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SINOPSIS
Hamid, un profesor sirio en el exilio, forma parte de un grupo secreto que persigue a los dirigentes fugitivos del régimen. Su misión le lleva a Francia tras la pista de su antiguo torturador. La venganza con la que lleva años obsesionado está a un solo paso...
INTÉRPRETES
ADAM BESSA, TAWFEEK BARHOM, JULIA FRANZ RICHTER, HALA RAJAB, SHAFIQA EL TILL, SYLVAIN SAMSON, MOHAMMAD SABOOR RASOOLI, FAISAL ALIA, PASCAL CERVO, MUDAR RAMADAN, MARIE RÉMOND, DORADO JADIBA, FAKHER ALDEEN FAYAD, JANTY OMAT
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ENTREVISTA AL DIRECTOR...
Su trayectoria profesional es bastante inusual, ¿aprendió a filmar viajando?...
A los 18 años cogí una cámara y me fui de viaje sin rumbo fijo. Fui de un país a otro y, tras un encuentro fortuito -en un barco que navegaba río arriba por el Jamuna, en Bangladesh-, me contrataron para filmar contenidos para un banco de imágenes, por mi cuenta y prácticamente sin restricciones.
Me encontré viajando por el mundo con mi cámara y me animaron a ir a las regiones más remotas. Me aventuré y filmé en Irán, Sudán, Pakistán, toda Sudamérica, África y Oriente Medio. Gracias a ello, empecé a aprender a captar rostros y espacios y a transmitir una atmósfera en pocas tomas. En cierto modo, así es como aprendí a filmar y cómo me convertí en cineasta.
¿Fue durante uno de estos viajes cuando vivió en Siria?...
Sí. Cuando tenía unos veinte años, me trasladé a Alepo, donde empecé a aprender árabe e hice muchos amigos. Unos años más tarde estalló la guerra y algunos de mis amigos de Alepo me enviaron fotos y vídeos del conflicto y del barrio donde yo vivía, que había quedado completamente destruido durante la guerra. Se exiliaron a Estambul, donde me reencontré con ellos en varias ocasiones -en el corazón de la comunidad siria en Turquía- y luego en Alemania. En ese momento, terminé mi primer documental sobre el campo de detención fronterizo de Ceuta, en el norte de Marruecos. Después realicé un cortometraje de ficción sobre la llegada de un exiliado camerunés a París, inspirado en uno de los personajes del documental. Mi enfoque siempre ha sido el mismo: intentar captar vidas singulares, individuales, y contar el exilio a través de historias a escala humana.
Todos mis años de investigación y encuentros me han mostrado las heridas interiores y los recuerdos de dolor que estos hombres llevan consigo. Esta es la historia que quería contar. Pensé en hacer un documental sobre ello y pasé varias semanas en un centro de tratamiento para víctimas de la guerra y la tortura. Conocí a un gran número de sirios y escuché sus historias de guerra, encarcelamiento y tortura. Sus palabras eran increíblemente poderosas, pero nunca pude encontrar el lugar adecuado para mi cámara.
Cuando escribo, sin omitir nunca la crudeza de su realidad, busco algún tipo de luz, una posible esperanza. Que esa esperanza se materialice o no, eso se convierte en el movimiento de la película. No creo en los dramas desesperados ni en las tragedias en las que no hay salida posible.
¿Fue entonces cuando oíste hablar de las celdas secretas, como la que aparecen en Ghost Trail?...
A medida que investigaba, oía hablar cada vez más de redes clandestinas, cazadores de pruebas y grupos que seguían la pista de criminales de guerra en Europa durante meses. Intuí que aquí había algo poderoso, y me sentí inmediatamente atraído por ello. Este descubrimiento coincidió con la publicación de dos artículos en abril de 2019, en Libération, sobre la célula de Yaqaza y la caza del «Químico» en Alemania. A partir de ese momento, quise seguir esta pista.
