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NOTAS DEL DIRECTOR...
PÁJAROS narra el viaje de dos hombres en busca de algo inalcanzable: el tiempo pasado. Dos tipos, Mario y Colombo, entrados en la madurez (biológica, no emocional), perdidos en sus respectivos mundos (uno de ellos, aficionado a las aves; el otro a la marihuana) y que gracias a las vicisitudes del camino romperán la coraza de su egocentrismo y convertirán un viaje de huida en otro de aprendizaje.
En esta tercera película como director, he seguido buscando mi mirada personal a una ficción cuya trama nace de los personajes y sus conflictos, principalmente internos, sin dejar nunca de lado el humor y la ironía, indispensables, a mi modo de ver, en cuestiones tan serias como la familia, el desamor, el sexo o el inevitable paso del tiempo.
Como en mis trabajos anteriores, los protagonistas de esta historia son poco o nada heroicos, y han ido labrándose ellos mismos sus problemas -debido a sus miedos, flaquezas y errores. Y vuelve a aparecer en PÁJAROS la paternidad, con algunas de sus luces y sus sombras: Colombo es un padre ausente, incapaz de asumir responsabilidades, temeroso de repetir su fallido modelo familiar, abrumado por un pasado que le empieza a pasar factura. Y algo similar le ocurre a Mario, que recoge los frutos de lo sembrado, asumiendo actos imposibles de cambiar, acuciado por ese sentimiento tan humano llamado culpa.
En la génesis de PÁJAROS -empujados por el conveniente “habla de lo que conoces”- está lo extremadamente difícil que es cumplir años sin que afloren preguntas sobre la naturaleza del amor, el valor de la amistad, la nostalgia o la madurez. Contrariamente a lo que se suele afirmar con la edad, en la vida hay más incógnitas que certezas. Sin embargo, también nace PÁJAROS del profundo deseo de creer, a pesar de sus sombras -que no son pocas- en el llamado género humano. Nuestro viaje arranca con un pacto económico entre dos tipos que se necesitan, algo tristemente pragmático, prosaico. Pero gracias al aire que el viaje insufla en sus vidas -gentes diversas con sus sueños y problemas-, nuestros protagonistas rompen su coraza y apartan de la ecuación aquel adjetivo mercantil, aflorando una necesidad real y humana -de afecto, de emoción, de perdón.
La feliz consecución de este viaje no hubiera sido posible sin la magnífica actuación de dos grandes actores como Javier Gutiérrez y Luis Zahera, sin su complicidad artística y humana, sin su sutil capacidad dramática y su enorme sentido del humor. Ellos han sabido mirar con amor a esta pareja un tanto quijotesca, para hacerla suya y por lo tanto, nuestra. La estupenda actriz napolitana Teresa Saponangelo y el resto del reparto, intérpretes de media docena de países, con sus lenguas y sus culturas, nos han permitido ahondar en la necesidad humana de entenderse, de empatizar con el otro para poder situarnos, para aceptarnos, sin duda uno de los temas centrales de la película.
Al cruzarse con otras gentes, algunas desplazadas por guerras y hambrunas, nuestros protagonistas abren los ojos al otro, lo que les ayudará a avanzar en el necesario viaje hacia ellos mismos.
Rodada entre España, Italia y Rumanía, sus grandes escenarios naturales envuelven nuestro improvisado viaje de manera rotunda, pero sin eclipsar el alma de la historia, el viaje interior de sus personajes. Y todo gracias a la complicidad de un gran equipo artístico y técnico, gentes de la familia del cine europeo enamoradas de nuestro proyecto, cuya visión internacional añade matices y autenticidad a la historia.
Mención aparte merece el magnífico equipo de cámara, con el director de fotografía David Omedes al frente, que captó la complejidad del camino con una sutil evolución formal y cromática. Complejidad interiorizada también por la joven compositora y cantante Magalí Datzira, en una Banda Sonora Original que avanza con emoción y belleza hacia el Este, bebiendo -con los ecos de la música Klezmer en el centro del viaje- de la diversidad musical europea.
El haber podido filmar de manera orgánica los lugares que recorren Mario y Colombo en su particular Odisea, y haberlo hecho de modo artesanal, sin trampa ni cartón, avanzando en coche por carreteras remotas, atravesando bosques y descendiendo ríos, aportó aventura y encanto al viaje, además de verismo.
También hubo baños de realidad que nos llevaron a cambiar el guion previsto: la familia migrante que ayuda a nuestros protagonistas a cruzar Rumanía no podía ser más que ucraniana. Fue compleja la emoción de contar con dos actrices que, al igual que sus personajes, acababan de huir de la guerra, a unos cientos de kilómetros del set.
Es enorme el valor -no solo cinematográfico, sino también emotivo- de haber rodado en las calles bulliciosas de Bucarest, en viejas plazas turinesas, a orillas del Po o en las vastas llanuras del sur de Rumanía.
Inolvidable la emoción de atrapar con la cámara esa gran bandada de aves que cruza veloz la cubierta del barco en el que Mario y Colombo descienden el Danubio, camino de Constanza. Imágenes inesperadas que la insensata aventura de hacer películas nos regala. Con un lento travelling sobre el silencioso amanecer, frente al Mar Negro, finalizó nuestro viaje. Allí donde arrancan los créditos de PÁJAROS, sueño cinematográfico felizmente cumplido.