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SINOPSIS
Documental sobre aquellas carreteras que antes pasaban por lugares habitados y las cuales han sido sustituidas con el paso del tiempo por autopistas. Se centra en concreto en la N-VI que unía Madrid con Galicia en un trayecto de 600 kilometros...
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Nací en Madrid y cuando tenía 4 años mi familia se trasladó a Galicia. Desde entonces, he pasado toda la vida viajando en coche entre estos dos puntos. Hace 30 años el viaje por la N-VI llevaba un día entero. Hoy, a través de la nueva autopista, solo se tarda cinco horas. Pero ese cambio no ocurrió de golpe, fue paulatino. Según iban construyendo tramos nuevos de autovía, conducíamos menos kilómetros por la carretera vieja. Y en algún momento, sin darnos cuenta, el viaje ya transcurría entero por la autovía. Habíamos dejado atrás una forma de viajar y de relacionarnos con el entorno sin apenas ser conscientes. Aquel cambio, aunque nos acercó al destino, nos alejó del paisaje de aquellos viajes de mi infancia.
Hace un tiempo, me encargaron un trabajo sobre los viaductos de la nueva autovía A-6. Al fotografiarlos desde lo alto de una montaña, reparé en que la antigua carretera seguía allí, olvidada y sinuosa, perfectamente acoplada a la ladera. En cambio, la inmensa autovía atravesaba el valle en una insolente línea recta, como podría atravesar cualquier otro territorio. Esa imagen fue la que me hizo tomar conciencia del cambio, y por primera vez pensé en todo lo que habíamos dejado atrás. Algo me chirrió en esa forma que tenemos de vivir, tan automática, como pasando por encima de todo.
Siempre he pensado que el paisaje no sólo concierne a quien lo habita, sino también a quien lo transita. Precisamente, durante el viaje, al contemplarlo una y otra vez desde la ventanilla del coche, proyectamos nuestros pensamientos y ensoñaciones en él y, con el tiempo, ese paisaje termina siendo parte de nuestro universo interior. Siempre me he sentido muy vinculado a todos esos lugares que atraviesa la carretera, paisajes que me sabía de memoria aunque apenas me detenía en ellos. De alguna manera, la N-VI es de los pocos lugares que han compensado el desarraigo en el que crecí: nací en un lugar donde nunca habité, mis primeros recuerdos son de una ciudad a la que nunca volví y finalmente crecí en otra ciudad que durante muchos años sentí ajena. La N-VI unía esas ciudades, y los viajes por ella son de los pocos lugares que recuerdo como inherentes a mi familia. Un lugar propio, identitario. Por eso sentí el impulso de volver.
En un gesto ingenuo inicié ese “viaje de vuelta” tratando de recuperar un tiempo perdido, buscando las huellas de mi pasado. Pensaba que sería una especie de viaje iniciático que me acercaría a mis raíces, o algo así. Pretendía hacer una película sobre mi vuelta a esta carretera, impulsado por ese paisaje que me evocaba la infancia. Y así empecé a hacer kilómetros, cautivado por esas reminiscencias de vacaciones y de emociones de otro tiempo, intrigado por el re-descubrimiento de aquellos lugares que ya casi se habían desvanecido en mi memoria… Pero al poco aquellas motivaciones se fueron extinguiendo al constatar que las personas con las que me iba encontrando eran desconocidos que no tenían nada que ver con mis recuerdos ni con mi vivencia pasada y mucho menos con mis raíces. Sin embargo, su testimonio y sus rutinas me abrieron un nuevo camino. Todos tenían un denominador común, el cambio de la carretera por la autovía había condicionado sus vidas, aunque a cada uno le había marcado de forma distinta. De algún modo, esas personas eran la carretera, ellos y su paisaje eran lo mismo. Se fundían en la coexistencia. Respiraban juntos. Una carretera jubilada habitada por jubilados. Yo y mis recuerdos nos fuimos diluyendo del proyecto para centrarme en filmar a todas esas personas mayores, algunas ya ancianas, e intentar recuperar su pasado sin abandonar su presente. Sobre ese equilibrio debía construir su relación con el paisaje que habitaban y mi propia mirada sobre la carretera. Así fue como, a través de ellos, empecé a encontrar un sentido al impulso que me había llevado a hacer este viaje, y volví a la idea de que tanto los que transitamos el paisaje como los que lo habitan somos parte de un todo, un todo que se transforma constantemente. Los lugares quedan marcados por la acción de las personas que los han habitado, eso les da un carácter, una identidad, una memoria por tanto. Pero esa identidad es frágil, temporal, mutable. El recuerdo nostálgico de la identidad del paisaje suele ser una construcción artificial en nuestra mente para aferrarnos al pasado y, casi siempre, cuando llegamos a un lugar tras mucho tiempo sin visitarlo, existe una diferencia obvia entre la imagen que guardamos de él y su evolución real. Y fue precisamente ese contraste entre el recuerdo mitificado de la carretera de mi infancia y la realidad que me encontré al filmarla lo que hizo que dejara a un lado mi reencuentro con esos espacios y que centrase mi mirada en los habitantes de la carretera.
N-VI es un viaje por una carretera que ahora se borra del mapa. Un viaje al encuentro de los que han quedado atrás, habitantes de una tierra en olvido que conviven con la resistencia y la aceptación. Un viaje que indaga en la estrecha relación entre las personas y el territorio que habitan, ese es el objeto de esta película. La carretera funciona como un hilo conductor, un eje que atraviesa esos terrains vagues; lugares intermedios que tenían un uso que ya no tienen; paisajes acondicionados por el hombre y abandonados a su suerte por él mismo.
Cuando se transforma un paisaje desaparece una forma de vida, una forma de entender el mundo, y ese lugar acaba convirtiéndose en un paisaje nuevo. Esto es lo que me enseñó mi viaje por la N-VI. En toda transformación hay una pérdida, pero también una ganancia: la permanencia de la propia forma de vivir, de lo genuino, la esencia que te hace ser como eres y, al mismo tiempo, aceptar vivir con la ausencia para seguir avanzando.