De repente sentí que toda mi preparación documental iba a encontrar una forma en esta dinámica narrativa.
¿Qué le hizo pasar del documental a la ficción?...
A través de la ficción y la elección de un género encontré un medio para hablar de la realidad de una forma que me llenaba. Pasé un año documentando estas células, conociendo a algunos de sus miembros y escuchando relatos de cómo seguían a la gente. Gracias a todos estos datos, mi conocimiento del tema me permitió crear mis personajes, que se inspiraron en estos encuentros. Aunque nunca hubo un Hamid
persiguiendo a un Harfaz, la mayoría de las acciones, actos y rasgos de los personajes se basan en hechos concretos. Los temas que guían la película son totalmente auténticos: la creación de una célula secreta, la búsqueda de criminales de guerra en Alemania y Francia, los meses de observación silenciosa, seguimiento y dudas, la reunión en Beirut para autentificar la foto, la división del grupo por las consecuencias de una detención en la política migratoria... Al documentar la situación con la mayor precisión posible, encontré por fin el ángulo emocional de mi película, donde el tema del trauma podía encajar en una trama basada en el duelo y los diferentes futuros disponibles para mi personaje.
En primer lugar, quería utilizar la intimidad para captar la locura de todas estas sobrecogedoras historias de aventuras contemporáneas, estas cuestiones geoestratégicas vividas por los verdaderos héroes de nuestro tiempo que nunca son mencionados por los medios de comunicación.
Para mí fue un verdadero reto convertir a mis personajes en héroes - héroes trágicos, tal vez, pero definitivamente cinematográficos.
¿Por qué eligió hacer una película de espías?...
El género de espías era una elección obvia. Los exiliados en los que me inspiré necesitaban una leyenda. Dependiendo de su país de origen o de su edad, podían ser deportados, así que aprendieron a tener un nombre y una patria falsos. Se veían obligados a mentir, a tener cuidado con todo lo que hacían, a engañar a la gente con sus identidades - con todo lo que ello conlleva, en términos de riesgo, detención y deportación.
Por otra parte, lo que me gusta del género de espionaje es cuando los personajes no son espías entrenados. Entre los miembros de las células que conocí, uno era taxista, el otro abogado... Pero, sobre todo, el espionaje consiste en observar a los demás y mentir sobre uno mismo. Estas han sido mis dos fuerzas motrices a la hora de escribir y dirigir.
Este género me permite aportar a mi trabajo cualidades cinematográficas, intensidad y mucho en juego, y la oportunidad de alejarme del realismo plano de una película política básica que me interesa menos como espectador.
¿Por qué optó por un enfoque subjetivo y sensorial?...
Al igual que la elección de un género, el enfoque sensorial ofrecía ciertas opciones realistas que podían producir algo cinematográfico. Quería filmar el sonido, el tacto y el olor, dejando fuera de la pantalla todas las imágenes demasiado connotativas, como las de la guerra o la tortura, que sólo están presentes en forma de grabaciones. La puesta en escena nos sumerge en el interior de Hamid y en el corazón de sus dudas. Las sensaciones cobran protagonismo en esta película, como los sonidos amplificados o distorsionados, el olor a sudor, el poder del tacto en la secuencia en la que Yara le venda, o en el caleidoscopio de colores de los puestos del mercado de Beirut.
El propio teatro de operaciones de la película es el torbellino mismo de los pensamientos de Hamid. Quería explorar la historia a través de los ojos de un personaje.
¿Tuvo que trabajar mucho en la banda sonora para conseguirlo?...
La banda sonora nos ofrece acceso a la agitación interior de Hamid, a la intensidad de sus pensamientos cuando no puede dejar ver nada. Es el aspecto más barroco de la película. El proceso de diseño sonoro fue largo, e implicó primeros planos sonoros, susurros, retroalimentación y tonos potentes. Pero, una vez más, es el resultado de privilegiar el realismo. Los prisioneros sirios están inmersos en una oscuridad total durante meses. Esto agudiza otros sentidos.
