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NOTAS DEL DIRECTOR...
L’immensità es la película que llevo toda la vida queriendo hacer: siempre era «mi próxima película», pero acababa dejando paso a otra historia, como si todavía no hubiera alcanzado la madurez necesaria y no me sintiese suficientemente preparado. Es mi película más personal, un viaje en la memoria a través de recuerdos, a veces nítidos y otras veces nebulosos, e impresiones de un tiempo pasado, revisitadas y reelaboradas desde la experiencia de hoy.
Mis películas suelen girar en torno a una familia, casi siempre fragmentada, problemática e incluso disfuncional. Pienso que L’immensità representa en cierto modo la «culminación» de una narrativa que vengo abordando desde hace tiempo, de una indagación sobre un tipo de familia que no consigue ofrecer protección, donde los hijos no encuentran seguridad y falta el amor conyugal, la complicidad y la madurez en las figuras de referencia.
L’immensità no es solo una película sobre la identidad de género, ni creo que se pueda «tematizar» esa complejidad, ya que es muy delicada y concierne a cada persona a su manera, por lo que no debemos —ni podemos— reducirla a la categoría de tema.
Estamos en Roma en la década de 1970. Para afrontar la reconstrucción de esos años, decidí sobre todo alejarme de cualquier rigidez filológica en un intento por reapropiarme de la «memoria de aquel tiempo». Pedí a todos mis colaboradores que jugasen con sus propios recuerdos: fotografías familiares, polaroids, cosas que pertenecen a nuestro pasado infantil. En definitiva, un gran álbum de familia del equipo, que ha puesto no solo su talento en este proyecto, sino también su corazón. A modo de guía, dibujamos un mapa de recuerdos que compartimos durante la fase de preparación. El resultado visual es la síntesis de nuestros pasados, nuestras familias y «nuestros» lugares, colores y atmósferas.
La búsqueda de los intérpretes más jóvenes fue muy larga. Los niños de hoy tienen una mirada y una relación con la realidad muy distinta a la que tenían los niños de mis recuerdos, a la que tenía el niño que era yo. Ahora, los niños piden una relación más de igual a igual con el mundo de los adultos. Son más participativos, sus opiniones se escuchan y solicitan con mayor interés. A los niños de mis recuerdos les gustaba pasar tiempo juntos y raramente participaban en las interacciones entre adultos. En cierto modo, los adultos seguían siendo adultos y los niños podían seguir siendo niños con total tranquilidad. Después de buscar durante mucho tiempo —y en vano— a mis protagonistas en Roma, decidí intentarlo en las zonas de provincia, ya fuera en sitios de costa o en el campo. Y fue allí donde encontré a mis pequeños actores: niños menos urbanos, que viven en contacto con la naturaleza, lejos de móviles y, por tanto, más creíbles en su faceta de niños de los años setenta.
La búsqueda de Adri me llevó a reflexionar sobre si debía o no elegir a una niña que no se reconociese en su propio género. Tras varios encuentros, era evidente que se planteaba un problema que, aunque de distinta forma, ya había tenido que afrontar antes: la experiencia de un set de rodaje y la representación de uno mismo son detonantes que, si explotan, pueden desorientar y trastornar la vida de un adolescente. Si elegía a una niña que viviera esa situación en primera persona, habría corrido el riesgo de «forzar» un desarrollo que necesita su tiempo, y de contaminar o acelerar el curso natural de los acontecimientos, interfiriendo en un proceso de identificación tan delicado a esa edad. Por eso, simplemente decidí buscar a Adri entre las jóvenes entusiastas de deportes más «masculinos». Luana es campeona de motociclismo y compite con chicos en el circuito Super Moto. En este deporte no hay diferencias de género, solo hacen falta grandes dosis de determinación y valentía, dos cualidades necesarias para interpretar el personaje de Adri.
La película cambió muchísimo en el transcurso del rodaje, y eso es fruto del enfoque que elegí para trabajar con los jóvenes protagonistas, confrontándome con quien tenía delante, con lo que ocurría cada día en el set. Cuando se trabaja con niños, creo que es fundamental hacer un esfuerzo en esa dirección, porque siempre vas a encontrar pensamientos, expresiones y «manifestaciones» que no se dejan encasillar, que te obligan a reajustar continuamente tu planteamiento y a redefinir visiones y expectativas.
Creo que la fuerza de la interpretación de Penélope Cruz radica también en su disposición a perder el control, a trabajar «sin red», a conservar la mirada viva en las distintas situaciones, y a actuar y reaccionar sin demasiadas ideas preconcebidas. Los niños nunca repiten lo mismo dos veces, y Penélope, más allá de su excelente preparación, supo siempre reaccionar a la propuesta expresiva de aquellos. Y precisamente esa reactividad y esa presencia son las que dan vida y veracidad a las escenas. Es un método que ya había experimentado en el pasado y en el que creo firmemente. Por supuesto, hay que fiarse, confiar, estar dispuestos, y en ese sentido Penélope ha sido una aliada extraordinaria: es una actriz instintiva y racional al mismo tiempo, abierta a la posibilidad dejarse poseer por algo que la trasciende.
Antes he utilizado la expresión «sin red», evocando sin quererlo el título de un mítico programa de variedades de la Rai. En la película, las referencias a esa época, a ese imaginario, a ese blanco y negro, son muchas: para mi generación, los programas de variedades eran una ventana al mundo, una posibilidad de evasión. En aquel universo de canciones, las mujeres esperaban en casa, incomprendidas, acogedoras, dispuestas a mirar a otro lado frente a las traiciones, al menos hasta la irrupción de dos iconos como Raffaella Carrà y Patty Pravo, que rompen esa tradición con aires de novedad e incluso de transgresión. A Patty Pravo, además, me une la versión del tema de Love Story cantada a dúo con Johnny Dorelli, que he querido incluir en L’immensità. Recuerdo cuando mi madre me llevó a ver la película, recuerdo la angustia, las lágrimas, la desesperación del niño que confundía realidad y ficción. Pero lo que más me fascinaba, y me sigue fascinando a día de hoy, era el principio de la canción: «Grazie amore mio».