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SINOPSIS
Es la increíble historia de una persona corriente que fantasea con sus propios sueños y que por los avatares del destino de repente se verá embarcado en una aventura mucho más grande de lo que jamás hubiera imaginado...
INTÉRPRETES
BEN STILLER, KRISTEN WIIG, JON DALY, KATHRYN HAHN, TERENCE BERNIE HINES, ADAM SCOTT, PAUL FITZGERALD, GRACE REX, ALEX ANFANGER, AMANDA NAUGHTON, ADRIAN MARTINEZ, NOLAN CARLEY, JOEY SLOTNICK, SHIRLEY MacLAINE, GARY WILMES, MARCUS ANTTURI, AMY STILLER
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A Stiller, ‘La vida secreta de “Walter Mitty’ le brindó una rara ocasión de examinar de nuevo, desde otra época, un relato norteamericano que marcó un hito. Hace mucho, siendo alumno de enseñanza secundaria, se tropezó por primera vez con el relato de Thurber: un cuento que casi acto seguido de su publicación en The New Yorker comenzó a tener una repercusión que su extremada brevedad no permitía adivinar. En los años cuarenta inspiró una idolatrada comedia cinematográfica, numerosas obras de teatro y dejó esculpida en el léxico popular la frase “ése es un Walter Mitty”, referida a alguien que dedica más energía a irse por las ramas con ensoñaciones que a la vida real.
Ahora, Stiller vio la oportunidad de introducir al incesantemente escapista personaje de Thurber en la complejidad sin restricciones de nuestra época de redes sociales, recortes y reequipamiento, y llevar su historia más allá, desde los puntos de vista cómico, dramático y cinematográfico, añadiendo a la mezcla el completo espectáculo visual de la moderna realización cinematográfica.
“Lo que me encanta del relato es que resulta imposible clasificarlo”, afirma Stiller. “Tiene comedia, tiene drama, es un relato de aventuras, es real y, a la vez, fantásticamente superrealista. Pero en el fondo de todo ello se encuentra un personaje con el que, en mi opinión, todos pueden conectar, alguien que parece simplemente estar cumpliendo con las formalidades de la vida moderna pero que dentro de su cabeza, está viviendo una vida totalmente distinta. Para mí, personifica todo aquello que imaginamos sobre nosotros y sobre el mundo pero que nunca decimos”.
La exuberante hilaridad y el agridulce patetismo de las personas que persiguen sueños descabellados siempre ha sido puesta de relieve en el enfoque cómico de la técnica narrativa de Ben Stiller.
Como director, ha cosechado el aplauso de la crítica por su propio estilo de comedia incisiva aunque dulce, pero ‘La vida secreta de Walter Mitty’ llevó a Stiller a donde nunca antes había estado, ni delante ni detrás de la cámara. Es, a la vez, su epopeya visualmente más audaz y su relato más conmovedoramente humano.
La película le hace un tierno guiño a la eterna fábula del gran humorista norteamericano Thurber que gira en torno a la necesidad que siente un hombre afable de convertir, dentro de su cabeza, sus fracasos en algo mucho más maravilloso. Pero el Mitty de Stiller es un hombre muy de nuestro tiempo.
Lo que primero atrajo a Stiller de la adaptación que Steven Conrad hizo de ‘La vida de Walter Mitty’, fue el tira y afloja entre la tambaleante e incierta realidad de Mitty y el magnífico ímpetu que se oculta detrás de sus asombrosos sueños, capaces de dejar estupefacto a cualquiera. Stiller había considerado otros intentos de reeditar la historia, pero ninguno le había satisfecho.
“El guión de Steve no trataba de ser una repetición del clásico de los años cuarenta interpretado por Danny Kaye, que para su época era maravillosamente singular, sino que halló una forma distinta de contar el relato; una forma inteligente y persuasiva que creó una situación moderna con la que este personaje y el público pudieran identificarse”, explica Stiller.
Lograr el engranaje entre el material, el director y el actor era especialmente vital para los productores de la película: John Goldwyn y Samuel Goldwyn Jr., respectivamente nieto e hijo de Samuel Goldwyn, que produjo la versión de 1947 y para Stuart Cornfeld, que ha colaborado con Stiller en muchas de sus películas.
Harían falta muchos años y una investigación quijotesca para hacerse astutamente con los derechos y desarrollar la película a través de una multitud de encarnaciones. No obstante, el panorama comenzó a cambiar cuando John Goldwyn se reunió con el guionista Steven Conrad.
Al recibir el primer borrador de Conrad, Goldwyn se dio cuenta enseguida de que no iba a ser una comedia corriente que fuera a atraer al gran público. “Era muy singular. No se parece a nada de lo que hayamos tenido antes. No guardaba, en realidad, parecido con la primera película salvo la idea de que trataba de alguien que soñaba despierto”.
Tal entusiasmo dio paso a un largo y serpenteante camino para encontrar al director adecuado. En algún punto de ese itinerario apareció Ben Stiller; originariamente, para hablar de la posibilidad de interpretar el papel de Mitty. Pero desde el principio quedó claro que sentía por el material una pasión que le llegaba derecha al corazón.
“Ben había preparado un conjunto de notas que yo había leído antes de acudir a la reunión”, recuerda Goldwyn. “Y las notas eran, sin duda alguna, el mejor resumen que yo hubiera jamás visto de lo que una película podría ser”.
Al guionista Steven Conrad le estimuló el reto de enfocar el hito literario de James Thurber desde el punto de vista de otra generación. Dice que quería “reconceptualizar la idea clásica de Walter Mitty como individuo, usando todos los colores del caleidoscopio de la vida moderna”.
“Me gustaba la idea de que Walter trabajara en la sala de clichés fotográficos de la Revista LIFE, porque eso lo convierte en una especie de depositario humano de las fotografías más importantes tomadas durante los últimos 70 años”, explica Conrad.
