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Seis años han tenido que pasar para que se materializase el proyecto de 'Mimosas', obra capital del cine español contemporáneo aclamada por crítica y público en el Festival de Cannes, donde obtiene el Gran Premio Nespresso de la Semana de la Crítica, y en el Festival de Sevilla, donde recibe el Premio Especial del Jurado y menciones especiales al mejor montaje y sonido. Y esto no ha hecho más que empezar. El futuro le pertenece a Oliver Laxe.
ENTREVISTA AL DIRECTOR...
'Mimosas' es una película culturalmente híbrida. Se desarrolla en el Atlas marroquí pero se inscribe en el género western, en el cine americano...
.- Está muy inspirada por las películas de los años 70, como por ejemplo Carretera asfaltada en dos direcciones de Monte Hellman. También por el western, pues su condición universal encuentra, paradójicamente, su raíz en Oriente, en la búsqueda del Grial, muy presente en Persia. En los cuentos de caballería hay un fuerte elemento esotérico, relatos iniciáticos de un fuerte simbolismo que aparecen tanto en la tierra del Islam como en la Europa cristiana, donde llega a tomar forma en la historia del Rey Arturo.
Su mirada hacia la tierra es muy americana, próxima a la del «Destino manifiesto», idea según la cual el Oeste americano es una tierra prometida, ofrecida a la conquista del hombre...
.- El western entiende la tierra como prometida. 'Mimosas' es más bien un eastern, los personajes van hacia donde nace el sol, consideran Oriente en un sentido físico y metafísico. Hay algo de mesiánico en este tipo de relato que solicita una cierta sabiduría de nosotros y que los americanos han sabido desarrollar en la cultura popular. Pero más allá de los referentes aparentemente americanos busco estructuras narrativas universales.
Al ver una película lo que permanece finalmente en el alma son los colores, las formas, una imagen. El cine independiente de los 70, por ejemplo las primeras obras de Terrence Malick, posee imágenes que permanecen.
Del otro lado sentimos una importante inspiración marroquí, empezando por el lugar en que se desarrolla la acción, la lengua, los intertítulos en árabe. ¿Qué posición ocupas tú en esa mezcla de universos culturales ajenos a tu país de origen?...
.- Por una parte soy español, pero también fruto de mezclas. Somos bastardos y eso es lo que provoca que tengamos una sensibilidad especial hacia Oriente. Yo nací en París, viví en España y después pasé diez años en Marruecos. Por otra parte, insisto, pienso
que la cultura se compone de mezclas. No tengo ningún complejo en apropiarme de una sabiduría, un mundo simbólico que no es el mío.
Creo también, independientemente de las identidades culturales, que tengo un pie fuertemente anclado en la tradición.
De hecho hay sobre todo una colisión entre tradición y modernidad librándose en el film. La vanguardia siempre ha tenido la capacidad de reactualizar la tradición, que en Mimosas pasa por el sufismo, el islam esotérico, pero que profundiza en un desplazamiento moderno. También hay algo de sincretismo en el film porque el personaje de Ahmed es un moderno, un escéptico. Sin este sincretismo todos los personajes tendrían la misma interpretación de la aventura y el film no sería posible.
De hecho los personajes no reparan en el paisaje que los rodea...
.- Sí, ellos tienen que completar el trayecto, punto.
Aceptan el camino que se les da. Ahmed se niega un poco pero los demás se ofrecen, se abandonan al camino, saben que los obstáculos tienen un aspecto positivo. Y yo intenté hacer lo mismo como realizador, aceptar los obstáculos en la creación, incluso si cuando aparecen te hacen sufrir.
Para mí el arte es un texto religioso, dominado por las sombras. Y su espiritualidad me interesa. Hay también películas profanas muy religiosas. Podemos encontrar la espiritualidad en películas de John Cassavetes o de Apichatpong Weerasethakul en su trabajo de la sombra.
La luz, lo sabemos, es un velo, no vemos nada. Es preciso trabajar la sombra.