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NOTAS DEL DIRECTOR...
La promesa es una película sensual, intensa, inolvidable.
Inolvidable porque, más que nunca, la iluminación, los decorados, el modo en que se ha rodado, el guion, el ritmo, todo ello se forjará con precisión para transmitir las vertiginosas sensaciones de la historia. Preside mi mente una idea precisa, refinada, cautelosa, pero nunca yerma: el inquietante encanto de un film emana de su mise en scène.
Intensa, porque la novela de Stefan Zweig es una maravilla de concisión, como si el autor se hubiera tomado muy en serio deshacerse de todo cuanto no concerniera estrictamente a la historia y a las sensaciones que emana. La adaptación, escrita por Jérôme Tonnerre, respeta ese deseo de pegarse a lo esencial con el fin de que cada escena vibre con algo secreto, tácito pero deslumbrante.
Sensual porque de eso va todo: el deseo de los amantes. Amar sin saber si hay posibilidad de ser correspondido. Soñar sin ser capaz de expresar el sueño. Mantenerlo en secreto, pero viviendo de una mirada, del más ligero de los contactos, del roce prohibido de piel contra piel. Filmar la piel, el deseo de acariciar... Pues la novela de Zweig plantea una magnífica pregunta: ¿resiste el paso del tiempo el deseo del amante?
Mientras me acerco a este nuevo film, soy consciente de cuánto mi atención se verá atraída en todo momento hacia la voluntad de expresar esas “pequeñeces que nos transportan”, estando muy cerca de los personajes, de sus tormentos, de lo mucho que se juegan emocionalmente y que Zweig describe tan bien.
Una última e importante cuestión: la elección del inglés.
Habría sido estúpido rodar el film en francés, enmarcado como está en la realidad alemana de un contexto histórico extremadamente específico: vísperas de la Gran Guerra. Estuve considerando rodar en alemán por respeto al espíritu de Zweig y a sus escritos. Pero, por un lado, no hablo el idioma y, por otro, ¿no sería absurdo para un realizador francés ir a Alemania y rodar en alemán una película basada en Stefan Zweig?
Así que, de acuerdo con el consejo de los productores, optamos por el inglés, cuya condición internacional es indiscutible, un idioma que permite a Marco Antonio decir “te amo” a Cleopatra, y a Freud saludar a Jung con un “¿qué tal?” sin levantar ampolla alguna.