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En palabras de la directora y guionista, Celia Rico: “Los pequeños amores” no es una película sobre la maternidad, tal vez lo sea sobre su reverso, la "hijidad", si existiera esa palabra. Siempre me ha resultado curioso que no haya en nuestro vocabulario forma alguna de nombrar la condición de ser hijo, esa que, probablemente, sea la única que compartimos todos por imperativo y para siempre. Ser "siempre hija" es el telón de fondo de esta historia, en la que he intentado navegar por la biografía emocional de una mujer en sus cuarenta y preguntarme sobre los modos posibles de sostener la vida y el amor a determinadas edades, cuando los padres se hacen mayores o ya no están, cuando los proyectos amorosos se desvanecen o no tienen como fin formar una familia. A algunas hijas sin hijos nos asusta la idea de envejecer solas, sin nadie que nos asista si nos lesionamos una pierna o la casa arde en llamas. Tener hijos tampoco es garantía de nada; no se les trae al mundo para conseguir el salvoconducto del amor y cuidados incondicionales. Sin embargo, ahí están. Y el retintín de una antigua cantinela sigue sonando como un eco procedente del viejo mundo: si no tienes descendencia, ¿quién va a cuidar de ti cuando seas mayor? No sé si hacer una película es la mejor forma de curar el espanto a esta pregunta, pero al menos es un respiro poderlo compartir y, tal vez, una forma de afrontar con más ternura la incertidumbre de lo que está por venir".