Para Stiller, el trabajo de Mitty en LIFE fue una bella manera de sacar provecho de temas que ahora mismo resuenan poderosamente.
Para que esa transformación tuviera éxito, Stiller creyó que tendría que encontrar una manera de convertir en un todo el mundo de una típica jornada laboral de Mitty y sus extraordinarias ensoñaciones; y hacerlo de la forma perfecta como verdaderamente ocurre en lo profundo de la mente humana. A medida que fue desarrollando el guión definitivo con Conrad, este entrelazado de vida cotidiana y vida imaginaria se transformó en su máximo reto. Al igual que James Thurber había estimulado las fantasías de Mitty basándose en una única palabra o en un solo suceso, Stiller y Conrad construyeron su narración en torno a conexiones tangibles entre lo real y lo fantástico.
Mientras que el Mitty de Thurber era un calzonazos cuyas fantasías le transportaban lejos de su matrimonio, y en la primera película Mitty se había comprometido a casarse sin entusiasmo alguno, Conrad tomó otro camino. Su Mitty es un típico soltero moderno que, para empezar, es más probable que sueñe con idilios –o que ande enredando con la idea en Internet– en lugar de correr detrás de ellos con entusiasmo. Pero algo que el guionista nunca concibió en Mitty era que fuese un fracasado. Sus sueños no sólo reflejan sus esperanzas sino también una fuerza interior que todavía tiene que demostrar.
En 1939, cuando James Thurber publicó por primera vez ‘La vida secreta de Walter Mitty’, aportó al relato un estilo modernista y burlón que atrajo a los lectores directamente a la experiencia de la vida fantástica de Walter Mitty.
En 2013, Ben Stiller esperaba hacer algo parecido, empleando el cine moderno para abrir visualmente el relato de un modo que habría sido inimaginable en los tiempos de Thurber. Sabía que había varias formas de enfocar el fantaseo de Mitty. Pero sólo había una que le pareciera adecuada para lo que él quería que sintiera el público: utilizar una superrealidad hábilmente construida que se funde con el torrente interior de la consciencia de Mitty, formando el tejido de lo que ocurre en su mundo exterior.
Stiller pensó detenidamente en la forma como lograrlo. Crear las fantasías de Walter supondría, indudablemente, el uso de muchas piezas móviles y haría falta sentido del espectáculo, pero Stiller empleó sus efectos juiciosamente, sin perder de vista la perfecta integración en el transcurrir de la acción.
“En lo relativo a efectos visuales, queríamos un enfoque global que tuviera mucho realismo fotográfico”, dice. “Siempre he descubierto que los mejores resultados provienen de hacer prácticamente todo cuanto uno pueda en situaciones de vida real, y luego retocarlo sólo ligeramente con los efectos digitales”.
Desde el principio, Stiller tomó la decisión de rodar en celuloide, decisión que parecía remitirnos al mundo cargado de imágenes de Walter Mitty y a su búsqueda de autenticidad. “El celuloide es algo muy especial –está en el mismo corazón de la historia del cine y de toda la tradición de la realización cinematográfica– y es algo que está desapareciendo muy rápidamente, esfumándose del mundo”, dice Stiller.
También optaron por que la cámara cobrara vida lentamente, pasando de estática a dinámica, ya que la vida de Walter sigue una trayectoria similar.
“Rodar en Nueva York era esencial porque ésa era la única forma de lograr el intenso sentido del lugar que Ben había imaginado”, dice Cornfeld. “Se empeñó realmente en captar la energía e intensidad de la ciudad”.
Cada lugar de rodaje acogió escenas que no habría sido posible filmar en ningún otro sitio del mundo.
En Islandia, Stiller rodaría una escena que le llevaría a nuevos límites como director y como actor: cuando Walter salta a las embravecidas olas del Atlántico Norte, lo que Stiller simuló con su propia zambullida en el océano. “Para mí era realmente importante no rodar esa escena en un depósito de agua”, recuerda. “Yo sentía la necesidad de rodarla en la verdadera alta mar, con un barco auténtico, un helicóptero de verdad y con olas reales”, explica.
Cuando Ben Stiller comenzó a considerar el ámbito de creación en pantalla de las vidas de Walter Mitty –la real y la fantástica–, supo que sin duda necesitaría un diseñador de producción dotado de un sentido puro de la experimentación creativa. Por suerte, conocía a la persona: Jeff Mann.
“Entre Jeff y yo existía una verdadera sintonía creativa y visual”, dice Stiller. “Él fue esencial en el diseño de las secuencias de fantasía, de todo el combate con Ted, de las oficinas de la Revista LIFE y de la forma como las portadas de la revista guardan relación con las fantasías de Walter. Fue una excelente colaboración”.
A Mann le llenó de euforia la inhabitual tarea que Stiller puso delante de él. “Tuvimos la oportunidad de crear en esta película un tono que es muy original. Teníamos unas fantasías divertidas y estrafalarias pero también queríamos hilar muy fino para dotar de integridad a la realidad global de Mitty”, dice. “Todo gira en torno a que Walter comienza a vivir realmente sólo en su cabeza, y acaba metido en una odisea viviendo como un ser humano en el mundo”.
El reto consistía en hacer que esa transformación interior resultara exteriormente emocionante. “En mi carrera, he tenido ocasión de hacer algunas cosas visuales extravagantes, pero hacer algo que tiene eco en tantos frentes tan distintos, para mí era escalar el pináculo”, dice Mann.
Los últimos toques de la película cristalizaron en la postproducción, cuando Stiller se reunió con su montador habitual Greg Hayden para tejer el metraje y darle su forma final.
GALERÍA DE FOTOS
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