Una de las torturas más frecuentes a las que se les somete es mantenerles la cabeza bajo el agua, lo que tiene el efecto de dañarles los tímpanos, provocándoles hiperacusia. No elegí hacer un thriller sensorial simplemente por motivos estéticos, sino porque ciertos elementos de realismo lo exigían.
¿Por qué los miembros de la célula eligen comunicarse a través de un videojuego de guerra?...
Las razones reales son siempre más fascinantes que las ficticias: ya seas terrorista o miembro de una célula, tienes que poder comunicarte. ¿Y cuál es el único lugar en Internet donde puedes repetir una y otra vez palabras como «bombas», «atentados», «muerte» y «matar» sin que te detecten los algoritmos?
¿Cómo fue el proceso de casting?...
Me llevó más de un año. Conocí a todos los actores árabes que pude, de entre 20 y 40 años, en más de 15 países. Y entonces encontré a Adam Bessa, que desprende una intensidad y una interioridad como nadie. Tiene un aire de gravedad que te hace creer que ha pasado por los peores acontecimientos. Cuando lo ves simplemente sentado, puedes sentir los torbellinos de su mente atormentada.
Tienes miedo por él, y de él, de lo que pueda hacer. Viniendo del mundo del documental y habiendo conocido a prisioneros sirios, basta una frase o un momento de silencio para sentir la fuerza absoluta de una experiencia tan terrible. Y Adam fue capaz de captarlo.
¿Cuánto tiempo llevó preparar a Adam Bessa?...
La preparación para el rodaje -que duró cuarenta días entre Estrasburgo, Jordania y Berlín- supuso mucho trabajo sobre sus gestos, su forma de andar, cómo se sienta, cómo se comporta con su madre, etc. Los miembros de esta célula pasaban a veces nueve meses acechando a su objetivo. ¿Qué le ocurre a tu cuerpo cuando tienes al hombre que te torturó en el punto de mira durante tanto tiempo? Para entenderlo, tuvimos que trabajar mucho los gestos con Adam, como si fuera mudo. Lo que me gusta de él es que nunca está completamente imperturbable; por muy tranquilo o dolido que esté, siento que en cualquier momento puede sorprenderme, apuñalar a su nemigo o arrojarlo delante de un tranvía. Lo insólito e inesperado siempre es posible con él. Encarna el dilema central de la película: el de la razón frente al impulso. ¿Sigue siendo posible vivir después de todo lo que ha pasado? No quería hacer otra película occidental en la que los personajes hablaran en árabe roto. Así que Adam tuvo que trabajar durante semanas para conseguir el mejor acento sirio posible.
¿Vio por primera vez a Tawfeek Barhom en La conspiración de El Cairo?...
Es curioso, porque sí lo vi, pero me pareció demasiado joven e ingenuo. En resumen, no tenía nada en común con el aura de misterio que rodeaba a Harfaz. Si te fijas bien, al principio de la película, Harfaz es sólo una silueta. Así que cuando conocí a Tawfeek, le pedí que se moviera, que se tomara un café y le observara. Y fue entonces cuando percibí la fascinación que podía ejercer, que es la misma que desprende el personaje. Tiene un verdadero magnetismo». Tawfeek es palestino y, cuando le conocí, no hablaba ni una palabra de francés.
Sin embargo, iba a tener que rodar una escena de doce minutos en ese idioma. También él tenía mucho trabajo, al igual que Julia Franz Richter, que tampoco hablaba francés.
¿Qué es lo que más le ha impresionado de esta historia?...
Lo que más me ha impresionado de su búsqueda es su urgencia, y lo absolutamente contemporánea que es. Estos verdugos existen en esta vida, hoy, en Francia y Alemania. Los temas de migración que tratan son temas actuales. Su historia no es un espejo de nuestro mundo, es nuestro mundo.
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