 mm le da una textura que la hace moderna, porque lo demás son colorines como en Netflix; así que volver a lo antiguo le da un golpe de modernidad al film.
Con los 35 mm. la imagen adquiere más fuerza...
Sí, le da peso: la proyectas y es luz pasando por algo físico, mientras lo digital son códigos numéricos; pero no sé si podré volver a rodar en 35 mm, porque es más caro. En España ya no se puede revelar: hay que hacerlo fuera, nosotros en Bélgica al ser La abuela una coproducción con Francia. Ha sido costoso, pero los productores comprendieron que no era un capricho, pues estábamos hablando del paso del tiempo y por eso necesitábamos que la imagen tuviera ese cuerpo. De hecho la película acaba con una veladura: La abuela termina quemándose.
También los títulos de crédito recuerdan a una película clásica…
Es el mismo tipo de letra de La semilla del diablo: puro fanatismo personal.
Efectivamente, La abuela recuerda al clásico de Roman Polanski...
Es mi película favorita y en ambas pasan muchas cosas dentro de un apartamento. Nos planteamos construir en plató la casa de La abuela por lo incómodo que resulta rodar en una localización real, pues estás muy limitado, pero Dani me aseguró que esa incomodidad era positiva. Yo le decía que habría planos que no podríamos hacer, pero él me decía que teníamos que hacerlos de la manera en que la casa nos obligaba: “Si quieres que la casa sea un personaje, es interesante que ella dirija también la película”, me dijo. Y me convenció: es verdad que la casa dirige, porque en ocasiones solo hay un ángulo donde poner la cámara. El lugar te está obligando a contar la historia de una manera, y eso fue fabuloso.
Los espacios son importantes en tu filmografía...
Lo que más miedo te da es lo cotidiano, lo que reconoces como propio: el monstruo debajo de la cama, la invasión de tu espacio de seguridad. Tu casa es tu refugio, donde te sientes cómodo, por eso cuando ya no estás seguro ahí, no lo estás en ningún sitio. La intimidad máxima es dormir con alguien: cuando esa persona se despierta y te ve totalmente indefenso, como un animalillo, es el momento de vulnerabilidad máxima. Dejar que alguien acceda a esa parcela de tu vida es una concesión enorme, por eso me gustaba que la primera amenaza del film es cuando su abuela mira a su nieta durmiendo. También me gusta el símbolo de la matrioska: personalidades acumulativas, pues en el fondo somos nuestros padres, nuestros abuelos, en nuestra genética están nuestros ancestros. Somos la matriuska última, la que está a la vista, pero dentro tenemos más. A todos nos pasa: de repente, un día haces algo y dices “esto es típico de mi padre”. Nos creemos únicos, pero somos la suma de lo que hubo antes.
Es una película con poca presencia masculina…
No hay elecciones inanes o intranscendentes: todas las decisiones tomadas tienen un peso. Apenas aparecen hombres porque es una historia de brujas, pero además la presión de la edad la sufren más las mujeres que los hombres, a quienes hasta se les aplauden las canas. Pienso mucho en las actrices, en la tiranía que sufren por cuestiones de edad, y eso aparece en La abuela: la protagonista chequea instagram, donde ve a una modelo rival de 14 años, y un fotógrafo de moda la llama vieja… porque ya tiene 25 años.
¿Cómo elegiste a tus actrices?...
Vi un video de la brasileña Vera Valdez, que antaño fue modelo de Chanel, donde estaba bailando, y supe inmediatamente que necesitaba esa presencia.
Y para la nieta hicimos castings de modelos actrices, porque era importante que te creyeras que es modelo: tenía que parecerlo. Almudena Amor estudiaba en una escuela de interpretación: en cuanto vi la grabación, lo tuve claro. Tiene una fragilidad y una ternura en la voz que me enamora, es muy natural actuando, posee verdad.
¿Cómo ha sido tu colaboración con Carlos Vermut, aplaudido cineasta (Quién te cantará) y guionista de tu película?...
