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Kronlund empieza a investigar y a entrevistar al resto de mujeres involucradas en el engaño. Algunas se conocían entre sí ya que contactaron para intentar desenmascarar, sin éxito, al estafador. En esos encuentros descubre a mujeres rotas, confundidas, humilladas y resentidas: “Eran amantes heridas, algunas avergonzadas de haber estado enamoradas, mientras que otras pensaban que Ricardo era un genio. La película muestra la fragilidad de las mujeres en sus relaciones”, explica la directora.
La directora recibe una actitud abierta por parte de las entrevistadas, que le cuentan su versión aunque no todas quieren mostrarse ante la cámara, así que se utilizan actrices profesionales para personificar sus declaraciones. Surgió entonces el debate de si podían o no filmarle a él, destapar quién era: “Ya que algunas mujeres habían accedido a enseñar sus rostros, a superar su vergüenza participando en la película, no me parecía correcto ocultar el suyo. Habría sido injusto. [..] no podía pedir a esas mujeres que expusieran su historia, su intimidad, sus debilidades, sin mostrar el rostro de Ricardo. Les debo mucho”.
Ricardo se adaptaba al modelo de hombre ideal que sus víctimas tuvieran. Basándose en el imaginario colectivo de clichés y estereotipos románticos, creaba una fantasía de príncipe azul en la que sustentaba sus múltiples personajes: el latin lover, el ingeniero, el cirujano… Haciendo que todos sus objetivos se enamorasen de él y se convirtieran en víctimas. Este documental es para ellas, explica Kronlund: “Espero que la película emane alegría, que las mujeres encuentren en ella algo que repare al menos su autoestima, que sanen riendo un poco. Es lo mejor que podemos hacer, realmente, porque la ley no puede hacer nada al respecto”.