Es uno de mis mejores amigos: comemos juntos todos los jueves. Le conocí cuando estrenó Diamond flash: me dejó tan noqueado que le dije “¡Quiero ser tu colega!”. Yo estaba atascado con este guion y hubo un par de intentos con otros escritores, pero no encontraba la película que buscaba. En uno de esos almuerzos me dijo que tenía un hueco: “Si quieres, te escribo algo, a ver si te gusta”. Él tenía unos meses libres, había escrito Mantícora y estaba pendiente de la financiación, así que le faltaba un año para rodar. Estuvimos trabajando mano a mano, aunque el guion es suyo.
El argumento está salpicado de su universo, como se percibe en la presencia de Japón o de una Magical girl, título de su Concha de Oro en el festival de San Sebastián...
Es fascinante cómo la personalidad de alguien se filtra en lo que hace. La película es una idea mía, he coescrito mucho con Carlos y yo la he dirigido, pero su sello está presente: La abuela posee un aroma, con ese rollo de las identidades, muy suyo.
En las películas siempre hay lo que tú denominas “imagen fuerza”, ésa que se te queda como una lapa, pegada a tu memoria: en Verónica era el eclipse y el plano final con el bebé en Quien a hierro mata. Pero, ¿cuál es la de La abuela?...
Hay varias: la abuela desnuda viendo dormir a su nieta. Otra: la nieta dando de comer a la abuela, que es la esencia de la película, pues ella va a alimentar a la anciana, primero con las papillas y luego con su alma. Pero a mí me gusta especialmente la imagen de la chica desnuda, llevando los pendientes de su abuela, mirando un cuadro que ha cambiado y que ya no es la anciana, sino ella misma. Me fascina ponerte delante de un cuadro como si fuera un espejo: es una referencia a El retrato de Dorian Gray. Hay otra referencia importante: aparece el cuadro Susana y los viejos, de Artemisia Gentileshi, por eso la protagonista se llama así, por la leyenda sobre los ancianos que, al ver bañarse a Susana, quieren atraparla para comerse su juventud. Es el cuadro, además, que quita Anthony Perkins para mirar por un agujero a Janet Leigh duchándose en Psicosis.
Ese es un guiño ultra cinéfilo…
Hay muchas cosas que metes en las películas que no hay por qué pillarlas, pero me ayudan a que todo tenga sentido: saber por qué están las cosas, aunque no tengan una explicación para el espectador. Cuando ves una imagen que está diseñada, pensada y sin elementos arbitrarios, aunque no entiendas los códigos que plantea la película. La abuela está trufada de estos elementos: como me decía el montador “De símbolos vamos bien”.
También aparecen varios círculos en La abuela, remitiendo a momentos de Verónica, donde también aparecían…
Están ahí por la idea de ciclo: la vida de la abuela no empieza ni acaba, ella va transformándose, y cuando abre la cómoda aparece el símbolo de la serpiente que se muerde la cola; y el huevo es el símbolo de regeneración y vida. Por eso el espejo es circular y el papel de la pared tiene dibujado un corro de niñas que se están cortando las trenzas unas a otras, alrededor de un manzano con una serpiente.
El espectador, como sucedía en Verónica, construye mucho de La abuela según la ve...
Esto lo hablaba con Carlos, cuando cuestionábamos si teníamos que explicar o no el ritual de la abuela: Vermut decía “Que cada espectador se lo imagine”. No hay que explicarlo todo. Es más interesante el enigma; nosotros damos elementos para que el público complete las historias. El misterio es bonito: en la vida tú tampoco lo sabes todo. Los buenos guiones son líneas de puntos que el espectador une para ver el dibujo final, es más bonito cuando las películas son como quesos de gruyere, con agujeros para que los rellenes, aportando. Juan Mayorga decía que el arte debe ser peligroso: creo que estamos viendo películas muy confortables, mientras a mí me gusta que una película me incomode, me cabree, me dé que pensar.
Con La Abuela cada espectador va a ver una película distinta...
Eso es precioso, la manera en que me gusta aproximarme al cine. Se está haciendo televisión muy buena, así que la excusa para ir a las salas de cine tiene que ser ir a ver algo diferente.
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